Ilustración: Jorge Parras

En Moscú, hay al menos veinte perros que utilizan el metro. No son lazarillos, no son domésticos. Pasan de la T-10, de los revisores y del civismo turístico. Suben y bajan en las paradas donde les viene en gana. Viven en los arrabales, pero van al centro a trabajar: esto es, a comer todo lo que tiran los humanos.

No tienen raza, o su raza es sobrevivir. A ver quién les pide billete. Duermen ocupando los asientos reservados para minusválidos. O cualquier otro; no les importa nada. Y conocen las líneas. No saben leer, ni saben qué es un mapa de transportes públicos, pero se bajan en la parada que toca, cuando toca, porque toca. Hay al menos medio millar viviendo en los túneles del subsuelo. Pero al subirse a un vagón, solo veinte saben adónde van. A saber cómo lo hacen.

Andrei Poyarkov afirma que algunos de estos perros están perdiendo los rasgos que los caracterizan como perros. Que están dejando de ser ellos mismos para volver a ser lobos. Que a fuerza de ser perros callejeros han dejado de mover la cola. Cuanto más urbano, más salvaje. Es una cuestión muy seria y Andrei Poyarkov no es un cualquiera. Lleva treinta años estudiando los perros de Moscú y es investigador del A. N. Severstov de Ecología y Evolución. Y entre estos canes hay uno particular. Desde aquí un recuerdo para Malchik (este es el particular). Malchik tiene una estatua de bronce en la estación de Mendeleyevskaya y todo moscovita cree que acariciar su morro trae suerte. Lo asesinó una joven modelo con un cuchillo de cocina: psicosis perruna que le acarreó un año de tratamiento psiquiátrico. A día de hoy Malchik es el perro más famoso de Moscú, hace falta decirlo; sobre todo aquí, en Barcelona, porque con la nueva normativa los perros podrán ir en metro. Se necesitan modelos, ejemplos. Dime qué perros y te diré qué rabias. Los rusos nos han enseñado muchas cosas y mi intuición me lleva a pensar que algo deberíamos aprender. Malchik era lo que Poyarkov denomina un perro guardián: se aliaba con los seres humanos que trabajan en una estación y hacía de ella su territorio. Los perros de Barcelona, sin embargo, tienen forma de piso y carácter de friskie. Nunca han sido rasgos de un gran rival. Pero, ¿quién quiere enfrentarse a nadie?

Los perros rusos. Entre ellos son implacables y desde que se han enterado de lo de Barcelona solo piensan en emigrar. Andrei Poyarkov afirma que solo sobreviven un 3%, y que si dejáramos a nuestro perro en el metro de Moscú no tardaría en convertirse en un suculento hot dog. Poyarkov añade tres categorías más a su taxonomía canina: los perros carroñeros (se alimentan de la basura y de lo que los transeúntes tiran al suelo), los perros salvajes (los moscovitas les agradecen que limpien la ciudad de ratas y de cualquier cola que se mueva; son ellos precisamente los que han dejado de mover la cola y se comportan cada vez más como lobos) y los perros pedigüeños. Estos tienen la fama de ser los más inteligentes porque deben comprender el comportamiento humano y adaptarse a él para conseguir comida. Y así como los perros guardianes y los salvajes son feroces, en los clanes de los perros pedigüeños la mayor arma es la inteligencia y la empatía. Conocen tanto a los humanos que les envían a los cachorros para que los miren con ojos de peluche degollado y les suelten algo de comer. Juegan a la perfección la baza de la lástima y el victimismo. Y ya sabemos (vosotros aún no) que la cara del perro ha evolucionado para ser amable a nuestros ojos, para vincularnos afectivamente y partirnos el corazón. Como asegura Andrei Poyarkov, “en Moscú hay todo tipo de perros callejeros, pero no hay perros estúpidos”. El perro solo se hace el tonto para que lo queramos más. Y funciona. Debieron de aprenderlo de Sharik, el perro-humano creado por Bulgákov en Corazón de perro.

