Hace años tuve la ocasión de entrevistar a Seth Segelaub. Entonces yo no sabía quién era. Incluso habiéndome leído varios textos sobre su recorrido artístico para preparar la entrevista, me faltaba un dato fundamental. O más bien una demarcación de su actividad dentro de la historia del arte que seguramente habría incrementado considerablemente mi nivel de nervios y que agradecí conocer más tarde. Porque no es lo mismo entrevistar a alguien que ha hecho muchas cosas dentro del mundo del arte —como tantos otros— que a alguien que ha pasado a la historia por ser una suerte de fundador del arte conceptual neoyorkino. Y sin ser artista. Seth Segelaub podría ser definido como un protocomisario, un germen de lo que muchos hacemos o intentamos hacer, pero desde Barcelona —con su poco alcance internacional— y no desde el Soho de Nueva York —epicentro de muchos seísmos artísticos.

De aquella entrevista recuerdo casi exclusivamente su respuesta a la pregunta de por qué cerró su galería a los dos años de abrirla. Porque tener una galería de arte es muy aburrido, lo divertido es ir a las inauguraciones de los demás. Se me ocurre que, además de esta falta de diversión (tienen que gustarte también los negocios), un motivo evidente para no tener una galería es la falta de dinero para activarla, para alquilar un espacio, pero también para mantener toda la logística que implica, además de los viajes y transportes a ferias en otros países y continentes. Otro podría ser la falta de compradores y de coleccionistas. Pocas cosas deben ser tan difíciles de vender como el arte contemporáneo. Y más en un país donde su valoración dista mucho de ser satisfactoria. Aunque, por un momento, me estoy imaginando todo lo contrario: que Barcelona fuese célebre no por el Barça, sino por sus galerías y su índice de ventas artísticas.