Barcelona, como sabemos, es una de las ciudades con más densidad urbana de Europa; una metrópoli de calles estrechas y poco espacio verde en su centro. También es, por tanto, una de las ciudades con más heces caninas en sus calles y plazas. No existen estadísticas oficiales al respecto, pero se puede constatar empíricamente: algunas calles del Raval se han convertido en los últimos años en auténticos campos de minas. ¿Cuál puede ser la causa de este creciente incivismo?

Que yo sepa, los dueños de perro no han convocado ninguna huelga. A pesar de que compartan muchas fotos de perros en sus páginas de fakebook, no parece ser un colectivo especialmente subversivo, así que no creo que toda esta caca en las calles sea una acción reivindicativa con un autor intelectual detrás. Estoy convencido que no es así porque también hay dueños que sí recogen las mierdas, o sea que como movimiento organizado no es precisamente muy coherente en sus creencias. A lo mejor todo este terrorismo bacteriológico proviene de algunas “manzanas podridas” o “casos aislados”.

Pero no hemos respondido a la pregunta que nos interesa: ¿porqué tanta mierda ahora? Mi teoría es que la “crida a la desobediencia” —este ambiente de crispación, enfado, y frustración que estamos viviendo ahora— se está extendiendo a otros ámbitos inconscientemente. No recoger la cacota canina se ha convertido no-intencionadamente en una acción simbólica de rebelión contra el autoritarismo del estado, tal vez. Se puede percibir, por ejemplo, que muchos dueños tienen un “aspecto antisistema”: corte de cabello “mullet”, ropa muy sucia y a lo mejor alguna flauta o pequeño tambor accesorio.

Pero ojo, el mullet tiene diferentes significados en el resto del mundo: en EEUU significa “business in the front, party in the rear ” mientras en Canadá significa jugador de hockey sobre hielo semi-profesional de segunda división. Eso nos indica que no hay que confundir el indepe-mullet de Ana Gabriel, Jordi Cuixart o Txeroki con el guiri-mullet. No existe vínculo ideológico entre estos colectivos.

Es cierto que no recoger los excrementos de un canino doméstico es, en teoría, un delito según la normativa vigente, pero eso no es ninguna excusa para dejar de hacerlo en nombre de una causa legítima, incluso en un momento de crisis política como la que estamos viviendo. Además, las fuerzas del orden público no suelen multar casi nunca a los dueños delictivos. Por tanto, como acto inconsciente de rebelión simbólica no es nada mediático.

Además, muchos de los que no recogen las heces de su perro no son para nada antisistema, sino gente “de buena familia”. He visto a más de un Upper Diagonalista hacerse el sueco fingiendo estar discutiendo por su iPhone X mientras su perro hacía sus necesidades, pasando después de su obligación cívica. Eso nos dice claramente que este fenómeno preocupante no está limitado a ningún perfil político o clase social determinada.

Los perros, desde luego, son completamente apolíticos, incluso más que los niños pequeños antes de ser adoctrinados en su guardería. No les politicemos a ellos también: hay que preservar la inocencia de estos seres desgraciados. Viven en una ciudad hostil, sobre-motorizada y sobre-poblada por buitres y tiburones. Quieren respirar aire limpio, correr por el campo y cagar sin tapujos. Como eso es imposible en la Ciudad Condal, démosles al menos unas calles, plazas y parques libres de contaminación.