Las observaciones de Poyarkov se complementan muy bien con el ensayo de Brian Hare y Vanessa Woods, The Genius of Dogs (Dutton, 2013). Son ellos quienes afirman que la estructura craneal de los lobos suavizó sus rasgos para ser más atractiva para los seres humanos (ahora ya lo sabéis). En el periodo pre-canino, la competencia entre los lobos y los humanos fue acérrima: ambos eran depredadores inteligentes con una compleja estructura social, y los restos de esta rivalidad siguen presentes en nuestro imaginario. Recordemos, si no, Los tres cerditos o Caperucita roja. Y recordemos también qué les pasa a estos lobos literarios: llega el leñador, llega el cazador, y adiós al lobo. Para evitarlo, algunos lobos cambiaron de actitud. En lugar de parecer feroces, y visto que contra los humanos tenían las de perder, empezaron a acercarse con intenciones más amistosas. Redujeron el tamaño de sus mandíbulas, cambiaron su mirada de killer por la de killing me softly y se adaptaron al entorno: que el hombre ovejas, pues perro pastor; que el hombre perdices, pues perro salchicha. Desde un principio tuvieron claro que para sobrevivir tenían que creer en su dueño como si fuera Napoleón. O, como mínimo, hacérselo creer a él.

Desarrollaron el sentido de la empatía y, sobre todo, de captar la “intención comunicativa”. Ejemplo. Un perro nos mira a los ojos. Cuando desviamos la mirada hacia una dirección, el perro ya no mira nuestros ojos: mira hacia donde miran nuestros ojos. Y tratará de comprender qué queremos decir. Un lobo solo se plantea si arrancarnos los ojos de un bocado o no. Ahí radica la diferencia entre ellos. Ya no se trató de la supervivencia del más fuerte (fittest), sino de la supervivencia del más amistoso (friendliest). Esto condenó al lobo y salvó al perro, que se convirtió en una de las especies más exitosas del planeta (se calcula que hay unos 2.000 millones de perros en el mundo). Y los humanos aún nos preguntamos qué carajo los hace tan irresistibles a nuestros ojos.

Nos gusta pasearlos, verlos perseguir una pelotita, que nos babeen los pantalones y que nos llenen la casa de pelos. Cuando alguien afirma que tiene un perro porque le gustan los animales, miente bellacamente. Lo que quiere es tener a alguien que le siga sí o sí, sea uno un santo o un bastardo, alguien que le sea fiel en cualquier circunstancia, y que a cambio solo pida un poco de afecto y la comida que sobra. ¿Que les gustan los huesos? Es un mito. Ponedles un filete al lado y a ver qué eligen. Pero el perro se conforma, acepta sumisamente la autoridad y lo que le echen, mueve la cola, se estira en el suelo y dice: Sí, claro, me encantan los huesos. Buen chico, Bobby. Buen chico.

Nos gustan tanto los perros y queremos compartir tantas cosas con ellos, que los perrófilos no han parado hasta lograr que se les permita entrar en el metro de Barcelona. Portabella lo prometió en 2006 y han sido necesarios siete años y que él estuviera fuera del gobierno para conseguirlo. Pero ya lo tenemos. No logro entender cómo no se les permitía disfrutar antes de esta obra de la ingeniería moderna. No obstante, hay aspectos técnicos que aún no sé cómo resolverán: ¿Qué ocurrirá cuando el perro se quede a un lado de esas guillotinas de vidrio y el dueño al otro? ¿Habrá pipicans en las estaciones? ¿Máquinas expendedoras con galletitas? ¿Y si jugando con mi perro se cae la pelotita a la vía y…? ¿Entenderá lo de Está prohibit baixar a les vies? ¿Podré luego denunciar al conductor y reclamar una pasta?

Para entender un poco más cómo van a reaccionar los perros, qué piensan los que mejor los conocen, sean sus dueños o no, he decidido hacer una ascensión metropolitana en busca de respuestas (o, en todo caso, ya que lo de “respuestas” reconozco que es exagerado, darme un paseo).

Antes, sin embargo, algunos datos. Hay unos 85.000 perros censados en Barcelona. Cinco millones en España. El gasto medio anual es de unos mil quinientos euros por perro. Eso hace un negocio de 7.500 millones de euros al año. No es el chocolate del loro. Y en los países desarrollados no hace más que aumentar. De lo que más se quejan los ciudadanos de Barcelona, no obstante, es de que ensucian las calles. Si un perro produce una media de 300 g de heces al día y 700 ml de orina, ahí lo tenemos: más de 25 toneladas de heces de perro en Barcelona y cerca de 60.000 litros de orina en las calles de la ciudad. Yo soy de los que piensan que habría que buscar una finalidad útil a todo este desperdicio.

