El 6 de agosto del año pasado fue mi 30 cumpleaños y para celebrarlo salimos a festejarlo por el centro de Barcelona. Fue una noche rutinaria, cenamos en las terrazas de los pakis de ronda Sant Pere, nos tomamos un par de copas para entrar en materia, unos jaggermasters para sprintar y fuimos a la plaza Real. En el fragor de la batalla perdí a todos mis amigos, vi al último enfilar Rambla arriba con una rockera sediciosa. Solo y algo melancólico me senté en calle Ferrán con una lata y al levantar la vista vi el callejón del primer after que frecuenté en Barcelona, cuando llegué con el hatillo del pueblo, diez años atrás: el Chev Popof, regentado por un exjugador del Espanyol. Por suerte, me rescató un colega descolgado y con ánimos renovados fuimos al penúltimo after de Lola*, un auténtico resistente de la Barcelona subterránea.
Entre esos dos afters han pasado 10 años y decenas de tugurios más o menos indeseables, más o menos memorables a los que aquí quiero rendir homenaje ahora que todos en esta ciudad tenemos que estar guapos, limpios y ordenados para entonar juntos “Bienvenido, Mr. Russian”.
Ilustración: Elisa Munsó
El antro y sus habituales – una relación de amor
Para los más despistados, un after es el embudo-colador de las noches. Por arriba derramas a todos los que salen de sus casas cuando anochece con motivaciones variopintas y por abajo gotean los insaciables, los incautos, los perdidos y los taciturnos que no tienen nada que hacer en casa cuando amanece. Abre cuando todos cierran y cierra cuando el último desfallece o la policía sobrepasa el aforo.
Según Cary, un colega cineasta de voz aterciopelada y fan de Kaurismaki, que entró de rebote en el negocio nocturno y ahora vive de ello: “La gente que va de after se divide entre los inadaptados y los que no se quieren adaptar, los que viven de ese entorno y los que no quieren estar solos. Cuando ofrezco un flyer a la salida de una discoteca evito decir la palabra ‘after’, que es una palabra que suena a pecado en esta sociedad que se cree libre, y de religión católica, pero que presume de no serlo. Prefiero preguntar: ‘¿Una copa más?’ o ‘¿Quieres seguir de fiesta?’. Básicamente creo que quieren continuar pasándoselo bien sin remordimientos o no irse a casa solos. Entonces son ellos los que me preguntan a mí si se trata de un ‘after’, pero para asegurarse de que no les van a cerrar a la media hora de llegar”.
Hace diez años cuando tocaban las 3 de la mañana, las opciones para tomarte una copa si no querías ir a una discoteca eran amplias y variadas. Los bares apuraban con las puertas semicerradas y siempre había una opción. Hoy, Barcelona recibe 8 millones de visitantes, y subiendo, y el modelo de ciudad que quieren imponer es de fusta y redil. Nuestra ciudad se desangra entre el provincianismo nacionalista y la esterilización de parque temático. A consecuencia, los afters están en la lista de McCarthy. “Barcelona está en venta, ya lo sabes”, suspira mi amigo Cary. “La millor botiga del món es una ‘botiga’ que se vende a sí misma, donde los pequeños comercios de barrio o librerías preferidas van siendo sustituidas por centros comerciales y franquicias repugnantes, llenando la ciudad del peor turismo posible y despersonalizándola hasta extremos irrespirables. Y la noche no escapa a eso. Pero los afters sí, mientras sigan existiendo.”
En los años que llevo viviendo aquí, y este artículo no pretende exhaustividad estadística sino algunos rondares personales, se ha pasado de una permisividad del “mirar para otro lado” a una persecución dura por parte de nuestros mandarines, pero como diría Galileo “Eppur si muove” –y sin embargo se mueve−.
Ilustración: Elisa Munsó
Buscando la penúltima – o cómo encontrar un after
Llegados a este punto conviene advertir la gran paradoja de este artículo. Su sola existencia pone en peligro lo que pretende poner en valor. El uso de la transmisión oral es lo que posibilita su supervivencia y clandestinidad. Así que sólo hablaremos de locales ya extinguidos y de un mundo cercanamente pasado. Los vivos tendrás que ganártelos tú apatrullando las calles, joven Mosso.
