Son viejas, jóvenes, madres, amas de casa, mujeres que huyen de la rutina. Vecinas. Y putas con la cabeza bien alta. Las mujeres que trabajan en Robadors han sido condenadas al silencio absoluto y a la persecución durante años. Paseamos por una década de acoso para sentarnos después con ellas en la Rambla del Raval y hablar de todo lo que les afecta: qué quieren y cómo.

Conviene recordar antes de empezar, la situación de la prostitución en todo el Estado: no es legal y tampoco ilegal, se encuentra en un sensacional limbo. Su ejercicio libre no está sancionado, salvo que se ejerza en “zonas de tránsito público, cerca de lugares de uso para menores, como colegios o parques, o zonas de riesgo para la seguridad vial”. Eso quiere decir también que no se reconoce como trabajo y que sus profesionales no tienen derechos laborales. Eso sí, el Instituto Nacional de Estadística contabiliza su actividad, aunque sea sumergida, para elaborar el PIB. Las putas de Robadors no hacen nada ilegal, pero tampoco cotizan, en resumidas cuentas. Son riqueza, pero interesa en B.

La historia de criminalización de las mujeres que eligen libremente vender servicios sexuales es tan vieja como la Biblia, pero en Barcelona empezó a avanzar a pasos agigantados hace diez años. El Ayuntamiento, entonces gobernado por el tripartito —PSC, ERC e ICV— aprobó la famosa y controvertida ordenanza municipal de civismo en 2005. Con esa ley se prohibía la prostitución en la calle cuando eso supusiera “una invasión del espacio público o limitación a otros usos”, si la negociación se hacía a menos de 200 metros de un centro escolar o si practicaban sexo en la calle. Las multas en esos casos ascendían a 750€, tanto para la trabajadora como para el consumidor.

Aquella ofensiva no pareció suficiente. Las prostitutas empezaron a organizarse y convocaron alguna manifestación, pero la polémica volvió a salir a flote. ¿Se acuerdan de aquella foto en la que un turista está follando con una puta en los alrededores de la Boqueria, que publicó El País en septiembre de 2009? Las leyes hay que justificarlas y qué mejor que hacerlo de la mano de los medios de comunicación afines. Janet, una de las trabajadoras sexuales que ejerce como portavoz para la plataforma Putas Indignadas, confiesa que el fotógrafo estuvo un mes buscando cada noche esa imagen.

[quote align=»center»]Trias se atrevió en aquel momento también a decir que legalizar el oficio no contribuye a mejorar la calidad de vida de las prostitutas. ¿De dónde sacó tan kafkiana conclusión? De “los indicios, estudios y pruebas”. ¿Qué tal si hubiera hablado con las putas?

Las fotos acompañaban una información con frases que contribuyen a criminalizar la prostitución: “En esos porches se refugian, entre carteristas y vagabundos que duermen, las prostitutas más degradadas de la ciudad”. Otra perla: “A media mañana, entre turistas despistados y comerciantes ajetreados, aún se ve alguna jeringuilla junto a la terraza de algún bar”. Nadie sabe quién es su propietario, pero la sentencia cuela perfecta en una información sobre sexo de pago. Por cierto, es el mismo periódico que en sus páginas de anuncios admite publicidad de putas de lujo.

Aunque aquel primer intento de persecución fue sonado, no era nada comparado a lo que vino después. En marzo de 2012, el exalcalde Xavier Trias, se puso en acción: decidió aceptar la iniciativa del PP, con quien necesitaba pactar para sacar muchas medidas adelante, y endurecer la ordenanza de civismo. A partir de su aprobación, la prostitución quedaba totalmente prohibida en las calles y los agentes dejaban de tener la obligación de avisar a las trabajadoras y sus clientes antes de multarles. Además, las multas por ejercer la prostitución pasaban de graves a muy graves, es decir, a importes entre 1.500€ y 3.000€. De nuevo, tanto para prostitutas como para clientes.

Merece la pena echar un ojo al artículo que Trias publicó en los principales medios catalanes para justificar la subida de las sanciones. “La mejor manera de luchar contra la prostitución es actuar contra la demanda, no criminalizar a las prostitutas y ofrecer unos servicios sociales, formativos y laborales de calidad para ayudar a las personas a salir del mundo del trabajo sexual.” Todo el mundo sabe que para no criminalizar a alguien, lo mejor es multarle con un mínimo de 1.500€ y después ofrecerle la salvación. Porque otra cosa que todo el mundo sabe es que la mejor manera de que acudan a tus servicios para huir del fuego eterno es que te masacren a multas. Trias se atrevió en aquel momento también a decir que legalizar el oficio no contribuye a mejorar la calidad de vida de las prostitutas. ¿De dónde sacó tan kafkiana conclusión? De “los indicios, estudios y pruebas”. ¿Qué tal si hubiera hablado con las putas?

