Si la vivienda no ocupa uno de los primeros puestos en el ranking de los principales problemas del Estado que elabora el CIS, será porque lo tenemos tan interiorizado que ni lo sentimos así. Pero estamos jodidos. El alquiler en Barcelona ha subido un 6,78% en el último año y los “expertos” vaticinan que seguirá al alza, entre otras razones, por la falta de oferta. Romper con la espiral capitalista en un tema tan serio como la vivienda y desconectarse del sistema es difícil, pero no imposible. La cooperativa La Borda está a punto de conseguirlo.

En junio de 2011, cuando la Plataforma Can Batlló és pel Barri entraba finalmente en el Bloc Onze para que las necesidades del barrio germinaran, una de las semillas que enraizó fue la de una cooperativa de vivienda. Una decena de personas se planteó crear una comunidad de viviendas en una de las naves abandonadas, propiedad de la Generalitat. Mal negocio, en principio, porque en aquel entonces era también el momento posterior a la crisis, en el que nos íbamos dando cuenta de que para rato había caldo.

Por suerte Can Batlló tenía abierto un espacio de negociaciones con el Ayuntamiento. De hecho, los vecinos todavía se acuerdan de cuando Trias visitó el recinto en octubre de 2014 y dijo algo así como “Doncs això de l’autogestió no està malament”. En esos encuentros, La Borda también tuvo voz y pronto supo que los técnicos de “la casa”—como se refiere la gente del Ayuntamiento al consistorio— tenían ganas desde hacía tiempo de impulsar un proyecto así. No fue difícil que les cedieran el uso de un solar desierto que conecta la calle Gavà con el antiguo recinto fabril.

¿Un proyecto así? Las 60 personas que han acabado formando La Borda llevan cinco años diseñando y debatiendo en asambleas cómo será el edificio en el que vivirán “no en comuna pero sí en comunidad”, como lo define Maria Sales, una de las socias. Han repensado en decenas de talleres el modelo de vivienda, una tarea creativa y complicada porque el modelo que conocemos, hostil, prosaico y escueto, es único.

Lo primero que se abordó entre las 28 familias (incorpórense al limitado concepto conocido todos los tipos de agrupamiento entre personas) que vivirán en la misma finca fue qué quedaría privado y qué se haría público. “El ejemplo más claro es la lavandería”, cuenta Sales, “¿para qué tener cada uno una en casa, si ocupa espacio y gasta más?” Entre los espacios comunes habrá: una sala polivalente, que puede servir entre otras cosas de almacén de las compras comunitarias que se hagan: legumbres, cereales…, una cocina común —manteniendo las de cada piso, porque “vivir en comunidad ha de ser una opción, no una obligación”—, un aparcamiento para bicicletas y un piso de invitados. Si una pareja se rompe, si vienen amigos, si se quiere acoger temporalmente a alguien… También una bañera, porque en los pisos habrá duchas y cinco años han dado para pensar que los habitantes se harán mayores y la necesitarán para que les bañen; por no hablar de que una embarazada puede querer parir en casa y en el agua.

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Plano del edificio de La Borda

Si en algo La Borda es diferente al modelo de vivienda que conocemos es en su adaptación a la vida. Por ejemplo: los pisos, en un guiño al pasado textil del barrio, serán S, M y L y funcionarán como módulos. “Si los hijos de una familia que viva en una L se independizan, la pareja puede querer irse a vivir a una S, más pequeña”, explica Xorxe Oural, otro de los socios, “y la idea es que pueda hacerlo o bien cambiando su piso con otro vecino, o bien renunciado a un módulo de la casa que se añada al piso de otros”. Será difícil que cuadren las necesidades en el tiempo, pero “que la posibilidad y la voluntad de ajustarse existan, ya es mucho”.

Los pisos S tienen 40m2; los M, 60m2, y los L, 76 m2. La cuota de uso que pagarán quienes vivan ahí irá desde los 100€ en el caso del S a los 600€ para el L, “en el peor de los casos”, matiza Oural. Las cuotas tenderán a la baja y La Borda ha acordado que no superarán nunca el salario mínimo interprofesional. “No olvidemos que quienes formamos la cooperativa lo hacemos también como única solución a la precariedad y el nulo acceso a la vivienda que teníamos”, relata Sales. La cooperativa será de Protección Oficial, un proyecto piloto que si sale bien, podría extenderse.

El secreto de llegar a pagar menos se esconde en otros de los principios fundamentales de la cooperativa: la sostenibilidad. El edificio será más bajo en su cara norte para que las casas puedan aprovechar mejor la luz. El patio interno, una de las peticiones más unánimes en las asambleas —durante todo este tiempo se han hecho talleres en los que los socios han llevado hasta fotos de cómo sería la casa de sus sueños—, llevará una cubierta transparente que en invierno estará cerrada para aprovechar el efecto invernadero y que no sea necesario encender la calefacción. Así, podrán tener una caldera de chalet para 28 viviendas que se proponen llenar dos veces al año. A eso hay que sumar que la luz llegará con Som Energia, otra cooperativa con criterios ecologistas e internet será también comunitario y lo pondrá en marcha guifi.net, otra red que apuesta por precios justos.

Quitarse las manías que el boom inmobiliario plantó en nuestras cabezas también ha sido parte del proceso. Al principio se plantearon la construcción de un parking, porque sí, porque ¿quién es el idiota que construye hoy sin parking?, pero luego se pararon a reflexionar y vieron que prácticamente ningún inquilino tenía coche. La mayoría de nosotros se encuentra un piso con unas condiciones dadas y con escaso margen para acondicionarlo, la cooperativa se permite lo que no debería ser un lujo y crear una casa acorde a sus anhelos vitales.

Las obras de La Borda empezarán este otoño, con la idea de que las uvas que den la bienvenida al 2018, se las tomen ya en sus casas las 60 personas que la forman. Además de cinco años de trabajo, también hay mucha pasta de por medio: 15.000€ de capital social, que podría entenderse como la entrada del piso y que cada socio aporta, independientemente del piso con que se quede, más la cuota de uso —lo que entendemos por el alquiler— que empezarán a pagar cuando se muden. Si alguien quisiera abandonar el proyecto, que parece difícil, perdería las cuotas que hubiera estado pagando, pero recuperaría el capital social de quien le sustituyera.

Además de ser más barato —Oural asegura que han hecho estudios del resto de viviendas del barrio y las de La Borda serán bastante más económicas—, también hay una diferencia cualitativa. Primero que con la cuota de uso se financia a la propia cooperativa, “y no a un banco, a un fondo de inversión o a un propietario especulador”, recalca Sales, o incluso a la ignorancia absoluta —deberíamos preguntarnos más a menudo adónde va nuestro dinero—, pero además, la cooperativa tendrá entre sus fines, por ejemplo, la creación de una caja de resistencia. Si alguien no puede pagar, no habrá desahucio. La comunidad será solidaria y ofrecerá soluciones para huir de la financiación de nuestros derechos. Porque sola no puedes, pero con amigas sí. Chúpate esa, capitalismo.