Viñeta: Mikel Murillo

Alguien en esta revista se enteró de que estaba comprando en Zara online. Recibía un paquete en mi casa en forma de caja para devolver lo que no me gustaba, y otro repartidor se lo llevaba al día siguiente. Y en una conversación sobre un nuevo abrigo para este invierno me puso un reto: encuentra uno sostenible.

A través de esta búsqueda he intentando entender por qué vivimos en un mundo al revés donde lo barato es maltratar a las personas y al planeta.

Mi abrigo, fiel compañero y hecho en Barcelona, lo compré en 2015 en System Action, cuando sufría lo que Sònia Flotats, primera bloguera de moda sostenible en español, llama “la fiebre de la etiqueta”. Dos años antes se había desplomado el Rana Plaza, un complejo de fábricas textiles en las afueras del Dhaka, capital de Bangladesh. El suelo crujió bajo los pies de sus miles de trabajadores que, obligados, tuvieron que volver a las máquinas. Un día después, el 23 de abril de 2013, la fábrica se desplomó dejando 1.134 muertos y más de 2000 heridos. La desgracia se difundió por todo el mundo porque de aquella fábrica salieron etiquetas de Inditex, El Corte Inglés o Mango. Fue el origen de la Fashion Revolution, de la que Flotats fue socia fundadora con la Asociación Moda Sostenible de Barcelona, la primera en crearse en todo el mundo.

“Al principio entraba en las tiendas de las grandes marcas y me iba a la etiqueta, a mirar dónde estaba hecha la prenda. Luego empezaba a mirar la composición, a ver si había mucha mezcla de materiales porque entonces no se puede reciclar… y me iba de la tienda”, explica Flotats. Siempre le había gustado mucho la moda, pero a la vez trabajaba en comunicación de una ONG: “Me pasaba el día luchando para que no se explotara a gente, pero luego me pasaba el día mirando en revistas de moda cosas que sabía que se habían producido de forma poco ética”. Era 2011. Empezó a investigar y, como no había mucha información, decidió empezar su propio blog y crear ella misma conciencia. Hoy en día, SoGoodSoCute es un magazine mensual que refleja que el concepto “moda sostenible” ya no nos suena a marciano.

¿Cómo me hago sostenible sin volverme majara?

Me fui relajando después de mi radicalismo hasta acabar en Zara online, sí, lo reconozco. Pero ahora que he vuelto a reconectar con este mundo, me he dado cuenta de que me estaba quedando en el “hecho en proximidad”, y la moda sostenible no es sólo eso. Es complicado, hay una enorme escala de grises y hay que tomarse un tiempo para tomar las decisiones de compra con conciencia, pero allá van mis recomendaciones después de una decena de conversaciones con gente del sector.

  • Producción justa: Es interesante comprar producción local de marcas pequeñas porque evitas que tu dinero se vaya a multinacionales con sedes en paraísos fiscales y porque en Catalunya, España o Europa los derechos laborales de los trabajadores están mejor protegidos que en Bangladesh, Camboya o China. Puede ser una pequeña marca que trabaja fuera de Europa, pero en un proyecto de justicia social.
  • Materiales justos: Muchas veces es imposible que la producción sea local porque la gran mayoría de los materiales ya no se producen aquí, como el algodón, que, orgánico o no, siempre es de importación. Conviene fijarse en si el algodón se ha adquirido de una cooperativa de comercio justo en Brasil, por ejemplo, porque Zara o Mango también tienen algodón orgánico, pero quienes lo trabajan están igual de esclavizados que si se dedicaran a materiales menos ecológicos.
  • Transporte: La sostenibilidad también es reducir la contaminación por el transporte, un tema espinoso porque muchos materiales se fabrican a miles de kilómetros de aquí. Pero un abrigo de El Corte Inglés se puede haber fabricado por partes en China, Turquía y Camboya, y haberse almacenado en distintos stocks por medio mundo hasta llegar a tu tienda. Las grandes marcas mueven su producción y almacenes según empieza a ser más caro o barato en un país que en otro, y una prenda made in China en realidad ha dado más vueltas al mundo que Willy Fog.
  • Menos es más: Menos botones, menos cremalleras, menos mezcla de materiales, mejor. Para que una prenda se pueda reciclar es mejor que sea 100% de un material. O sea, ¿es mejor una prenda 100% poliéster que con un 50% de algodón orgánico? Sí, porque las fibras se pueden reciclar y una prenda con mezcla de materiales, en cambio, se desecha. Y si en vez de cremalleras tu prenda tiene lazos, también será más sostenible porque podrás ajustarla si cambias de peso.
  • ¡Los tintes! Contaminan mogollón y están llenos de tóxicos. Mejor tintes vegetales, sobre todo si eres vegano. Si es imposible, mejor vestir colores claros porque te cansarás menos y son más fáciles de combinar que esa preciosa chaqueta de flores enormes que sólo te pega con unos vaqueros.

