Se acabaron los tiempos de la supuesta libertad creativa, cuando los artistas hacían obras de arte y no proyectos artísticosRecientemente alguien comentaba que no quería ser un artista de proyectos. Con esta frase se refería a la incorporación de la producción artística dentro de la economía actual, una economía de simulacros en la que vivimos con la expectativa de lo que podríamos llegar a hacer y no tanto en el presente de las cosas que hacemos. Un sistema en el que la primera condición son los condicionantes. Se acabaron los tiempos de la supuesta libertad creativa, cuando los artistas hacían obras de arte y no proyectos artísticos. Se acabaron, pues, tiempos que quizás nunca empezaron. La libertad de acción es la promesa de acción desde la libertad. La libertad del proyecto funciona desde la posibilidad de estar embarcado en alguno.
La palabra proyecto era una palabra que apenas usábamos y que ahora aparece en nuestras conversaciones cada 5 minutos. De hecho, se me ocurre un juego de voluntad: no decir “proyecto” durante un día entero, 24 horas sin ese concepto comodín en el que cabe tanto un plan de urbanismo mastodóntico como la apertura de un nuevo tumblr. En ese gusto por las obviedades de la etimología, proyecto viene de proyectar, un verbo con muchas acepciones dentro —y fuera— del diccionario. Se combinan dentro del término tanto la disposición de futuro de nuestros deseos e intenciones, los productos de ingeniería o arquitectura, así como la atribución a terceros de las intenciones o defectos que no reconocemos en nosotros mismos. Proyectamos en el proyecto nuestras proyecciones así como otros proyectan sus proyectos en nuestras proyecciones. Y del proyecto, podríamos pasar al proyectil, salvando distancias bélicas a través de la proximidad etimológica y la gimnasia conceptual. Sin embargo, frente a la colisión adiestrada y unidireccional del proyectil, el impacto del proyecto está siempre y todavía por ver. Eso sí, para proyectos que dejan huella, los planes urbanísticos de Barcelona.