No lo hizo. Como no lo hace casi ningún político, experto, agente policial o periodista. Para saber qué quieren las “esclavas”, que preferimos llamar vecinas del Raval, nos sentamos con ellas. Janet y Paula son portavoces de Putas Indignadas, una plataforma conformada por mujeres que ejercen la prostitución, colectivos vecinales, entidades y activistas. A pesar de que Trias aseguró una y mil veces que perseguiría a los clientes, ellas aseguran que el acoso que sufren desde que se aprobó la primera ordenanza, se intensificó durante su legislatura y llegó a ser atroz.

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Paula recuerda que desde que Trias comenzara su ofensiva, llegó a haber hasta 14 guardias urbanas en los 100 metros que tiene de longitud la calle Robadors y que las multaban por todo: “Por bajar la basura, por vestir de rojo, por fumar o por hablar con los vecinos”. El martilleo de la reinserción también les persigue: “Nosotras ya estamos integradas”, recuerda Janet, “no necesitamos que nadie venga a salvarnos con su misericordia, lo que queremos son condiciones para trabajar seguras”.

Podríamos pensar que las trabajadoras exageran, pero ellas no son las únicas vecinas perseguidas. Livia Motterle, una antropóloga y activista italiana que vive en el Raval, se fijó un día en ellas y le pareció que eran cuidadoras urbanas. Decidió aparecer un día por Robadors 23, uno de los bares que frecuentan las trabajadoras y comenzó a integrarse. Quería estudiar sus formas de protesta, y cómo eran perseguidas también a través del urbanismo. Una de esas tardes en que estaba hablando en la calle con una prostituta transexual, un agente se acercó y multó a la trabajadora, porque estimó que Livia bien podía ser una clienta y su conversación, una negociación por un servicio sexual. Eso sí, a ella no la multaron.

Janet y Paula cuentan que alrededor de 100 mujeres ofrecen servicios sexuales en el corazón del Raval por decisión propia. Tienen entre 20 y 75 años. Sí, 75, porque como el sexo no se reconoce como trabajo, no hay pensión. Cuando pregunto si lo han elegido, el sí es rotundo y después amplían el concepto: “Nadie trabaja por amor al arte”. Días después, en un puti-vermú organizado con motivo del Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales, Paula, micro en mano, dice: “Nos preguntáis si queremos regularizar nuestra situación, y yo me pregunto, ¿y vosotros?, ¿queréis ser reconocidos?, ¿queréis ser explotados? Queremos que se reconozca nuestro trabajo cuando el beneficio sea para nosotras y no para cuatro empresarios”.

No aceptan la idea de que el trabajo dignifica. “El sistema capitalista no quiere humanos, quiere máquinas productivas”, sentencia Paula. Así que levantarse a las seis de la mañana y cobrar 700€ por 40 horas semanales no sólo es precariedad, es esclavitud. Janet explica que cuando llegó a Barcelona, a inicios de los 80, encadenó trabajos en hostelería. Empezó en la prostitución cuando se cansó “de ser esclava”, literalmente. Paula la interrumpe entonces y dice “qué guay que está eso, ‘cuando me cansé de ser esclava’, para que luego nos digan que las esclavas somos nosotras”.

[quote align=»left»]»En los apartamentos, Janet tenía que pagar la habitación, que rondaba los 70€ y aunque se quedaba con todos los beneficios de su trabajo, le hacían pagar por las sábanas y los condones.»

El primer trabajo como puta de Janet, fue en un club allá por 1983. “Porque al principio no sabes cómo funciona este mundo”, relata. Si hubiera sabido que allí la explotaban —los empresarios se quedaban con el 50% de lo que ganaba la trabajadora— se hubiera ido por su cuenta desde el principio. Y eso que en aquel momento ganaba un millón de pesetas al mes por jornadas de ocho horas, “más que el presidente de entonces, Felipe González”. Pasó por los primeros topless de Barcelona, los clubs donde se empezaba a trabajar con las tetas al aire, y con treinta años, cuando vio que la juventud “venía empujando como en todos lados”, se pasó a los apartamentos. Al principio lo hizo con miedo, porque “se decía que allí había que hacer de todo” ya que estaba menos controlado. Tenía que pagar la habitación, que rondaba los 70€ y aunque se quedaba con todos los beneficios de su trabajo, le hacían pagar por las sábanas y los condones.

