Es posible que alguno de vosotros lo haya visto. Un turista se acerca a una bicicleta candada, saca el móvil, pulsa la pantalla y… magia: se abre el candado. Se monta a la bici y desaparece. En otro lugar de la ciudad, después de un tiempo indeterminado, se repite la operación, pero a la inversa: pulsa la pantalla, se cierra el candado, se mete el móvil en el bolsillo y desaparece de nuestra vista.

Es el nuevo servicio que ofrece una empresa de origen danés: Donkey Republic. Lo único que tenemos que hacer es bajarnos la aplicación y pagar con tarjeta de crédito el precio estipulado en las condiciones. Las ventajas son obvias para el cliente: disponibilidad, ubicuidad y comodidad. Dos horas valen 5 euros, 6 horas 7 euros, 12 horas 7,50 euros, un día 10 euros y si alquilas la bici durante 90 días pagas 2,20 euros por día.

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La idea no es nueva. La misma secuencia de actos que acabo de describir habrá sido familiar para algunos lectores: me refiero a los usuarios del bicing. Una diferencia es que, en lugar de smartphone, utilizan una tarjeta (obviamente, no mola tanto). Otra diferencia es que deben depositar la bicicleta en un parking específico.

Bicicleta + Smartphone = friendly a más no poder. Ya no hay que acudir a la tienda, ni tenemos que restringirnos a sus horarios, ni debemos dejar la bici en el mismo lugar. Qué gran idea. Todos saltan de alegría. ¿Todos? No, todos no.

Borja Martínez, flamante presidente de la Asociación Bicitours Barcelona, la cual congrega a varias empresas que se dedican al alquiler de bicicletas, no considera que sea tan buena idea. En absoluto. “Estamos en contra de la utilización como negocio del espacio público.” ¿Qué quieres decir? Me explica que las bicicletas de Donkey Republic (de momento unos cientos, aunque se prevén un millar: la empresa ya se está preparando para el Mobile World Congress) estarán candadas en los aparcamientos de bicis que utilizamos todos. Y, como asegura Sam Blomquist, encargado y socio de Green Bikes: “Ya hay un déficit de aparcamiento de bicicletas”. Borja continúa: “Se están utilizando los aparcamientos como tiendas”. Además, supone un perjuicio para el sector que se hace con la excusa del ecologismo. “Las frutas y las verduras también son muy buenas para la salud. Pero si alguien se pone a venderlas en el espacio público, ¿qué dirán las tiendas de frutas?”. “¿Qué piensa el Ayuntamiento?”, pregunto. “Se lo están mirando.”

¿Cómo? ¿La empresa ya opera y el Ayuntamiento se lo está mirando? Llamo a Marta Pigem i Jubany, asesora del Departamento de Prensa, y le pregunto sobre Donkey Republic. No sabe nada. Me invita a escribirle un correo con mis preguntas. Eso hago, a pesar de que, por tener que cerrar la edición, su respuesta deberá aparecer en el próximo número de BCN Més.

¿Es lícito que una empresa privada haga uso del espacio público con fines lucrativos?

Llamo entonces a Ester Boada, expresidenta de la Asociación Bicitours Barcelona y socia de Donkey Republic a través del operador Smart Cycling. No ve ningún problema en la utilización del espacio público: “Las bicis que se alquilan en las tiendas también se aparcan en la calle”. Sin embargo, Sam Blomquist opina diferente: “Son dos situaciones distintas. El cliente que alquila una bici utiliza el aparcamiento como lo que es: un aparcamiento. Pero, mientras ningún cliente utilice las bicis de Donkey Republic, la empresa estará utilizando el aparcamiento como almacén, a costa del resto de ciclistas”. ¿Y el Ayuntamiento no tiene nada que decir? “¿Os ha exigido algún tipo de licencia o contraprestación?”, pregunto a Ester. “No hace falta ninguna licencia.” Defiende que el uso del espacio público no es para vender cualquier cosa, sino para beneficiar a la ciudad con un transporte más ecológico y saludable para sus habitantes.

Pero surgen muchas preguntas: ¿es lícito que una empresa privada haga uso del espacio público con fines lucrativos? ¿Cuáles son los límites: cien, doscientas, dos mil bicis…? Y ¿qué saca el Ayuntamiento de esto? Si cree que es una iniciativa beneficiosa, ¿por qué no la ha llevado a cabo antes? Porque, quizá parece la idea de un ignorante, pero, ¿no es el Ayuntamiento quien más legitimado estaría y mayores beneficios obtendría para el bien común adaptando el bicing u otra marca similar? Y, si lo hace una empresa privada, ¿no debería tener sus propios aparcamientos o abonar una compensación pecuniaria?

Son preguntas que deberán responderse en el próximo número. Mientras, quizá alguien decida abrir una estación de globos aerostáticos en un cruce del Eixample, por si cuela, aprovechando que el Ayuntamiento no sabe nada o, sí, se lo está mirando