Cualquiera que haya pisado uno de los recién remodelados mercados municipales en barcelona se habrá dado cuenta de que algo está cambiando con este equipamiento tan emblemático de nuestra ciudad, y que significa para muchos barrios su centro, por no decir su alma.

Hoy en día los camiones y las furgonetas ya no descargan en las calles alrededor de un mercado remodelado, sino en zonas de descarga subterráneas, fuera de la vista. Ahora tenemos unos mercados donde la mercancía aparece en las paradas por arte de birlibirloque, sin tener que cruzarse con los repartidores. También ha cambiado la relación con los vendedores: antes cantaban las ofertas del día en voz alta y te llamaban “guap@” cuando era tu turno, pero han dejado de hacerlo. Ahora, el trato es menos campechano. Los edificios también han cambiado: ya no son cutres, sino lo último en disseny, albergando mucha más restauración y degustación en sus espacios monumentales. En algunos han instalado parking subterráneo, “super-”mercados, y hasta una tienda enorme de electrodomésticos, supongo por si decides llevarte a casa una nevera junto a tus verduritas. Finalmente, el público también ha cambiado: ya no te cruzas tanto con los vecinos de toda la vida, sino con los vecinos de turno de los pisos turísticos y hoteles que abundan en esta ciudad. Algo está cambiando con los mercados municipales, sin duda, y parece que se trata de la globalización.

 

¿Por qué se están globalizando ahora estos nudos infraestructurales de distribución alimentaria?

La web del Institut Municipal de Mercats de Barcelona, una dependencia del Ajuntament de Barcelona, explica que “en un sector caracterizado por una fuerte competencia, los mercados tienen que ser espacios plenamente competitivos, con lo cual, se decidió introducir nuevos elementos que son la base del Modelo Barcelona de promoción y de gestión de los mercados: la introducción de nuevos operadores como los supermercados, ampliación de horarios y de servicios, adaptación del mix comercial, impulso a la restauración en el interior de los mercados, formación de los comerciantes, mejoras en el uso de los recursos energéticos y en el tratamiento de los residuos”.

¿Dejaron de ser competitivos los mercados municipales en algún momento? Le puse esta pregunta a Òscar Martín Pérez, el Cap d’Innovació, Comunicació i Projectes Estratègics del Institut Municipal de Mercats de Barcelona, quién respondió lo siguiente: “Efectivamente. Durante la década de los 80 llegaron a España las grandes cadenas de distribución (super- e hipermercados), con unas dos décadas de retraso respecto al resto de Europa. Este hecho provocó que muchos de los mercados, que no se adaptaron a los nuevos hábitos de consumo, en especial el horario de tarde tras la incorporación de la mujer al mercado laboral, vieran cómo numerosos establecimientos cerraban. La creación del Institut Municipal de Mercats de Barcelona (IMMB) en 1991 respondía a la necesidad de modernizar estos equipamientos para recuperar su competitividad”.

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Claro. A finales del siglo XIX, cuando se empezaron a construir los mercados de nuestra ciudad, aún no existían cadenas de distribución o tiendas de alimentación altamente especializadas, por ejemplo, en productos biológicos o productos de otros continentes. Por eso acudía a los mercados todo el barrio, y se intensificaba la actividad comercial en sus entornos: no existía otra opción. Los nuevos edificios construidos para albergar mercados —con materiales modernos como el hierro y el cristal— servían para mejorar la higiene de las plazas donde antes se vendía alimentación al aire libre —plazas creadas en algunos casos, como en el de la Boqueria o Santa Caterina, por el derribo de monasterios. Estos mercados modernos, en sus inicios, solo vendían alimentos —que ahora se denominarían “kilómetro cero”— que tenías que prepararte tú mismo. No había gastro-bares o paradas para vender pequeñas raciones de macedonia en una copita de plástico con cucharita para usar y tirar on the go.