Hasta que, rozando la cuarentena, llegó a Robadors. Las normas no escritas del trabajo sexual dictan que “las viejas” tienen que ir a la calle, porque los clubs son para las jóvenes, guapas y aún con cuerpos de infarto. Pero allí descubrió la libertad: “Robadors era bicoca”, cuenta Janet con los ojos iluminados. Todo el fruto de su trabajo era para ella, el cliente se encargaba de pagar la habitación y con una o dos horas de curro, valía. El sueldo de una trabajadora sexual en Robadors puede llegar a rondar los 4.000€ mensuales. Janet conoció al resto de mujeres de la calle y se sintió, por fin, libre.

Este discurso contrasta con el oficial, que o bien quiere prohibir el trabajo sexual o bien regularlo bajo las normas de la actual economía de mercado. Paula rechaza la propuesta que hacía en campaña Albert Rivera, secretario general de Ciutadans, apuntada sin escuchar a las putas, frente a otras como la de la CUP o Barcelona en Comú (estas últimas más desdibujadas) que se han elaborado con la oreja puesta en el colectivo. Más que eso. Como vecinas y activistas del Raval, han estado en contacto con estos partidos y conseguido que sus programas lleven sus ideas. Incluso va más allá; Paula ocupará muy seguramente un cargo de consejera en la regiduría de Ciutat Vella, que aún no se había confirmado al cierre de esta edición.

No quieren que su trabajo se regule bajo los términos de este sistema, porque saben cómo está el gremio y lo que sucedería. Basta una foto del panorama. ANELA, Asociación Nacional de Empresarios de Locales de Alterne, una suerte de patronal del sector, está formada sólo por hombres (página 3 del pdf). Curioso en una profesión en la que la fuerza de trabajo es casi 100% femenina. Y otro dato interesante, para fisgones: José Luis Roberto Navarro, que fue director del Colegio Militar Jaime I de Valencia, es su secretario general técnico y responsable de la asesoría jurídica, cargo que compaginó hasta 2011 con la presidencia del partido ultraderechista España 2000, que ostenta desde 2003. El lema de este grupo político es “Ni uno más”, en referencia a los inmigrantes.

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La misma entidad asegura en su web que el negocio de la prostitución mueve 18.000 millones de euros en el Estado español y que los “empresarios” —el entrecomillado es suyo— ingresan por prostituta al año unos 45.000€. Como si de máquinas de billetes se tratara, justo lo que rechaza Paula. Su idea de futuro es bien distinta.

En la lucha contra el Ayuntamiento y en general, contra viento y marea, hubo una pequeña ventana de oportunidad, aunque sólo fuera un espejismo. La regidora de Dona i Drets Civils, Francina Vila, les solicitó, ya que no querían marcharse del barrio, un plan para quedarse, una propuesta. Pudieron, al fin, exponer sus reclamaciones: querían establecer una cooperativa autogestionada en la calle Robadors, 25. El edificio lo acababa de comprar el Ayuntamiento, un gesto muy simbólico porque además de estar ocupado por ellas, también había sido el emblemático Ateneu Llibertari del Xino, un espacio autogestionado desde 1994, donde el barrio se juntaba para resistir a la presión inmobiliaria. Tuvo una programación plural, abierta a todo tipo de artes y culturas: se presentaban libros, música, exposiciones y se hacía microteatro, talleres, fiestas… hasta que en 2007, el Ayuntamiento puso fin a 15 años de encuentros.

En el proyecto que presentaron, la planta baja sería una cafetería que serviría de punto de encuentro y negociación entre trabajadoras y clientes; en el primer y segundo piso habría habitaciones para ofrecer los servicios sexuales; en el tercero una escuela de formación para las mujeres y, en el último, alojamientos temporales. La mayoría de las prostitutas de Robadors son autónomas, pero también hay víctimas de trata y otras que dependen de un chulo. La cooperativa, con ese albergue, era una iniciativa seria y segura para que muchas abandonaran a los proxenetas.

