La música tiene ese punto esencial en mi vida. La buena armonía me hace sentir en casa. Cada canción tiene su momento, sus recuerdos y sus figuras. Ahora mismo, estoy con el mítico catalán argentino Gato Pérez: Rumba del 60’s en modo replay.

Descubrí Las Migas mientras una chica volaba en un aro de circo. A mí me mueve el aire. Pegaba. Fui a buscar el CD a la biblioteca. Sí sí.. de verdad. El CD. Lo descargué y me enteré de que era un grupo de chicas de distintos horizontes. Me gustó. Igual porque tengo esa visión romántica de lo que es la esencia de la música: el intercambio de acuerdos, como el jazz, el tango, la rumba… que fomenta la creación con ese mestizaje constante de influencias.

El otro día asistí a un concierto de Saffran, un grupo “músico-teatral” como ellos se definen. Tiene entre otras particularidades, una cantante que toca la tetera, como me comentó con el tono más normal mi vecino, y componentes italianos, austriacos, vascos y franceses. No me movía el aire: estábamos todos bien pegaditos en el Gypsy Lou. Entre el público se mezclaban tonalidades de catadesco, frañol e itaglés. Parecía la ONU sin bandera, hubiera dicho la dueña de mi piso. Yo me sentía en casa.

Al salir del concierto, nos tiró un cubo de agua fría un vecino de arriba a quien no le molaba el ruido callejero, la torre de Babel local. Me marché mojada y mientras, me hablaba un chico mejicano de su maravillosa experiencia con la interculturalidad y mezcla social en los cursos de catalán. Le encantaba Barcelona, donde vive después de vivir en DF y en El Cairo. Insistí: «¿y porque te encanta tanto?», «por la oferta que tiene», me contestó. Y de ahí, tan rápido como vino el agua, añadió una frase que sonó como un acuerdo perfecto: “Y porque esta oferta de Barcelona, la hacemos nosotros”.

«Ostia, chaval, tendrías que estar contratado por el ayuntamiento», le aconsejé. A la hora del City Innovation Summit, no sería malo tener en cuenta que hay varias maneras de interpretar la noción de la «Barcelona de las personas». Sin tanto hablar de ‘yo’, sería interesante volver a la conjugación de la primera persona del plural. Pensé en un demógrafo, Andreu Domingo, que acaba de presentar su libro, Catalunya al mirall de la immigració diciendo “No som perquè hem estat, som perquè serem”.

Saffran me recordará al cubo de agua y a la nota afinada de este chico: “Barcelona la hacemos NO-SO-TROS”.