El Ayuntamiento también lo piensa y por eso ha decidido poner la multa más alta de España por no recoger las heces de perro: 1.803 euros, tres veces el salario mínimo. Y si pillan a tu perro miccionando en el mobiliario urbano (farola, papelera, árbol) o en una fachada, ya estás sacando 900 euros. Esto significa que los perros solo pueden orinar en la misma acera o en la calzada (si es que no lo consideran mobiliario urbano) y en las ruedas y guardabarros de coches privados (y que no sea el del tinent alcalde, o un similar, que te envían los mossos a casa). Ya, ya lo sé, están los pipicans, pero son un foco de infecciones. Otro dato: en España se abandonan 110.000 perros al año. Y otro aún: en Cataluña es donde más se adoptan.

Comienzo el ascenso

En primer lugar, fui a una peluquería canina porque, si alguien está a la última, son ellos. En la peluquería Turó Can me recibe Dani, un chico con aire a Iniesta que trabaja de ayudante de peluquero canino. Cuando empezó, reconoce que los perros le daban miedo, pero ya lleva cinco años peinándolos, cortándoles el pelo y haciéndoles las uñas. Y lo tiene claro: “Prefiero trabajar con animales que con personas. De hecho, mi cliente es el perro”. Glenn Gould también prefería los perros a las personas, aunque seguramente también prefería los pianos a las personas. La mayoría de dueños llevan su mascota a la peluquería por una cuestión estética. Que faci goig. El perro en Barcelona no solo es uno más de la familia. También marca estatus: dime qué perros y te diré qué pastas. Pero para Dani, el objetivo es otro: higiene y salud. Se queja de que algunos dueños descuidan a su perro y que no lo educan: “No solo es ponerle un cuenco de comida”.

Por esta razón, no todos los perros en Barcelona son iguales: depende de la raza, pero sobre todo de cómo lo educan. “Yo no soy su padre”, dice Dani. Lo cual no difiere mucho de lo que dicen los profesores de las escuelas de niños, aunque parezca otro tema. En todo caso, el carácter del dueño tiene una ascendencia inequívoca sobre el carácter del perro. Pongamos por ejemplo los perros peligrosos: “El pastor alemán está clasificado como perro peligroso, pero es porque tiene una boca que te arranca la cabeza”. O el Bull Terrier, “ese que tiene el hocico como un cohete”, y que la mordedura equivale a una presión de 600 kg “o algo así”. Pero luego, si están bien educados, son un encanto, buenos como el pan. Ahora bien, reconoce que los huskie le dan respeto. Tienen esa mirada impenetrable, fría como la estepa. Una mirada de en cualquier momento se me pude ir la olla a saco y no respondo.

La personificación es una figura literaria antiquísima y el desequilibrio mental de algunos dueños también lo es.

Su labor consiste en peinarlos, deshacerles los nudos, lavarlos y cortarles el pelo. Si tienes, por ejemplo, un bichon maltés y lo llevas a la peluquería una vez cada dos meses te quedan dos opciones: que tu peluquero canino te odie ad aeternum o aceptar que tendrás que pagar cinco horas de cuidados, porque el pelo del bichon maltés es fino hasta exasperar a las piedras. Y cada hora extra va a 18 euros. Así que más te vale llevarlo cada semana o tener un shit-tzu o un yorkshire, que requieren menos trabajo. Veo en una de las vitrinas una selección de champús: champú hidratante aloe vera, al kiwi, champú nutritivo y restructurante con aclarado. Y yo usando el del Carrefour. Justo en ese momento, me parece, Dani clava los ojos en mis rizos. Una mirada extraña. En este lugar hay muchas tijeras a mano. Pero no. Falsa alarma. Solo estaba esperando la siguiente pregunta. “Es un mundo desagradecido. El cliente no aprecia el trabajo.” Dani, qué te voy a decir: me quitas las palabras de la boca.

