El Barraquismo del s.XXI en el Poble Sec | El otro día un amigo de la revista, al que llamaremos J, me comentó que pasaba por ronda Sant Antoni un martes en plena mañana laborable cuando vio a un tipo, con toda su jeta, cagar ahí en la vía pública. La Barcelona canalla, pensé, esa tan mercantilizada. Mi amigo se preguntaba cómo es posible que el Ayuntamiento controle tanto cada licencia que da en lo gastronómico y en cambio se le escapen cosas como esta.

Bien, un hombre cagando en la calle puede ser hasta anecdótico. Pero claro, J, en shock aún por haber visto cómo se deslizaba el chorizo, acumulaba otra experiencia escatológica. En el solar entre els carrers Concòrdia y Puríssima Concepció, okupado hasta el pasado verano por los vecinos, que entre otras cosas montaron un cine, se había instalado una suerte de campamento. Pero no es la presencia de sus habitantes lo que le espantaba.

Lo que empezó siendo un punto de encuentro de chatarreros es hoy un pequeño asentamiento. Hay hasta tres tiendas de campaña, una barra e incluso el típico póster de taller mecánico en el que aparecen varias mujeres en bikini. Todo bien hasta aquí, estamos muy a favor de la okupación y de que la vida llene espacios abandonados donde se reivindique de diferentes formas el derecho a la vivienda. Pero siempre hay un pero. Una de las esquinas del terreno, que además hace cuesta en ese final tan chulo que tiene el sur del Poble Sec, se ha convertido en el vertedero-baño público. Así, al aire libre. Al pasar por allí con J casi echamos la primera papilla.

Y no debíamos ser los únicos, porque un par de vecinas pasaron por las Torres de BCN Més, cerquita del solar, para pedir que trataran el tema porque les daba miedo que fuera a más sin intervención pública de ningún tipo. Y como no hay cosa que nos guste más que dar voz y trasladar preguntas a las altas instancias, llamamos al Ayuntamiento. El portavoz en los temas de Servicios Sociales, Mario Martín, aseguró que el consistorio tiene constancia de su presencia “desde hace tiempo”. “Como en todos los casos, se aborda su situación para intentar vincular a las personas que viven en ellos hacia los programas específicos que existen en el Ayuntamiento para tratar este fenómeno”, que Martín aclara que “no es nuevo y que presenta una situación compleja y diversa”.

A finales de los 50, Montjuïc era casi una favela. Tal era el problema, que el franquismo montó un Servicio de Control y Represión del Barraquismo.

El ejecutivo sabe que se trata de seis personas adultas de origen extranjero, un detalle que comenta “simplemente porque eso hace que su situación a nivel legal sea diferente que la de otras personas que también viven en otros asentamientos” y que sí tendrían nacionalidad española. Afirman que trabajan activamente con ellos, aunque desconocen cuánto tiempo tardarán en encontrar una solución porque “eso depende de la voluntad de estas personas de aceptar los recursos que se les ofrecen”. Lo más difícil suele ser que quienes viven en la calle quieran “vincularse con los servicios sociales”. No se fían de las instituciones y, con ironía encendida, vete tú a saber por qué, eh.

A finales de los 50, el 7% de la población de Barcelona vivía en barracas, unas 100.000 personas. Montjuïc era casi una favela y de ello da cuenta el recorrido por el Refugi 307, que tras la Guerra Civil se convirtió en el hogar de diversas familias (¡muy recomendable la visita, por cierto!). Tal era el problema, que el franquismo montó un Servicio de Control y Represión del Barraquismo. Durante esa época, fue subinspector jefe de la Guardia Urbana Eduardo Fernández Ortega, el padre del exministro del Interior Jorge Fernández Díaz y del regidor y presidente del grupo municipal del PP catalán en el Ayuntamiento de Barcelona, Alberto Fernández Díaz. Bajo sus órdenes se amparó la actuación de agentes como Rivera López “el Grabao”, a quien los barraquistas recuerdan como implacable. Se le acusa de derribar casas, de robar y chantajear, de deportar a sus habitantes e incluso de provocar abortos a mujeres con sus palizas.

Aunque estemos en democracia, el pasado de aquella represión a lo largo de la ciudad sigue presente. Las barracas desaparecieron sobre todo a golpe de obras, desde el parque de atracciones de Montjuïc hasta el passeig Marítim, poniendo fin a las chabolas del Somorrostro. El Museu d’Història de Barcelona elaboró hace un par de años una guía de las antiguas zonas de barracas. También se ha publicado un buen libro de los fantásticos Josep Martí, Jaume Fabre y Josep M. Huertas, que conocieron aquella realidad y la relataron en El Montjuïc del segle XX. Lo digo porque quizá conviene respirar, visitar y leer antes de volver a poner el grito en el cielo. Por pura concordia (guiño guiño)