En nuestra pandilla hemos afianzado un término que es “puertear”. Consiste en rondar al abrigo de las discotecas en busca de chanza y compañía, sin intención ninguna de entrar. El puerteo es el mejor método de conseguir información. Nuestros puntos calientes son la plaza Real (pero ¡ojo!, la zona Sidecar-Karma, no la del Jamboree) y la placita enfrente del Apolo. Ahí puedes escrutar a la fauna, localizar a los líderes de las manadas y a los díscolos anacoretas y asaltarles sin miedo a que te roben un riñón (el porcentaje es residual). Ahí necesitas tu mejor traje de saliva, caer en gracia o invitar a perico. El cierre de las discotecas es el momento climático y donde te juegas los cuartos. Si no te mueves bien, te vas a casa; si eliges mal equipo, igual matas la noche al cuarto de hora.
Otra opción que funciona a veces es preguntarle a los “subhumanos” que son para nuestro Ayuntamiento los ciudadanos pakistaníes y bengalíes que venden, para alivio de nuestros bolsillos, latas. Aquí me gustaría recordar aquella animación naif que hizo el Ayuntamiento hace un par de años en las que unos alegres arios mozos bien vestidos con sus camisitas y sus barbasús rechazaban cervezas de brazos morenos que salían de papeleras y alcantarillas. Matrícula de honor en cosificación y racismo, Mr. Alcaide. Los lateros son muy respetuosos con los afters, por la cuenta que les trae, y se suelen colocar en las calles adyacentes o cruces. Pueden ser buenas balizas.
Una vez has llegado a un antro es pan comido y muy socorrido iniciar una charla sobre un mapa actual de tinglados abiertos a esas horas para la próxima vez y de paso reabrir las heridas sobre los pasados locales caídos.
Así, el grosso de los afters en Barcelona siempre ha estado situado en las zonas más incontrolables para las autoridades, lo que nosotros llamamos el DeepDeep Gótico y el DeepDeep Raval. La gentrificación (tenemos un problema Casteller-de-JordiPujoles y es el 3%) de la zona de prostitución histórica del Raval, alrededor de Sant Ramon y Robadors, ha supuesto un cambio drástico para las vecinas Mónica del Raval y Carmen de Mairena (nuestras más televisivas y ajadas prostitutas) cepillando un buen núcleo de locales, al igual que el cluster cultural alrededor del MACBA. Ahora el Deepdeep Raval comprendería el área entre Rambla del Raval, Sant Pau, Cera y Ronda Sant Pau. El Deepdeep Gótico serían los alrededores de la Plaza del Tripi, Lleona y Còdols.
Ilustración: Elisa Munsó
Tipologías de after
En la definición de after hablábamos de cierto tipo de antros, aunque aquí desbordaré esa definición ya que los mañaneros son imprevisibles.
AFTER-DISCOTECA
Desde el endurecimiento en 2009 de la ley están contados y duran poco. Desaparecieron los míticos Merci y Souvenir, auténticos tótems del extrarradio, a los que yo nunca fui. En Barcelona centro, la mayoría están situados en el Eixample, tienen exiguos permisos de cafetería que les permiten bordear la legalidad y te cobran por entrar, aunque puedes tratar de hacerles el lío. El más mítico en el que estuve fue la dupla Balmes88-Balmes90, cinta adhesiva de doble cara. Dependiendo de tu estado de ánimo vitaminado podías ir al más fino y luminoso donde veías camisas planchadas y alguna corbata, y luego cambiarte al contiguo donde apenas brillaban las lentejuelas de travelos paraguayos que se acercaban a tu paquete. Un partenaire amigó con un travelo al que invitó a una zapatería a comprarse un nuevo calcero más acorde con su outfit, aún guardamos el extracto de la cuenta corriente como prueba, entre zapatos y vermuts le salió por 150 plomos.
