Os tengo que contar un secreto. Durante un largo tiempo os he estado contando algunas historias del Upper; de cómo se sustrae, por ejemplo, la sensibilidad artística. Os he contado también lo bellos y esbeltos que son los ciudadanos del Upper Diagonal, porque la belleza se designa con los cánones que ellos deciden. Bien, por eso y por lo del tiempo libre para cuidarse, ir al gimnasio –al gym perdón– o a yoga. También os he hablado de la competitividad inherente a los vencedores, el círculo autoconcluyente en el que para ser un vencedor debes ir a las mejores escuelas y hacerte rico. Y de como para ir a las mejores escuelas para ser un vencedor debes de ser rico.

No hemos comentado, por cierto, el impacto medioambiental que tiene alojarse en un idílico resort playero, ni el coste inherente a practicar clases de violín con madera de olmo ancestral. Es un tema que dejamos a la gente seria y bien informada y no al escriba de los cantares Upper. Todas estas cosas son, para el sujeto Upper Diagonal el reverso dorado de una verdad no tan reluciente: el choriceo.

Cuando ven que sus mitos son inalcanzables que una rancia y triste avaricia se apodera de sus almas.

Me explico: ¿Saben aquel que diu que me fui a Harvard por lo del Master pero en realidad estuve comiendo jamón en Jerez de los Caballeros? ¿No? Probemos con otra, siguiendo con las analogías del mundo del embutido: El Upper, como la política, tiene mucho que ver con la manufactura de las salchichas: están muy ricas en el plato, pero no quieres saber cómo han llegado hasta allí. Lo que quiero decir es que, en el fondo, ni ellos mismos se creen su propio relato. Sufren en silencio el peso de las grandes expectativas vitales, y, al igual que como el mortal común puede ver en esta clase social un espejo en el que reflejarse, ellos hacen lo mismo. Ser un banquero drogadicto como Di Caprio en El Lobo de Wall Street, o petarlo en el mundo de las influencers como….da igual, no me sé ninguna. Pero es cuando ven que sus mitos son inalcanzables que una rancia y triste avaricia se apodera de sus almas; cuando, después de un intenso invierno en el gym, de gastarse cantidades indecentes en un traje de seda y con un Mini Coupé Plus Ultra rojo descapotable les asola la mediocridad. Entonces es cuando despierta lo cutre: llamémosle, por poner un nombre al azar, Espíritu Cifuentes.

El Espíritu Cifuentes es el mecanismo de clase que establecen los Upper para vender limones a precio de trufa. Por ejemplo: un Upper puede ser, perfectamente, un alfabeto funcional; pero se aprenderá los nombres de Adam Smith, Cicerón o Yves Saint Laurent solamente para parecer que sabe. Esta verdad ya es de por sí empoderante, ya que de lo que se nutre el Upper es precisamente del miedo y el complejo de inferioridad. Por eso, si alguna vez un Upper os invita a cenar a casa y os dice que se ha pasado la tarde cocinando, preguntadle la receta, y si os dice que habla mandarín a la perfección, pedidle que os traduzca lo siguiente: “cuando la mediocridad riega los campos, no hay edulcorante que salve la fruta”.