 

Del mercat al centro comercial de ocio

Con sus establecimientos de restauración, paradas que venden productos preparados para consumo inmediato, e incluso un número de paradas que son franquicias de marcas conocidas, se podría decir que los mercados se parecen cada vez más a centros comerciales de ocio. Le pregunto a Òscar Martín si ya no es actual la función original del mercado. “Nunca los mercados han dejado de tener funciones más allá de lo puramente comercial. El mercado continúa siendo un lugar de encuentro, de interacción y cohesión social, y de ágora de actividades lúdicas y culturales. Se añade en los últimos tiempos, como equipamientos públicos que son, la orientación a la promoción de la alimentación saludable y la sostenibilidad ambiental, como por ejemplo gestión de residuos, eficiencia energética, o consumo de productos de proximidad.” Le pregunto si conoce el porcentaje de beneficio que proviene del turismo. “No disponemos de cifras objetivas al respecto. En todo caso no ha afectado a la mayor parte de los mercados. Solo los tres mercados de Ciutat Vella, pero muy en concreto La Boqueria, han visto transformada su fuente de ingresos para una parte de los negocios —el 30% aproximadamente— de forma significativa.”

Por si queda alguna duda respeto a la “ociorización” de los mercados, demos la palabra al exalcalde Xavier Trias que escribió en la presentación del Pla Estratègic Mercats De Barcelona 2015 / 2025: “La cuina catalana és avui un referent a tot el món, i els mercats han d’aprofitar també aquest gran ressò, per esdevenir espais no només de compra, sinó també de lleure” (énfasis añadido).

Como la manera de comer está muy ligada al modo de vida, es evidente que la gastro-propaganda está destinada a que el talento internacional escoja Barcelona para instalarse y monte un start-up. Hay una clara adaptación de los mercados a los gustos de lo que se denomina “la clase creativa”.

Los tiempos están cambiado para los mercados, y se han tenido que adaptar a este tsunami que está arrasando a todo el mundo: la globalización. Es decir, a invasiones de turistas, a la arquitectura del espectáculo, y a las modas gastronómicas. ¿Quien iba a pensar, cuando Reagan y Thatch-er empezaron a desregularizar a los mercados financieros de Londres y Nueva York en los 80, que eso afectaría a los mercados municipales de Barcelona?

Barcelona tiene ni más ni menos que 40 mercados en su territorio de 100 km2, lo que equivale a un mercado para cada 2,5 km2. Se dice que, desde casi cualquier punto de la ciudad, no hay que caminar más que 10 minutos para tropezarse con un mercado municipal. Sin embargo, sabemos que muchos barceloneses han dejado de comprar alimentación en los mercados municipales, prefiriendo los supermercados o comercios de alimentación muy especializados. Para sobrevivir, algunos mercados han tenido que buscarse nuevos clientes, entre otras cosas, y los han tenido que buscar fuera de nuestras fronteras donde, por supuesto, “Barcelona” es sinónimo con alta gastronomía.

En la economía globalizada en la que vivimos, escribe Richard Florida, el “talento” se desplaza a donde le gustaría vivir, atraído por el lifestyle de una zona del mundo u otra. Como la manera de comer está muy ligada al modo de vida, es evidente que la gastro-propaganda de políticos como Xavier Trias está destinada a que el talento internacional escoja Barcelona para instalarse y monte un start-up. Hay una clara adaptación de los mercados a los gustos de lo que Richard Florida denomina “la clase creativa”.

Mercados de Trajano-bn-iso

Entonces ¿se están remodelando los mercados según el patrón de un centro comercial de ocio? A primera vista, lo parecen cada vez más con sus “supers”, aparcamientos subterráneos, y paradas de restauración. Es una ironía, porque fueron los primeros marchés y market halls los que precisamente sirvieron como modelo arquitectónico para las primeras galerías de compra y, más tarde, los shopping malls. La primera estructura construida ex profeso para albergar un mercado fue con mucha probabilidad el Mercado de Trajano, aquel emperador Romano nacido en Hispania, en el foro imperial de Roma. Hoy es una ruina, pero hace dos milenios albergaba paradas de alimentación junto a tabernas, lo que le convertía, según estudios arqueológicos, en un importante lugar de encuentro social además de comercial.

