Ahora que el recién reformado Mercat de Sant Antoni lleva unos meses abierto, ha llegado el momento para reflexionar sobre esta obra que tanto tiempo ha tardado en completarse. ¿Qué tal ha quedado? ¿Cómo se está integrando en la ciudad? Y, sobre todo, ¿se están utilizando cada una de las 500 plazas de aparcamiento que se han insertado debajo del mercado?

Tradicionalmente, los mercados fueron una especie de pan de cada día de los barceloneses. Pero al llegar las grandes cadenas de distribución con las que no podían competir, se tuvieron que adaptar a la globalización. Y lo hicieron ofreciendo barras de degustación y tarrinas de fruta troceada para turistas. El Mercat de Sant Antoni, se empeñaron los políticos en prometernos, no iba a ser otra turistada, sino un equipamiento para su barrio. Eso aún queda por ver.

El mercado de 1882…

El mercado de 1882 que proyectó Antoni Rovira i Trias en forma de un panóptico que aprovecha los chaflanes de la manzana de Cerdà para colocar entradas es de los más innovadores de su época, pero quedó casi abandonado cuando llegó el siglo xxi. La reforma de los arquitectos Pere Joan Ravetllat, Carme Ribas y Olga Schmid ha equipado este edificio con cuatro nuevas plantas subterráneas que ocupan la manzana entera, lo que multiplica enormemente la superficie total. Ahora, un 80% de este edificio está bajo tierra, donde conviven zona de descarga y residuos, dos niveles de aparcamiento, una zona multiusos con restos arqueológicos y, ¿cómo no?, un supermercado Lidl.

Hay que preguntarse por qué se hizo un esfuerzo para excavar tanto espacio bajo tierra si al final el espacio exterior ganado en superficie queda tan desolador.

La restauración del mercado…

El mercado original se ha restaurado muy bien: la cúpula central es espectacular, aunque cuesta verla por la cantidad de tubos de aire acondicionado que cruzan por encima de los pasillos, y el interior es ahora diáfano y acogedor. Al primer sótano llega luz natural a través de unas grandes aberturas en unas plazas que se han creado en los espacios residuales entre edificio y calles, la antigua zona de descarga (y mucho más). Esto hace lucir los restos arqueológicos —el Baluard de Sant Antoni y la Vía Augusta— dejándoles bien integrados dentro de un entorno completamente nuevo y moderno. Lo que decepciona es la plaza dura de la calle Urgell, que es la que te recibe cuando sales de la estación de metro Sant Antoni. La carencia absoluta de vegetación, y la cantidad de valla galvanizada de doble altura hacen creer que esto realmente podría ser un panóptico. Hay que preguntarse por qué se hizo un esfuerzo para excavar tanto espacio bajo tierra si al final el espacio exterior ganado en superficie queda tan desolador, al menos en el lado más público.

Pero en Sant Antoni Abat…

Lo más curioso de este mercado es el efecto en su entorno. En la cercana calle Sant Antoni Abat ha crecido en los últimos años una zona comercial que es, a todos los efectos, otro mercado. Pero en este, los camiones descargan en medio de calles estrechas colindantes supuestamente peatonales, y la basura se amontona alrededor de contenedores callejeros que se supone son para el uso del vecindario y no de los comercios. ¿Para qué sirve un equipamiento de distribución alimentaria tan moderno e higiénico como es el nuevo Mercat de Sant Antoni si a escasos metros hay uno cutre que es todo —pero todo— lo contrario? En fín, así es el mercado libre hoy en día.