En uno de los debates electorales, Gabriel Rufián (ERC) le espetó a Meritxell Batet (PSC), quien estaba divagando sobre el “encaje” de Catalunya en España: “Catalunya no es un mueble de Ikea que haya que encajar en ninguna parte”.

Y es que entre otros campos semánticos en que la política se metaforiza, como puede ser el bélico —“lucha, contienda electoral”, “planes estratégicos”, situaciones que “estallan”, etc.—, o el médico —“sanear la economía”, “diagnóstico o pronóstico de una situación”, etc.—, encontramos el campo doméstico, lo cual, metafóricamente, ya es un oxímoron: pero dejemos esto de lado.

Doméstico proviene del latín domesticus, que significa relativo a la casa (domus), la familia o la nación. De él también provienen “domesticar” y “domar”, así como domicilium (domicilio) y dominus (señor). Y, tanto en el lenguaje político como en el lenguaje corriente, las metáforas domésticas son muy comunes: tenemos, por ejemplo, que “reformar” la constitución, o “sentar las bases” de un acuerdo, o específicamente, en el ámbito doméstico higiénico, leemos declaraciones como “tirar a la basura el voto”, “el PSOE ‘desempolva’ el voto útil”, “lavar los trapos sucios”, o las muy racistas de García Albiol cuando reclamaba la necesidad de “limpiar” Badalona, obviamente en aras de una “pureza” divina digna de la Inquisición o del III Reich.

Al fin y al cabo, el gobierno de un país tuvo su origen en el gobierno de la casa, y la palabra economía significa precisamente esto: del griego oikos (casa) y nomos (ley). Por lo tanto, no extraña que Podemos adaptara su programa electoral a un catálogo de Ikea o que los desahucios y las hipotecas hayan sido la punta de lanza de la carrera política de Ada Colau.

Pero hay más. Después de los resultados electorales del 26 J (debe ser un jamón de la boina, dijo uno), no sabemos si España es la Casa de la Pradera o la Casa de Bernarda Alba, o una imagen superpuesta de las dos. Los resultados en Cataluña son una anomalía comparados con el resto del país: no se podrá romper España aunque muchos quieran desconectarse (metáfora doméstico-eléctrica) de ella. Todo seguirá encadenadamente igual.

En uno de los mejores libros sobre la historia de este país, España. Ensayo de historia contemporánea, Salvador de Madariaga afirmaba que el mal llamado problema de los catalanes consistía en que eran los más españoles de los españoles: extremadamente independientes, fieros, muy suyos (en palabras de Rajoy: “Mucho españoles”). El carácter de los catalanes era una acentuación del de los castellanos, como matriz hispánica. A pesar de que hoy en día sea difícil creer en caracteres nacionales (hablo por mí, obviamente, porque en España y Europa es la posición política de moda), sí que podemos arrojar algo de luz con la etimología.

Como se sabe, “Castilla” proviene de “castillo”, y este del latín castellum. Pero se tienen muchas más dudas sobre el origen de “Cataluña”. Algunos dicen que provendría de Gothlandia, como tierra de los godos. Otros creen que el origen es un príncipe alemán o francés, Otger Cathaló, que luchó contra los árabes en el siglo VIII. Pero existe otra teoría: “Cataluña” proviene de castlà, del francés chastelain, gobernador de un castillo, de forma que compartiría el mismo origen con Castilla. Imagináoslo: Castilla y Cataluña, siempre tan opuestas, al final provendrían de la misma palabra que, en definitiva, era una casa de la edad media.