Vila no tardó ni una semana en rechazar la propuesta. “Ya sabíamos que no saldría adelante, pero aun así no queríamos renunciar a una reflexión más profunda”, plantea Paula. La de quién explota a quién, la de si el trabajo dignifica. El cuestionamiento al sistema, en definitiva. El proyecto no deja, a pesar de todo, de ser un objetivo real; con Trias utópico, con Colau, terrenal.

[quote align=»center»]“Trias vino una vez al barrio y dijo que acabaría con la ‘esclavitud del siglo XXI’. Hoy él está en el paro y nosotras seguimos aquí”

Comprar el edificio de Robadors, 25, forma parte —junto con la ordenanza, el silencio, las multas y el lenguaje— de la estrategia del Ayuntamiento para echar a las putas del Raval. Pero no es el único aldabonazo a nivel urbanístico. Una de sus políticas fue comprar fincas a la baja, ponerlas en manos de promotoras y venderlas al alza. Pura especulación. Livia, que ha estudiado los procesos de gentrificación urbanística, cuenta que los nuevos vecinos de esas casas seminuevas, se quejan de que en la bodega de Rubén, que lleva toda la vida ahí, se siguen encontrando putas y clientes. Que esperaban que las cosas iban a cambiar y no ha sido así.

Además de comprar otras fincas en la misma calle —las últimas, los números 35 y 37 (página 5) en octubre de 2014—, el Ayuntamiento quería también abrir la calle para que “corra el aire”. En febrero de 2012 se inauguró la Fimoteca de Catalunya, en plena Ronda de Sant Pau. Incluso su web reconoce esa intención velada de gentrificar el barrio: “L’artèria principal més propera a l’edifici de la Filmoteca és la rambla del Raval, oberta el 1992 com a part d’una política de regeneració del barri, a la qual també hi ha contribuït la instal·lació de la Filmoteca en aquest entorn”. Livia ve una foto cristalina: con la instalación de la Filmo, las grúas violaron el corazón del Raval.

Lo que Trias no sabía es que ni por esas conseguiría echarlas. El puti-vermú en el que las trabajadoras sexuales reivindicaban sus derechos, se celebró en la plaza que hoy alberga la Filmo y era así, también una fiesta: “Trias vino una vez al barrio y dijo que acabaría con la ‘esclavitud del siglo XXI’. Hoy él está en el paro y nosotras seguimos aquí”, celebraba Janet entre los aplausos del resto de vecinas.

La visibilización y las concentraciones les llevaron incluso a reunirse con Trias en abril del año pasado. La reunión nunca fue pública porque, como dice Janet, “a veces con discreción las cosas salen mejor”. Nueve de ellas subieron a Sant Jaume y otra treintena esperó fuera. Le dijeron que eran mujeres de 20 a 75 años que querían ejercer la prostitución y querían hacerlo en condiciones seguras. Trias puso el grito en el cielo y sólo fue capaz de hablar de servicios sociales. Sus posiciones estaban en las antípodas, pero seguramente el exalcalde no esperaba encontrarse enfrente a mujeres empoderadas y acabó dando la batalla por perdida. A partir de aquella reunión, la represión policial frenó.

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El triunfo —a medias, porque sus derechos laborales siguen siendo ninguno— de Putas Indignadas tiene su clave en haber sabido impregnarse de todas las luchas del barrio. Forman parte de diversas reclamaciones de los movimientos sociales: han participado en las luchas de la Asamblea del Raval, en la denuncia por el asesinato de Juan Andrés Benítez, organizan y participan en debates sobre el TTIP, la ordenanza, derechos LGTBI…, y han sabido dejar claro que el Raval es suyo: “Nuestro oficio ha estado siempre aquí, forma parte de la historia de estas calles”, reivindica Paula.

Efectivamente, las putas han marcado el rumbo del Chino, que hoy es el Raval. Hablo con Pep Gómez, colaborador de esta revista y vecino que nació precisamente en el bar la Pilarica, que estaba en el número 21 de la calle Robadors (lo que hoy sería la bodega Rubén). Pasó su infancia colándose en los cines, descubriendo talleres de titiriteros y haciendo recados entre la lechería, la farmacia o la carnicería que en aquel tiempo daban vida a un barrio de migrantes, entonces aragoneses, andaluces o murcianos, hoy sudamericanos o asiáticos. Y en ese paisaje, las putas eran un elemento más.