AFTER-ANTRO
Las niñas de mis ojos. Son baretos que reabren de madrugada jugándosela a un multazo o locales atrezados con el camión de muebles del Ayuntamiento, donde la música es secundaria. Representan la mejor filosofía after que hay en la ciudad. Pulula lo mejor de cada casa, ahí he vivido las historias más surrealistas y hecho buenos colegas que conservo. Sin pretender idealizarlo, allí concurre la canallada y la bohemia, aunque también hay bien de ladrones, camellos y buscavidas, gente aparentemente peligrosa e individuos arrasados por las drogas. El poder judicial no existe, el legislativo recae sobre el dueño del agujero y el ejecutivo sobre los seguratas. Para su subsistencia el papel de los porteros es capital. La actitud buenista no sirve. Cuanto más duros son los vigilantes, mejor ambiente se conserva y más recorrido tiene el local. En una especie de paradoja utópica la mano dura abre un espacio de libertad en la ciudad. Algunos lograron un equilibro perfecto durante un tiempo, hablo del RedRocket, el Malpaso, el Papillón, el Yisus o el Armario, y ahí pasé los mejores ratos. También vi cómo el yanqui hippie del Armario no supo controlar la entrada de albano-kosovares con dientes de oro y se ahogó la fiesta.
PISO DEL EIXAMPLE
Muchas veces alguno de la tropa ofrece su piso para seguir el periplo. Si estáis pensando en cómo a un individuo se le ocurre ofrecer su parquet y su desvencijada nevera a extraños pensaréis que es un acto heroico. Pues lo es pero tampoco tanto. Lo que yo he visto siempre ha sido civismo, y quizás aquel conejo blanco se pudo caer por el balcón, pero luego descubriste que sólo se escondió acojonado en el alero. Para mí siempre es la peor opción porque son habas contadas y si no hay un equipo nutrido con gran potencial el chisme se reduce a una mesa de farlopa y cadáveres amontonados en los sofás. Si te aburres, quedarte dormido siempre es una opción. Una vez me desperté con un Goya en el regazo. Hablo del Eixample como medicamento genérico pero también puedes caer en el Borne o en el Raval.
CAFETERÍA RANDOM
Diferentes terrazas de baretos cualesquiera que están en los aledaños de los afters se convierten en lugares improvisados de reunión de especímenes. Para almorzar y tomarte la última, cercano a la retirada o haciendo tiempo para ir a otro agujero. Sitios como El Rincón del Artista o La Rouge (donde dejaron de vender cerveza por las mañanas una temporada). También auténticos clásicos del almuerzo, El Reloj de Via Laietana o Els Tres Tombs. No sueles ser bienvenido y hay que procurar ser siempre respetuoso con el contacto. Es el único tipo de afters donde se produce ese peligroso fenómeno Lacaniano del reflejo en el Otro, el otro madrugador, el otro que va a trabajar, el otro que va a correr unos kilómetros o el otro que se toma un café leyendo las mentiras diarias de La Vanguardia (exceptuando a Rafael Poch). Estos lugares son la laguna Estigia de Barcelona y quizás es estrujar mucho la metáfora, pero el camarero parece venir vestido de Caronte hacia mí.
NAVES OKUPAS
Una especie en extinción, apéndices de las raves en el monte. El primero que conocí era en la calle Tánger, de ahí que lo llamáramos Tánger, un clásico también ponerle el nombre de la calle al garito. Eran los tiempos gloriosos del Razz, y quedaba muy a tiro, lo llevaban unos perros y unos franceses que tenían a sus niños correteando por los tejados, harto triposa la imagen que conservo. Suelen ser sitios en ruinas, espaciosos, decorados con grafitis y demás atrezo artístico-punk de reciclaje. Se mezcla la tribu ravera y los fiesteros del centro. Manaban por Poblenou principalmente. En Gracia teníamos uno en la calle Banyoles, El Monstru. Ahora hay un par de duplex con un cartel de SEVENDE, llamé para alcahuetear y me pidieron 750 mil trompos, uno encima del otro.
CAJÓN DE SASTRE
Garitos inclasificables que bien necesitan de un apartado especial para darles lumbre.
Parking carrer Guàrdia. Un parking de 2.000 metros cuadrados que regentaban unos punkis. Era como un loft desvencijado de algún famoso diseñador barcelonés. Un espacio diáfano con sofás, gente relajada y un proyector con una Nintendo Wii para jugar a tenis al ritmo de la música. Se mascaba la tragedia, a los dos meses estábamos 400 personas y cuando pasaba el coche de los Mossos, se avisaba, se quitaba música y luz y quedaba aquello un poquito cámara de gas durante unos minutos. Al poco tiempo un muro de ladrillos sustituyó la puerta metálica.