Pero claro, todo esto sin pagar a millón de euros el kilo de ropa me parece muy difícil. Qué agobio. Necesito quedar con Flotats para que me reinicie.

Cuando le cuento cómo he acabado arrojando mis principios por el hueco del ascensor en el que sube el repartidor con mis paquetes, se ríe negando con la cabeza. Hay salvación. “Parece muy difícil y no lo es tanto. Lo principal es ver si realmente necesitas eso que te quieres comprar. Después, mirar qué tienes en tu armario y si realmente le sacas partido”. ¿Necesito un abrigo, realmente?

Fast Fashion Fury

La Unión Europea ha empezado a plantearse cómo cambiar la forma en que los europeos usamos nuestra ropa a raíz de un informe sobre el impacto medioambiental de la industria de la moda. Cositas escalofriantes: en 2015 los europeos compramos 6,4 millones de toneladas de ropa nueva, unas 34 prendas por persona; la mitad no se recicla y acaba en vertederos o incineradoras.

De 1996 a 2012, según la Agencia Europea de Medioambiente, los precios de la ropa crecieron un 3% mientras el resto subió un 60%. Usando materiales de poca calidad, el modelo de negocio consiste en cambiar de estilo cada dos por tres, producir rápido y vender barato. Si las empresas de moda tenían dos colecciones al año en el 2000, en 2011 ya eran 5. Pero campeones mundiales como Zara tienen 24 colecciones nuevas cada año, y otros, como H&M, entre 12 y 16.

Si no te puedes resistir a entrar en la tienda de esa gran marca del imperio del mal, intenta elegir una buena prenda, de las que se nota que van a durar.

Para no agobiarse, una manera un poco light de empezar a ser sostenible y romper con esas cadenas “es comprar cosas de calidad”, me sigue contando Flotats. “Luego ya veremos si son éticas o respetuosas con el medio ambiente, pero si son de calidad, al menos te van a durar mucho más tiempo”. Si no te puedes resistir a entrar en la tienda de esa gran marca del imperio del mal, intenta elegir una buena prenda, de las que se nota que van a durar. La próxima vez, mira la etiqueta e intenta elegir algo que se haya hecho en Europa, que sea ecológico, que no esté hecho con muchos materiales… Y cuando puedas y tengas tu mapa alternativo, deja esa gran tienda y empieza con mercadillos de segunda mano y tiendas pequeñas.

Flotats me transmite calma: “todo suma y yo me he cansado de quejarme tanto y acusar. Cada una, dentro de sus posibilidades, que haga lo que pueda y con lo que se sienta bien”. Parece que tengo solución.

Ahora que ya soy sostenible, ¿dónde compro sin vender un riñón?

Me pongo a teclear tiendas de moda sostenible en Barcelona y me encuentro con mucho vestidito mono, camisetas, bikinis… pero, ¿abrigos? Poquita cosa. Menos mal que tengo el teléfono de Alba Nebot, que lleva la comunicación de Baobag, una marca sostenible, ética y asequible que tiene su taller en Camp de l’Arpa. Cuando le pregunto por el abrigo me manda directamente a un mercadillo de segunda mano.

Las pequeñas firmas no pueden ponerse a hacer abrigos así como así por varias razones. Es un producto más caro y difícil de producir que una camiseta porque lleva más materiales. El precio de venta tendrá que ser mayor, y mientras un día puedes darte el lujo de comprarte una camiseta de 30 euros, igual con el abrigo no puedes darte el lujo de comprarte uno de 500 euros.