Pep me enseña fotos de esa etapa de su vida y en ellas aparecen muchas mujeres que vendían servicios sexuales para sobrevivir: “Ni me planteaba por qué estaban allí, venían como los que lo hacían a jugar al ajedrez, o a tomar una cerveza, eran parte de la familia, parroquianas de las tertulias”. Integradas, como el resto de vecinos. Los motivos que las llevaban entonces a ofrecer sexo por dinero también eran económicos y también, decididos en la libertad relativa en la que siempre habitamos. Cuenta que su padre, tras años viudo, se enamoró de Marciana, una de las prostitutas del barrio. Empezaron una relación y la abuela de Pep comentaba en susurros: “Pero a él no le cobra”. Natural, como la vida misma.

Esa normalidad con la que las trabajadoras sexuales convivían con el barrio entonces y ahora contrasta con el imaginario que tenemos el común de los mortales. La mayoría de nosotros tenemos una idea de la prostitución en la cabeza, normalmente ligada a la trata, a las drogas o a la pobreza, porque así nos la han contado los medios. Y la religión. Y los poderes fácticos. Porque tener a unas mujeres vendiendo sexo, “que no son sumisas ni están controladas”, matiza Livia, contradice el discurso del sistema. “De las mujeres se espera que abandonen sus proyectos por el bien de sus familias”, dice Janet, para añadir que su libertad es verdaderamente lo que molesta. En ese sentido apunta también Paula: “¿Sexo por dinero es malo? No, lo que les parece malo es nuestro empoderamiento, así que satanizan nuestra sexualidad”.

[quote align=»center»]“Este trabajo ha significado para mí un tubo de escape del patriarcado. Lo he ejercido siempre en igualdad con mis clientes y en las negociaciones había un intercambio económico que me ha permitido alcanzar la independencia, que es lo que más nos hace falta a las mujeres, como ya reivindicaba Virginia Woolf en Una Habitación Propia

El problema del trabajo sexual en Robadors es que Robadors está en el centro de la ciudad. En el cruce de calles por el que transitan turistas. Livia ve cómo se traslada la criminalización desde los cuerpos a la ciudad. Una ciudad que está hecha para la familia heteronormativa que, paseando, no puede encontrarse con ellas. La prostitución puede existir, pero que no se vea. Que es exactamente la laguna legal en la que se encuentra el oficio en el Estado español.

El centro del debate hasta ahora estaba en si la prostitución es o no esclavitud. Las feministas abolicionistas lo consideran así porque creen que se comercia con el cuerpo y eso contribuye a la mercantilización de las mujeres. Pero las Putas Indignadas, que son las que ejercen el trabajo, quieren desplazarlo a la reclamación de derechos laborales porque no lo ven así: “No se trata de vender el cuerpo, sino un servicio sexual”. Se abre el juego: nosotros, sentados cada día ocho horas frente a un ordenador, ¿estamos vendiendo nuestra espalda y nuestros ojos, u ofrecemos un servicio a las empresas que nos pagan?

Además, las mujeres de Robadors han encontrado en el trabajo sexual una forma de combatir el patriarcado. Linda, una de las prostitutas que cogía el micro en la plaza de la Filmo, lo expresaba así: “Este trabajo ha significado para mí un tubo de escape del patriarcado. Lo he ejercido siempre en igualdad con mis clientes y en las negociaciones había un intercambio económico que me ha permitido alcanzar la independencia, que es lo que más nos hace falta a las mujeres, como ya reivindicaba Virginia Woolf en Una Habitación Propia”. Las putas, indignadas, quieren “revertir la semilla del mal que supuso la aprobación de la ordenanza de civismo en 2006 —Barcelona fue pionera— y desarrollar un modelo propio que pueda ser la semilla del bien”, concluye Paula.

Son lo que no esperábamos encontrar. Mujeres que conocen el barrio y, como vecinas, se relacionan con el resto de sus moradores. Mujeres que además de madres, novias, consumidoras y votantes, tienen un discurso feminista y un sentido de la cultura fuertes. Una última anécdota para cerrar: Janet me cuenta cómo le sorprende que en cuanto a una chica joven le sueltan algún piropo indecente por la calle, baja la cabeza y sigue su camino. “A nosotras no nos pasa eso, nosotras vamos con la cabeza bien alta y son ellos los que la agachan.” Pero claro, ¿a quién le interesa tanta libertad?