Querida Gala Pin, ¿así te imaginas el Raval?

El Arco de la Virgen era hasta hace unos días un narcolocal que ahora vuelve a estar vacío. Su historia es todas las historias de una ciudad que fracasa día a día en su lucha por seguir viva. Y es un fracaso más de un Ayuntamiento que con Trias se dedicó a resolver conflictos que, bajo mano, dejaban desnudos a los locales con los cambios de gobierno, y con Colau llega demasiado tarde para algunos.

Por una o por otra, en el Raval han cerrado 3 espacios culturales en el último año. Moraima cambió de manos y ahora es una cafetería, Gipsy Lou se pasaba el aforo por el forro, y el Arco de la Virgen no podía o se resistía a las reformas necesarias, según lo cuente Sergio Marcovich, fundador, o el Ayuntamiento. El caso es que enfrentando una subida del alquiler estratosférica decidió echar el cierre.

Antes de echar más leña al fuego, vayamos a los hechos, por Tutatis. El Arco de la Virgen murió el pasado verano a causa de la gentrificación, como todos sabemos. También porque para Marcovich al gobierno de la ciudad le importó poco o muy poco la política cultural. A su favor, que esa concejalía fue la primera que BComú dejó caer en manos del PSC cuando firmaron su entrada al ejecutivo municipal. Pero el ICUB tiene otro punto de vista: se hizo lo posible por facilitarle la vida al Arco de la Virgen y que pudiera hacer las reformas necesarias, pero no quiso. Que las subvenciones para esas reformas cubran el 75% del presupuesto puede ser también una razón de peso.

Una vez los problemas legales de normativa asfixiaban a la Virgen, el propietario de la finca donde se encontraba el local asestó el golpe final. Acababa de heredar el patrimonio de su madre y con ello decretó el fin de los alquileres ajustados al mercado por abajo y decidió adaptarlos por arriba. De 530€ de alquiler mensual pidió el doble. Lógicamente los dueños de la Virgen decidieron no pasar por ese aro y marcharse, aunque pareciera que ese momento nunca llegaría.

Para intentar justificar la subida de alguna manera, el dueño decidió emprender unas reformas en el local. Tiró parte de la pared que da a la calle con la intención de instalar una cristalera. Varios posibles inquilinos fueron paseándose por allí en el transcurso de las obras y todos rechazaron pagar el abusivo precio por el espacio. Las obras quedaron a medias. Y ni cortos ni perezosos, plantaron una persiana y para tapar la parte más alta, una especie de conglomerado de una dureza y resistencia poco más elevada que la del puro cartón.

“Esta gente vive en otro planeta”, pensó Sergio Marcovich, fundador del Arco de la Virgen. En plena ofensiva narco en el Raval, dejar el local con esa escasa barrera arquitectónica a la entrada era peor que dejar un caramelo en la puerta de un colegio. Los vecinos ya se habían autoorganizado una vez para frenar un intento de okupación, pero no pudieron con el de la noche del 2 al 3 de febrero. Y no pudieron porque estaban solos: a pesar de los continuos avisos a la propiedad y a la administradora de la finca, nadie se preocupó por reforzar el cierre.

En cuanto notó los ruidos, Marcovich, que vive en el piso de arriba, alertó a los vecinos y varios llamaron a los Mossos. Pero sin denuncia ni auto no podían más que tomar nota. Cuando se marcharon, los narcos que habían salido a por sus enseres volvieron. Al hablar con ellos, uno, al que reconocían de otro narcopiso que ya fue liquidado en el carrer Sant Gil, admitió que iba a dedicarse a vender droga. Sin contemplaciones.

Fue entonces cuando la propiedad denunció la okupación. Cuando los narcos ya habían quitado la cerradura y puesto una nueva desde dentro. Cuando ya había comenzado el trasiego de clientes. Cuando el traficante ya había decidido que vendería droga o la nueva llave a otro. Se puede pensar que el propietario se lo tiene merecido, pero Marcovich recuerda que, con la de patrimonio que posee, seguramente lo que deja de ingresar, mientras para unos es la vida, para él serán probablemente migajas. Y mientras tanto, el barrio pierde su punto de encuentro, su lugar desde el que resistir, el París que siempre les iba a quedar, y se enfrenta a la cara más dura de la realidad: drogas, problemas hardcore de salud, más miseria.

Más y más miseria que Ciutat Vella pretende frenar con un nuevo plan de usos y un cambio en las categorías de música en directo a la que tienen derecho los bares, restaurantes, asociaciones y un largo etcétera. Para que la burocracia no asfixie lo que la gentrificación ya aplasta. Pero esos cambios llegarán, calculan fuentes del ICUB, para octubre. Qué agridulce, el vaso siempre tan lleno y tan vacío a la vez.