La barrera del precio aparece en cuanto empezamos a añadir valores sostenibles a la prenda. Lo más cercano que he encontrado a ese milagroso abrigo sostenible es Ecoalf. Su producción está hecha con un 100% de poliéster reciclado de botellas de plástico o incluso recogidas en el mar. En su colección de otoño han ahorrado 40 millones de litros de agua, que es lo que se hubieran gastado en hacerla de algodón. La única pega es que casi todos los abrigos son plumíferos, y sí, llevan plumas de animales. Aparte del precio (220€ – 325€). Hay varias opciones asequibles pero en general es una marca cara. ¿A qué renuncio si no puedo cumplir al 100% con todos los valores sostenibles?

¿Dónde me compro el abrigo, entonces?

“Haz todo lo posible dentro de tu presupuesto”, me recuerda Nebot. No debería comprarme un abrigo porque el mío todavía está bastante potable y sería lo más sostenible. Pero si no puedo resistirme, esto es lo que haría:

Primero escudriñaría el mercado de segunda mano, Humana, Vinted o el Flea, por ejemplo. Si allí no encuentro lo que busco, el siguiente paso sería el más complicado porque ya implica una prenda nueva. Pero si tengo que darlo, antes de un Ecoalf miraría en Pam a Pam, el directorio de Economía Solidaria que me ha recomendado Nebot.

Si aún así no encontrara nada, iría a alguna tienda pequeña de barrio aunque tenga abrigos made in China, porque quizá no serán sostenibles, pero al menos estaré contribuyendo a la supervivencia del comercio local. Y si me obligaran a ir a Inditex, por lo menos intentaría buscar un abrigo hecho de un solo material y producido lo más cerca posible.

Pero entonces, ¿quién protege a la moda sostenible?

En este arduo recorrido, si hay alguien ausente es el poder político. No hay nadie dispuesto a darle la vuelta a esta tortilla desde las instituciones. Hay sellos que certifican que tu café es de comercio justo o tu jersey de algodón orgánico, pero ninguno que señale lo contrario: que esa prenda se ha hecho con trabajo esclavo o que ha contaminado más que un motor diésel del 2005.

El Parlamento Europeo se sirvió de un informe del Joint Research Centre para aprobar medidas que favorezcan la economía circular. Según su propia definición, “es un modelo de producción y consumo que implica compartir, reutilizar, reparar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible”. El informe determinaba en 2006 que la alimentación, el transporte y la vivienda producían entre el 70 y el 80% del impacto ambiental de la UE y casi el resto se debía a la industria de la moda que llegaba al 10%. Así que antes de 2025 todos los países de la UE tienen que asegurarse de que los textiles que desechamos se recogen separados del resto de residuos.

En nuestro país, lo más cercano a una regulación por la sostenibilidad es la ley de Responsabilidad Social de las Empresas, que obliga a las sociedades con más de 1.000 trabajadores a elaborar una memoria anual de sostenibilidad. Tienen que hablar de su “compromiso con lo local y el medioambiente” o de su “defensa de los derechos humanos en toda la cadena de suministro”, pero no tienen que cumplir con ello.

El futuro imparable

El futuro sigue estando en manos de la voluntad de las marcas y, sobre todo, de la presión de sus consumidores. Hablando con Sylvia Calvo, que diseña ropa reciclando sacos de café y está metida de lleno en la “moda circular”, descubro lo que se hace en otros países. Los punteros son Holanda y Suecia, pero sobre todo el primero. Allí Calvo ha identificado la nueva tendencia: dejar de comprar ropa para alquilarla.

Allí Calvo ha identificado la nueva tendencia: dejar de comprar ropa para alquilarla.

Pagas una cuota y vas recibiendo ropa que usas una temporada y luego la cambias por otra. La empresa matriz se encarga de reciclarla y convertirla en otra prenda, y así cierra el círculo. Marcas como Mudjeans te alquilan los vaqueros: por 10 euros al mes llevas unos jeans de diseño guay y muy buena calidad y al cabo de un año, los cambias. Esos pantalones se convertirán en otros “nuevos” para otra persona y los que tú recibas realmente serán reciclados.

En España lo hace SKFK. Eliges un estilo y te llegan tres prendas nuevas a casa. A final de mes las devuelves y recibes otras. Son de segunda mano, pero parecen nuevas. El precio ronda los 40€ mensuales. No es mala idea para no perder ese gustillo de estrenar y cambiar de apariencia cada poco tiempo en el que hemos crecido. Qué difícil es renunciar a las viejas costumbres. Este invierno aguanto el abrigo, pero a ver si para el año que viene se ha implantado este modelo y me alquilo uno. Imagínate devolverlo en abril y no tener que buscarle espacio en el armario.