 

Sant Antoni: mercado insignia

Los mercados han sido siempre focos importantes del tejido social y urbano de la ciudad europea, formando parte del sistema de infraestructuras de una ciudad a la vez de ser un centro social y comercial. Ildefons Cerdà, en su teoría de la urbanización, relata la importancia de distribuir de forma equitativa una red de mercados dentro de la trama urbana de l’Eixample. Ahí se encuentra el mercado más grande de Barcelona, el Mercat de Sant Antoni, que está en obras desde 2009 y prevé abrir en abril 2018, nueve años más tarde. Esta obra de 1882, proyectada por Antoni Rovira i Trias, fue el primer mercado construido en la nueva trama urbana de l’Eixample. Con su forma de cruz griega orientada en diagonal respeto a la manzana que ocupa, es uno de los proyectos que mejor optimiza, arquitectónicamente, el chaflán de Cerdà. Z:�2_PROJECTES ACTIUS�2_PROJECTES EN CURS2006_StAntoni�6_EXE

La remodelación incluye varios niveles subterráneos que albergarán un supermercado, un aparcamiento, una zona de descarga y tratamiento de residuos, además del espacio museístico, Vía Augusta, que expondrá las ruinas arqueológicas romanas y medievales que se han descubierto. Al mercado entero se le ha dado una nueva cimentación de forma que ahora tiene varios sótanos que se extienden hasta el perímetro de la manzana entera, multiplicando varias veces los metros cuadrados originales. No es de extrañar que el movimiento vecinal culpe a esta remodelación de ser la causa de la “gentrificación” del barrio de Sant Antoni.

 

La Boqueria generacional

Sant Josep de la Boqueria es el otro mercado que refleja los cambios del barrio donde se ubica. Ahí se ve de forma clara el abandono de la población nativa de Ciutat Vella ante la presión inmobiliaria-turística. Pero también refleja otro hecho: los inmigrantes que se han instalado en el Raval en las últimas décadas prefieren comprar en los comercios de sus compatriotas repartidos por todo el barrio. Los mercados municipales claramente atraen más al extranjero expat y tourist que al inmigrante o refugiado, más al norteño que al sureño. No reflejan en absoluto la creciente población asiática, africana o latina de esta ciudad durante las últimas décadas. El motivo es muy claro: no hay paradas especializadas en productos de Asia, América, o África. ¿Y por qué? Hasta hace poco, un extranjero no podía ser titular de una parada en un mercado municipal. En la presentación de la última Ordenanza de Mercados, de 2006, se menciona “la anulación de la prohibición por la cual un extranjero se pueda convertir en titular de un puesto”, una prohibición que se estableció en los años 60, según Òscar Martín, y que se anuló en cumplimiento con la normativa europea. Si hasta hace poco un extranjero no tenía derecho acceder a un puesto, no es de extrañar que los mercados no reflejen la demografía actual. En este sentido no se han globalizado los mercados barceloneses.

De hecho, la mayoría de las licencias de paradas de mercado son herencias familiares; en algunos casos de muchas generaciones. El libro Bar Pinotxo: God is in the Garbanzos (Robin Willis, 2016), que incluye entrevistas, anécdotas, fotos y recetas, relata de forma muy personal la historia de este mítico bar, sobre todo cómo ha crecido —a través de cuatro generaciones— desde unos orígenes humildes hasta llegar a ser toda una referencia barcelonesa. En el libro de Willis aprendemos que el Bar Pinotxo fue con toda probabilidad la primera parada de mercado en ofrecer platos calientes en toda Barcelona.


Foto de Juanma K Troy