Escribir a mí no me cuesta un pepino. Lo que me cuesta es escribir sobre qué. O sea, sobre QUÉ. Tener buenas ideas y eso. Supongo que me diréis que a quién no le cuesta tener una buena idea. Ya, pero eso a mí no me consuela. A los 12 años era una empollona y, supuestamente, mi capacidad para memorizar nombres, fechas y el sistema circulatorio humano a la perfección era la garantía de una jubilación de la hostia para mis padres. A ver quién se recupera de eso con su salud mental intacta y sin creerse el puto ombligo del mundo entero.

Por norma general, mi mente es como una cloaca llena de mierda encantada de haberse conocido. Hasta que, no se sabe muy bien cómo, no se sabe muy bien porqué, entre todo ese cúmulo de basura inmunda, materia fecal y tampones usados, de repente se forma una burbujita que, con gaseosa iridiscencia, sube hasta la superficie y dice “¡Uy, mira! ¡Si allá arriba brilla el sol!”, y acto seguido EXPLOTA, se descuajaringa, se desintegra cual pompa de jabón, como si se hubiera asustado de sí misma, de su brillo, de su gaseosa iridiscencia. Total, que esa es la fugacidad con la que me asaltan algunas ocurrencias y, lamentablemente, no da siquiera para llegar a una buena o mala idea en sí; se queda todo como en un pedo gracioso y poco más.

Reconozco que ahí peco yo de poco profesional, que en lugar de estrujarme el cerebro en plan bayeta Vileda (marca que de momento no me patrocina, pero todo se andará), lo que debería hacer es tener mi bloc de notas siempre al quite y anotar estos repentinos ataques de lucidez sin filtro ni ná, que al final todo sirve para echar al caldo. Luego siempre se le puede meter mano al bloc y ponerlo cachondo, añadirle chicha y tirar de algún hilo, que siempre sale algo. No es que se me dé excepcionalmente bien eso de tirar de los hilos, porque para eso hay que tener una constancia que servidora no ha cultivado nada más que para fumar Luckies (otra marca que podría muy bien patrocinarme a poco que se lo propusiera con ganas), pero me defiendo un poco.

En fin, que después de divagar sobre este y otros asuntos del mundo globalizado, como The Grumpy Cat y los precios de los alquileres vacacionales en Bahamas, me he dado cuenta de que esto de escribir nunca será para mí una cuestión de arrebato. El relámpago de genialidad que siempre he esperado no existe. Solo soy otra crafty girl más que, en lugar de hacer jabones caseros con olor a lechuga iceberg, escribe chorradas, con más o menos nivel de cabreo, según el momento del ciclo menstrual. Me encantaría aprender a hacer pamelas para ir de cóctel o muñequitos de fieltro, incluso monederos de papel reciclado y cápsulas de Nescafé (¡esponsorizadme, si tenéis huevos!). Pero Dios me ha hecho demasiado floja para enfrentarme a tales hazañas. A lo más que llego es a sentarme y escribir las gilipolleces que se me vayan ocurriendo, como estas mismas u otras, pero que solo se materializan si me siento y las escribo. Sentarse y escribir, sentarse y escribir. No queda muy chulo para hacer un blog con fotos cuquis; las fotos serían más bien un poco repetitivas y muy deprimentes, y así no habrá marca que me patrocine jamás. De momento, me tendré que conformar con seguir tirando del hilo lleno de mierda que sale de mi cerebro.