Una, a veces, tiene la sensacion de que en el Raval, donde puede pasar de todo, no pasa nada. En el barrio de los contrastes, donde los vecinos han respondido a cada agresión gentrificadora, por ilustrada que fuera, con la simple e irreverente sencillez de seguir con la vida diaria, desde las putas hasta los cerveza beer, algunas escenas superan la realidad.

Este verano se ha vivido una concentración de narcopisos y sus usuarios de la que se ha escrito largo y tendido, con poco acierto, en los medios de comunicación sedientos de historias estivales. Ni hay más drogas en la ciudad, ni son las ídem las que expulsan a los vecinos del barrio. Esta es otra historia de especulación, como siempre y como nunca, porque el arte del lucro con la vivienda no encuentra límites a su creatividad.

El problema número uno es la nada. Ángel, uno de los vecinos organizados en Acció Raval, ponía la falta de intervención de todos los actores institucionales en el epicentro del problema. La secuencia es la siguiente. Los fondos de inversión se hacen con una finca en la que “casualmente” todos los habitantes viven de alquiler. El primer piso en finalizar su contrato queda vacío. La proximidad de la narcosala (en las murallas de Drassanes) ha ayudado a los narcotraficantes a expandir su mercado, buscando pisos que okupar en el barrio. La transformación del negocio en un servicio integral redobla el problema: ahora los narcopisos ya no son solo espacios de venta, sino también de consumo. Y esos espacios solo se pueden desokupar, intervención policial mediante, con la denuncia del propietario. ¿A qué fondo de inversión que quiera vaciar un bloque entero de pisos para reformarlo y revenderlo o alquilarlo más caro le interesa denunciar un nido de drogas que le allana el camino? Fin de la cita.

¿A qué fondo de inversión que quiera vaciar un bloque entero de pisos para reformarlo y revenderlo o alquilarlo más caro le interesa denunciar un nido de drogas que le allana el camino?

Se llega así a lo que Ángel denomina una “sinergia objetiva o colaboración no pactada”. Hablando con José Mansilla, antropólogo urbano miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà, define el Raval como “caramelito para los especuladores inmobiliarios”. Si Ciutat Vella se estaba convirtiendo en un páramo para especuladores, el Raval aún parecía un bosque espeso al que no se aventuraba a entrar cualquiera. Pero lejos de aselvajarse, la vegetación abre paso a BBVA o Blackstone, según los accesos al registro de la propiedad que han pagado los propios vecinos.

En su lucha contra el gigante, también el Ayuntamiento ha dado sus primeros pasos. Ha empezado a contactar con los propietarios “de pisos vacíos u ‘okupados’ con finalidades delictivas”, según fuentes municipales, para que denuncien. Las mismas fuentes insisten en el obstáculo “que supone que haya propietarios (especialmente los fondos de inversión) difíciles de contactar”.

La Agencia de Salud Pública de Barcelona, como explica su portavoz, Manel Piñeiro, tiene sus recursos “al máximo”. No hay cambios en el consumo, pero sí cierto “oportunismo” en que la narcosala, que se trasladará pronto dentro del mismo barrio, esté tan cerca del área en la que surgen los narcopisos. Hasta él se han desplazado los vendedores de la Mina por la presión policial, por ejemplo.

Aunque el consumo no suba, sí lo hace el riesgo. Pincharse en un narcopiso multiplica las posibilidades de sobredosis u otros problemas derivados de la inseguridad. Frente a los 3.500 dispendios de la narcosala, se pueden manejar cifras similares o superiores en estos pisos okupados. Lejos de ser un caramelito, el conflicto convierte al Raval en un obús descontrolado.

En 2016, más de 100 personas se fueron del Raval. Pero aun así el antiguo Chino no perdió población, porque a él llegaron cerca de 120 en el mismo año. La renta familiar subió, entre 2008 y 2015, más de 13 puntos hasta los 75,8 (la cifra se calcula sobre 100). Esa subida de las posibilidades económicas habla de un barrio donde los fondos de inversión están (de momento) ganando la batalla. La regidora del distrito, Gala Pin, insistió a finales de agosto en que además del trabajo de las policías, lo crucial es que los pisos “no permanezcan vacíos, sino que se llenen de vida”. Del tamaño de sus bolsillos no dijo nada. Y eso es lo que pasa, nada de nada.