“Yo lo único que quiero es que me traten como a una perra, ¿es tanto pedir?” A simple vista, Jacinto L., vecino del Clot, parece un hombre gris cualquiera enfundado en su traje barato de comercial de Tecnocasa. Contable, 58 años, menudo y discreto, ha vivido toda una vida “sin conocerse”, como él mismo describe, “y ahora que me conozco, no me dejan disfrutarme”.

«De repente aparecieron los jefes de planta y, al verme el canalillo, me reprobaron con esa suerte de paternalismo machista tan casposo y que tanto les toca la moral a las feministas. Pero eso me puso a cien, me sentí vivo.»Hace año y medio Jacinto descubrió su verdadera vocación: “Soy exhibicionista y sumisa. Lo mío no es una cuestión de transexualidad. Soy un tío y me siento bien así, no quiero que me sodomicen ni nada por el estilo, pero quiero ser humillada. Es difícil de explicar, pero así me ha hecho Dios”. Hace poco ha celebrado los 20 años de matrimonio junto a su esposa María Luisa, a la que considera “una santa”. “La Mari ha vivido mucho conmigo, porque antes era muy depresivo, tenía deseos y pensaba cosas que me asustaba de mí mismo. Hasta el día en que me descubrí.”

La iluminación le llegó después de un afortunado sueño durante la hora de la siesta. Tal cual. “En el sueño yo era una azafata de El Corte Inglés. No te puedo decir de qué sección, pero iba con mi faldita y mi camisa blanca impoluta indecentemente desabrochada. De repente aparecieron los jefes de planta y, al verme el canalillo, me reprobaron con esa suerte de paternalismo machista tan casposo y que tanto les toca la moral a las feministas. Pero eso me puso a cien, me sentí vivo.”

Después de ese sueño revelador, Jacinto ha ido dando rienda suelta a sus anhelos de humillación y exhibicionismo de todas las formas posibles, sin dar nunca con la fórmula perfecta. “Primero pensamos con la Mari que lo mejor era contratar a un amo profesional. Y no estuvo mal, pero yo necesitaba algo más, el escarnio público.”

Para conseguir su objetivo, decidió exhibirse desnudo. “Empecé a hacerlo frente a una ventana en el salón de casa, pero ya ves tú quién me vería desde un sexto que da a la Meridiana. Una madrugada reuní valor y bajé a la calle, a ver qué pasaba. Paseé en pelota picada por la Sagrera y el Congrés, pero sólo me encontraba con grupos de jóvenes borrachos que se reían y me aplaudían, que no era exactamente lo que iba buscando. Unos basureros hasta me vitorearon”, relata con resignación.

Después de tan desalentador resultado, Jacinto cambió la estrategia: empezó a salir vestido de mujer. “Pero no de mujer-señora, ¿eh? De putón como Dios manda. Pensé que daría en el clavo con eso, porque a las señoritas que van así, digamos, más destapadas, las dejan muy mal paradas. Mi Mari lo sabe bien de cuando era jovencita y salía de fiesta con la minifalda.”

[quote align=»left»]»Yo quería que me trataran como a esas chicas que entraban a comprar tabaco en shorts; que me soltaran un ‘¿te ayudo, guapa?’ o un ‘¡a dónde vas tan fresquita!’. Pero todo lo contrario»Pero las decepciones continuaron: “Iba a los bares de barrio, esos bares de azulejos y de señores de Larios limón y máquina tragaperras. En el que veía más hombres, ahí que me metía”. Nos cuenta Jacinto que, durante los meses que llevó a cabo esta práctica, pocas veces recibió una imprecación o una falta de respeto. “Yo quería que me trataran como a esas chicas que entraban a comprar tabaco en shorts; que me soltaran un ‘¿te ayudo, guapa?’ o un ‘¡a dónde vas tan fresquita!’. Pero todo lo contrario, me trataban con una cortesía y un respeto que ya quisieran muchas mujeres para sí. ¡Incluso me protegían! Un día un borracho me insultó y tres o cuatro individuos saltaron en mi defensa. Con las ganas que tenía yo de que pisotearan mi honor y no había manera, tú.”

Aunque Jacinto no cejará en su intento por sentir en sus carnes la impronta del machismo, dice estar ya falto de ideas: “Una chica enseña un pezón en Facebook y la persigue la Santa Inquisición; yo hago lo mismo y nadie se inmuta. Me paseo en pelotas por la calle y me aclaman; si lo hiciera una señorita dirían que va provocando. Esto es discriminación. ¿Qué tiene que hacer un hombre para que lo desprecien y pongan su dignidad en tela de juicio? No entiendo nada”.