Foto: Markel Redondo / Sand Castles II

Formo parte de la generación de arquitectos y arquitectas que, al terminar la carrera, chocó de frente con este sinsentido y con una situación de precariedad alarmante.

Hubo un tiempo en el que los arquitectos tenían una posición laboral privilegiada. Podremos estar más o menos a favor, pero el caso es que gozaban de un cierto reconocimiento y el trabajo no faltaba. Los encargos llegaban y los estudios crecían a medida que la construcción se situaba en el centro de la economía estatal.

Pero llegó la crisis económica. O más bien la provocamos. La burbuja inmobiliaria fue un despropósito y nos tocó pagar las consecuencias. Desafortunadamente, a muchas personas de muchos ámbitos diferentes. Y, en especial, al sector de la construcción, que se vio afectado de manera radical y directa.

Formo parte de la generación de arquitectos y arquitectas que, al terminar la carrera, chocó de frente con este sinsentido y con una situación de precariedad alarmante. Después de 6 años (o más) de carrera, venían años de trabajo sin cobrar, falsos autónomos o contratos de media jornada que de facto eran jornadas completas. En muchas ocasiones con un sueldo irrisorio, sin contar los fines de semana o las noches de trabajo hasta la madrugada. Y de allí que muchos se fueran del país para buscarse la vida.

Esta situación in extremis hizo que nos replanteáramos la disciplina. Cambiar nuestra percepción de lo que entendíamos por trabajo. Era cuestión de renovarse o morir.

Y a través de la renovación, también sentirnos coherentes con la sociedad y con el mundo. Teníamos que pararnos a pensar y desarrollar una profesión más justa y respetuosa, basada en la ética social y medioambiental.

Muchos apostamos por crear nuestro propio camino sin estancarnos en etiquetas preestablecidas. Puestos a cobrar poco, al menos vamos a hacer lo que nos guste y de la manera que queramos.

En mi caso, decidí no construir. No de cualquier manera. Por ética y porque me interesaban más otras vías. Y desde entonces recibo una pregunta que se repite como una constante: “Ah, eres arquitecta, pero ¿ejerces?”.

Pues señor/a, depende de lo que usted entienda por ejercer la arquitectura. Creo que hemos superado ya la época en que percibíamos la formación y la carrera profesional como algo inamovible. Creo que estudiar y trabajar implica un crecimiento personal que nos puede llevar a muchos lugares. Todo suma. Creo que la arquitectura, como disciplina técnica y artística, te prepara para ser capaz de proponer soluciones creativas a situaciones con muchos condicionantes. No solamente a diseñar y construir edificios. Sí, yo creo que ejerzo cada día.

Dejemos atrás la mentalidad obsoleta que nos encasilla y nos limita. Ya que hemos tenido que sufrir la precariedad, por lo menos que nos podamos quedar con lo bueno de todo esto. Las disciplinas se entremezclan y andamos hacia un camino renovado, flexible y ético. Poco a poco, hacia un trabajo que no sea solo un sueldo.