Sigo ciudad arriba y me encuentro con la tienda de complementos Malu. Por su expresión al verme, Malu (la propietaria) debe de pensar que soy un atracador. Normal. Estamos en la zona alta (adivinad dónde hay más tiendas de complementos para perros) y llevo un pelaje salvaje. Trato de ganármela congraciándome con su perro y poniendo en práctica mi recién aprendida mirada perruna. Es infalible. La tienda está llena de accesorios caninos: bozales (específicos para cada raza, imprescindibles para evitar demandas), correas con todo tipo de diseños, las mil variedades del hueso y la pelotita, etcétera. Pero no es lo que más éxito tiene. Lo más demandado son los vestidos. ¿Vestidos? ¿Tanto peinado para que luego les pongan vestidos? “Son para el frío”, aclara Malu. “Los perros sienten igual que nosotros. Tienen sentimientos humanos.”

Malu es de las que está del lado de Pitágoras, uno de los primeros defensores de los animales, y en contra de Descartes, que les negaba la posibilidad de alma. Me enseña un vestido que consta de una minifalda tejana (con cadenilla incluida) y una camiseta con tirantes fucsia. Pero también hay otros: vestidos de dama de honor con estampado primaveral o chalecos de lana con chubasquero incorporado. Obviamente, lo único que puedo hacer es compadecerme del perro. La personificación es una figura literaria antiquísima y el desequilibrio mental de algunos dueños también lo es. Mucho más atinado es lo que recomienda Malu: el bluff, una especie de braga para el cuello que previene los resfriados. “El mío tuvo gripe la semana pasada.” Espero que exista un Frenadol para perros.

Hago cumbre

Yo sé que los canes no leen periódicos ni revistas como esta. Y yo no tengo perro a quien explicarle nada. Por eso decido ir a la perrera para decirles a los perros de allí que ya pueden ir en metro. Y también para hablarles de sus congéneres en Moscú y de Poyarkov. Y lo de Brian Hare y Vanessa Woods (es que además venden un pack de ejercicios para conocer mejor a tu perro, Dognition, y creo que tengo que informarles de lo mucho que nos preocupamos por ellos, aunque a menudo solo sea un disfraz de los que de verdad nos importa: el negocio).

La máxima causa de abandono es el embarazo de las mujeres.

Oigo sus ladridos de lejos, mientras remonto el camino de tierra que lleva a ProtectoraBCN, una entidad privada, fundada por el Conde de Sert en 1944 en la ladera de Collserola, que se financia con aportaciones de socios y padrinos. Me reciben con las patas abiertas. No puedo evitar pensar en Perros héroes, la novela de Mario Bellatin en la que un truculento adiestrador paralítico vive con varios pastores belga enjaulados, a los que manda con mano de hierro mediante imperceptibles sonidos y gestos. En esta perrera particular, hay dos perros por jaula con sendos carteles que los identifican. Ejemplo 1: 0620 LLUM Hembra Mestizo 2002 (Sacar con bozal). Ejemplo 2: 0000 BONE Cazador 2008. Su adiestradora no es nada truculenta, al contrario, pero sus rasgos bondadosos transmiten una determinación igual de férrea.

Mercedes lleva dieciséis años trabajando en este lugar que huele a perros y que tiene unas magníficas vistas sobre Barcelona. Asegura que ahora viven una situación de colapso. Reciben cien llamadas diarias para dejarles animales y no dan abasto. Ya están por encima de sus posibilidades. Algunos de estos perros llevan aquí más de diez años, en su mayoría perros grandes, porque los adoptantes quieren perros tamaño piso. ProtectoraBCN lleva a cabo un estudio familiar para verificar que el eventual perro adoptado se encontrará en mejores condiciones que en la perrera. Los candidatos a dueño deben probar que tienen capacidad económica y suficiente espacio, y antes de quedárselos deben venir cada día durante una semana para pasearlos. Los ladridos son continuos, pero por momentos parecen volverse locos. Umberto Eco asegura que la palabra can proviene del latín canor-oris (canción, melodía) y que se la atribuyeron por sus ladridos. Nadie sabe de dónde viene perro. Pero será mejor que escuche a Mercedes. “La máxima causa de abandono es el embarazo de las mujeres.” ¿Perdón? Debes de referirte a las camadas de las hembras, corrijo. Pero Mercedes sabe demasiado como para confundirse de términos. “El embarazo de mujeres. Es el máximo tabú. Primero utilizan el animal como sustituto del hijo, y cuando se quedan embarazadas, lo rechazan. Nos lo suele entregar el marido, llorando.” El perro, solo cruzar la verja, se pone a temblar. Y muchos ya no dejarán de hacerlo nunca.