Barato. Un mítico. La mezcla perfecta de pista de baile y bareto. Un bar Manolo ravalero nada sospechoso que abría de mañana. Al fondo y a través de una inocente puerta corrediza entrabas en lo negro. Lo negro era un espacio del tamaño de una caja de zapatos donde atronaba el tecno, siempre con sesiones de DJ’s. A los quince minutos ya podías ver algunas sombras y colores verdosos. Lo sublime del bar era el IN/OUT de la puerta corrediza. Al lado había una peluquería pakistaní que por tres euros te arreglaban el pelo si te veías feo a esas horas.
Ácido Óxido. El after con el nombre más fino de Barcelona. Un punto ciego de maricas con camisetas imperio. Los meaderos de pared estaban dispuestos como si fueras el DJ, pudiendo ver desde la altura todo el local. Los chicos entraban gratis y las mujeres apoquinaban. Fui por primera vez junto con mi colega “Mucho-cartucho” sugestionado por un matrimonio de maricas (Sres. Perra) que una vez allí nos protegieron honradamente del azote de los autóctonos, que rápidamente nos identificaron como cabra en jaula de Tyrannosaurus Rex
Fábrica Rambla Prim. Llegamos allí tras el anual walk of shame post Primavera Sound. En la puerta un joven italiano de 1,50 con aspecto de nerd, encorsetado entre dos negros de dos metros, te cobraba. Dentro descubrías un almacén sin techo con máquinas inverosímiles oxidadas. Intuitivamente seguías el caminito zaleado hasta descender por unas escaleras a un local diáfano que ríete tú de la fiesta de BLADE. Si eres claustrofóbico este era el lugar perfecto para una terapia de shock.
Asociación de Gays y Lesbianas. Su ingeniosa manera de sortear la legalidad era hacerte un carnet de socio al entrar. Una vez en el ajo, jaula central de uso público, cuarto oscuro bien enratonado y baños verde luciérnaga. Los maricas siempre se lo han montado muy bien en esta ciudad.
Tuve sed y me dieron de beber
Hay sólo un diminuto “clic” entre irte a casa a comer unos huevos fritos y tomarte la penúltima cerveza. El after es quizás la solución al fracaso total o parcial de las discotecas, espacios perfectos de baile y ligue, pero no de socialización. Si quieres “que pasen cosas”, que es como un amigo que sale a las 4 de la mañana de casa dice, hay que buscar fuera de las autopistas de peaje.
El after se ha convertido para muchos de nosotros en el núcleo central de la noche y el mejor motivo para no convertirnos en corredores domingueros de maratón. Nos iguala a todos, moros, queers y cristianos, y nos devuelve nuestra imagen grotesca y esperpéntica, como los espejos cóncavo y convexo del callejón del gato a Max Estrella. Las motivaciones de la nocturnidad alevosa no son muy homologables y ahí quizás reside el gran misterio y atracción, aflorar y canalizar la imprevisibilidad y espontaneidad que hemos ido censurando de nuestra vida diaria de pantone gris. Mi colega Cary me lo resumía apasionado: “El mundo que nos rodea en el horario laboral habitual me asquea y prefiero comunicarme con la comunidad a otras horas, preferiblemente de noche, que es cuando la gente se permite soñar. No he venido a este mundo a que una alarma me despierte cada día de mi vida, y creo que no es tan loco el dormir cuando uno tiene sueño y comer cuando entra el hambre. Espero que de una manera u otra pueda mantenerme en los márgenes de la sociedad, ganándome la vida a mi manera, libremente, y seguir disfrutando de mi tiempo, a menudo confundiendo cuándo se trata de tiempo libre y cuándo es trabajo”.
Este 6 de agosto ha vuelto a caer otro añito y aunque algunos de mis amigos amenazan retirada a base de dietas de rábanos para resetear su aparato digestivo, no pienso ceder ni un paso al sentimiento de culpa de lunes del fiestero, al recurrente mantra del “nos hacemos viejos” o al discurso europeo de la productividad alemana. Si hay que echar el freno que sea por aburrimiento y hastío. Mientras tanto, seguiré respetando nuestra tradición católica que en boca del Apóstol Mateo nos dicta: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis”. •
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* Nombre cambiado por la redacción