Como las Navidades y demás efemérides que se repiten a lo largo de nuestra vida, cada año tiene lugar Arco, uno de los pocos acontecimientos nacionales del mundo del arte a los que la prensa presta considerable atención. Pero la cantidad de interés mediático que recibe Arco es inversamente proporcional a la calidad de los contenidos de una prensa generalista que, como es habitual, se dedica a cuestionar superficialmente qué es arte y qué no es arte.El problema es el interés continuo de la prensa en localizar objetos y momentos idóneos para la burla desde su inopia explicativa Y es así como, también cada año, se repiten los mismos clichés, las mismas bromas con los extintores convertidos en obra de arte gracias al ingenio de ciertos periodistas o el sondeo de cada edición en busca de una pieza que sirva como detonante para poner en entredicho todo un contexto de producción intelectual y, en este caso, de compra-venta de objetos. De feria de arte a circo de banalidades, lo cual demuestra el poder de la palabra en una era de descrédito de la misma.

Este año la prensa tuvo que vérselas con el vaso de Wilfredo Prieto, un vaso medio lleno y medio vacío. Reconozco que al principio yo era de la opinión de que este tipo de obras son perjudiciales para el contexto, opinión que cambié rápidamente gracias a una conversación reveladora de apenas diez minutos con una artista. El problema, si es que este existe realmente más allá de las entelequias mediáticas, no es que un vaso con agua hasta la mitad sea una obra de arte, sino el interés continuo de la prensa en localizar objetos y momentos idóneos para la burla desde su inopia explicativa. A día de hoy este vaso me parece una genialidad. Porque consigue la transmutación del lugar común en artefacto cultural y, porque como tal, produce altas dosis de explosión discursiva que extralimitan el entendimiento de los mass media.