O cómo mantener la paz social de nuestros barrios: Haciendo balance de los seis primeros meses en La Nova Esquerra de l’Eixample he de decir que aprueba con un notable alto. Sobre todo después de 5 años en el Born, donde la vida de barrio se reducía a un bar en concreto y a una tienda de muebles de mimbre que ya está en liquidación, porque dime tú qué pinta una tienda de muebles de mimbre entre bares de copas y tiendas de souvenirs. En el nuevo barrio hay tiendas de muebles también, y muchos otros tipos de tiendas normales, y bares para el vecino medio. Y digo vecino, no como género neutro, sino vecino varón, que es el que reina en los bares no solo del barrio, sino de España entera.

Está claro que la vida de barrio evoluciona. Ahora compramos de todo online para no tener que ver la cara a nadie más que al repartidor, y lo que no, lo compramos en grandes cadenas o en el supermercado, porque qué pereza da hablar con gente cuando puedes servirte tú mismo y, a lo sumo, dar las gracias al personal de caja cuando te devuelven el cambio. Así que es lógico que el comercio se transforme y se adapte a la demanda, y lo que la gente quiere hoy en día son patinetes eléctricos y uñas de gel.

¿Sabes qué negocio nunca desaparecerá? Los bares. Si no fuera por ellos, la vida de barrio no existiría, los vecindarios acabarían –aún más– desestructurados, las familias –aún más– divididas, y las calles llenas de barricadas y contenedores ardiendo. Así que los bares no solo son útiles, sino que son imprescindibles para mantener la paz social de nuestros barrios. Y si España no se ha roto todavía es porque las tensiones se liberan en la barra.

Y volviendo a lo de antes… Quien se pase por un bar cualquiera a la hora del vermut notará una falta de paridad de género solamente comparable a las fotos del rey en la apertura del año judicial. ¿Dónde están las señoras el día que les toca a sus maridos hacer las tareas del hogar? JAJAJA, no hace falta responder. Pues a lo mejor es eso lo que necesitan nuestros barrios: bares de señoras donde poder desahogarse y arreglar el mundo entre cañas y pinchos de tortilla.