A nadie se le ocurriría hablar de iron art, de glass art o de paper art. Pero sí de video arte.Hace poco tuvo lugar el Loop Barcelona 2015. Ante la duda que generan las definiciones, podría ser considerado como una feria de video arte que es un festival de video arte o un festival de video arte que es una feria de arte. Para alguien que pertenezca al sector del arte, confesar que nunca antes había estado debe ser parecido —estirando mucho las analogías— a pertenecer al mundo de la música y no haber pisado el Sónar. Mis motivos para no haberlo hecho antes son de diferente índole, entre ellos mi caduca creencia de que el video arte no me gustaba al entender que incluía obras y trabajos que todavía siguen sin gustarme, a pesar de que muchos de los proyectos que más me han conmovido —sin moverme de sitio— existen en este formato. Otro motivo es la inoperatividad de las categorías que resumen prácticas artísticas en función de los medios o de los materiales que utilizan. A nadie se le ocurriría hablar de iron art, de glass art o de paper art. Pero sí de video arte.

Dentro de ese entusiasmo que produce el hacer las cosas por primera vez, aunque sean muy obvias, la particularidad del Loop reside en que es la primera feria (¿o era un festival?) de video arte. Particularidad que rápidamente nos lleva a cuestionarnos desde el coleccionismo de obras que se basan en la hiperreproductibilidad digital hasta el hecho de medir desde la unicidad algo potencialmente múltiple, o, en el caso de la conversión de la cultura en marca, si es necesario que la palabra Barcelona aparezca siempre por todas partes. Pero una vez superada esta propensión al cuestionamiento, uno entra en el Loop, que también es un hotel, para disfrutar del arte y de la extraña situación de pasarse el día de cama en cama, de hotel, y de pantalla en pantalla. Pero sin piscina.

[gdl_icon type=»icon-asterisk» color=»#222″ size=»18px»]Foto de Carlos Collado