No sé si será cosa del cambio climático, pero después de todas las previsiones de otoño caliente en las calles catalanas, al final la cosa ha quedado en unas leves precipitaciones en forma de pintura amarilla en la puerta de la casa de Llarena, y los únicos que se dedican a caldear el ambiente son Casado, Rivera y Abascal (ahora que El Tricicle se retira de los escenarios, hacía falta otro trío de payasos para tomar el relevo). El caso es que, tras el pistoletazo de salida de la Diada como inicio del otoño caliente catalán 2.0, la cosa se ha quedado en alguna manifestación conmemorando el aniversario de las urnas y en un par de conferencias por Skype desde Waterloo. Ni una triste toma al Parlament, ni contenedo-res ardiendo, ni barricadas con tractores… Barcelona ya no es lo que era hace tan solo un año. O quizá sea que por aquel entonces yo vivía en el Born, epicentro de la movida cata-lana, y ahora que he cambiado de barrio no me entero de las insurrecciones que se dan al otro lado de la ciudad.

Por cierto, hablando del Born: hace algún tiempo escribía por aquí mismo acerca del co-mercio de este barrio como reflejo de la lucha de Barcelona entre ser una ciudad para vivir o para visitar. Pues ahora me entero de que la tienda de Hugo Boss en la plaça Comercial ha chapado, y de que el showroom de Mazda se ha transformado en un Aldi. No es que la apertura de otra gran cadena de supermercados sea motivo de celebración, pero al menos la población del barrio ha cambiado los eventos exclusivos y las charlas TED por algo más útil en la vida de la gente.

Y de vuelta a mi barrio —o, mejor dicho, a mi edificio—, el otro día hubo una reunión para decidir de qué color pintar las ventanas que dan a la escalera, y aquello sí que fue un otoño caliente concentrado. Bajamos a ver de qué iba la cosa, porque estamos decorando el piso y el verde menta actual de las ventanas va a juego con los muebles nuevos. Y entre gritos y declaraciones de guerra acerca de las cuotas de la comunidad, nos acabaron echando de allí alegando que no pintábamos nada porque no somos propietarios, como diciendo: “¿Qué más os da el color de las ventanas, si con suerte os quedan un par de años viviendo aquí?”. Pues como sea cierto el rumor de que van a cambiar el color actual por un marrón oscuro, a lo mejor se manifiesta en mí el espíritu de Arran y los señores propietarios se encuentran con la puerta haciendo juego con mi sofá nuevo.