Como ya sabemos, el Ajuntament de Barcelona se ha puesto finalmente las pilas sobre el problema de la contaminación. Pretende restringir, para empezar, la circulación de los coches más viejos en episodios de alta contaminación hasta el año 2020, a partir del cual prohibirá completamente su circulación. Eso significa que ya tienen contados sus días coches como mi querido Golf GTD del año 1989, a pesar de haber superado la última ITV sin problema alguno. Aun así, estoy completamente de acuerdo con esa iniciativa de nuestra estimada alcaldesa. Está claro que se tiene que empezar a eliminar las fuentes de contaminación si queremos respirar mejor.

Sin embargo, se está hablando solamente de prohibir coches y furgonetas que contaminan, y no motos. A pesar de consumir menos carburante y emitir menos dióxido de carbono, una moto emite muchos más gases tóxicos NOx (óxidos de nitrógeno) que un coche: ¡hasta 20 veces más! No hablo de una Kawasaki de alta gama, que suele venir equipada con un catalizador, sino de estas motos más compactas que siempre obstruyen las aceras y a las que a algunos macarras les gusta tanto quitar el silenciador para que hagan más run-run.

Es que, encima de contaminar mucho más el aire, la moto es, para colmo, la causa principal de contaminación

acústica en esta ciudad, una de las más ruidosas del mundo. Un estudio de Geography Fieldwork revela lo siguiente: “Over half of Barcelona’s population is subjected to noise levels over 65 decibels during the entire day, which explains why locals have to shout to make themselves heard”.

¿Y por qué no se habla de prohibir también las motos que contaminan? No será que la cultura de la moto está tan profundamente arraigada en Barcelona que se ha convertido en otro “derecho” más que nadie se atreve a cuestionar, incluso durante episodios de contaminación acústica. Tal vez es ese el motivo por el cual se ven tan pocas motos eléctricas por aquí; muchas menos que en ciudades de otros países supuestamente menos desarrollados. La moto apestosa y ruidosa de toda la vida se sigue comprando igual que siempre en este país. Esto solo confirma una cosa: que aquí, una moto sirve —entre otras cosas— para hacer ruido, para hacerse oír.

Hace poco, me enteré que algunos modelos de la marca estadounidense Harley Davidson vienen equipados con un tubo de escape —llamado “Dr. Jekyll and Mr. Hyde”— y un pequeño interruptor electrónico en el manillar que permite reducir su ruido cuando el conductor lo desea. O también incrementarlo, claro. Y yo me pregunto: ¿para qué coño alguien quiere contribuir más al ruido urbano? Es evidente que el ruido que emite una moto es exactamente lo que le mola al motorista. Y los conductores de coches somos los “arrogantes”, como he escuchado a algún colaudista decir por ahí. En Barcelona, el ruido, el aire apestoso, y el run-run son parte integral e integrista de la cultura local, desgraciadamente para nuestra salud mental colectiva.