A pesar de todo el cuidado que ponen en elegir una familia, a veces se llevan sorpresas. Es el caso de Salma, una perra mestiza que no para de buscar refugio entre mis piernas. La acogió un matrimonio cuando era un cachorro, pero pocos meses después la devolvieron. “A la mujer le daba ansiedad verla crecer”, me cuenta Mercedes con cara de no comprender cómo funciona el mundo. Salma me mira a los ojos con una técnica muy depurada. Lo siento chica: yo también soy un perro callejero. “Los perros, en muchos casos, son más inteligentes y tienen mejores sentimientos que los humanos. Sobre todo son más leales.” Lo dice sin fanatismo, sabiendo la diferencia entre perros y humanos, y valorando a los perros por esa diferencia.

Otros perros, en cambio, se adaptan mejor. Es el caso de Tuca (“esta es la más inteligente”) y Crispeta (“la pobre: qué boba es”), dos perras de color marrón anaranjado que comparten celda. Trato de comunicarme con ellas con algunos movimientos torpes. Nada, como si oyeran llover. Pero si tuviera que apostar en la taxonomía de Poyarkov, diría que son ejemplares de perro pedigüeño. Luego me doy una vuelta por las instalaciones. Continuamente hay un ajetreo de gente. Voluntarios que vienen a pasear perros, posibles adoptantes, trabajadores, nadie tan despistado como yo. No es agradable ver perros metidos en las jaulas, pero consuela saber que los cuida Mercedes. Me lo dice y lo escribo: faltan voluntarios, faltan socios, padrinos, adoptantes. Falta de todo. En una de las jaulas da vueltas un huskie y se detiene para mirarme. Sí, esa debe de ser la mirada de un perro salvaje poyarkiano, de un lobo del neolítico. Pero no hay nada agresivo en sus ojos, nada de depredador. Es solo una mirada de derrota y abatimiento.

Parece que para sobrevivir como perros tienen que dejar de serlo y convertirse en peluches donde los humanos puedan descargar sus complejos. Le hablo a Mercedes de las tiendas de perros. “Deberían prohibirlas. Fomentan la compra compulsiva de cachorros y el tráfico. Los traen en contenedores de países de Europa del este, de Rumanía, y luego los venden a peso. Es muy lucrativo.” Lo de la emigración de perros rusos no era tan descabellado. Y también da la impresión de que el suyo no es un viaje de placer. De nuevo, la analogía con humanos. Aunque parezca otro tema.

Descenso

Bajando por Avinguda Tibidabo los ladridos siguen retumbando en mis tímpanos. Una variación Goldberg canina. Llevan miles de años adaptándose a nosotros y comparten nuestro destino. No son humanos y es un error querer que lo sean; pero sienten, quieren, sufren, y quien no lo vea es que no tiene ojos. Dime qué perros y te diré qué hombres, qué mujeres. Voy contando las micciones y las heces de la calle, calculando la fortuna que está perdiendo el Ayuntamiento. Pienso que muchos dueños viven en la ilusión de sus perros. Y pienso que sin duda cabría añadir otra categoría a la taxonomía de Poyarkov: los perros héroes. Aquellos que soportan los desequilibrios mentales de sus propietarios. Los que se ven obligados a llevar un vestido de vaquero o a posar como un florero en un concurso. Sobre todo, los que llegan en un contenedor, los que son vendidos, los que luego son abandonados y acaban en una jaula (y espero que sea en la de ProtectoraBCN). Perros héroes con un verdadera mirada de perro, de dignidad. Y también los humanos que se ocupan de ellos cuando ya nadie los quiere. Los que los adoptan y los apadrinan, los que son voluntarios. Humanos héroes.