Ilustración: Cristina Daura @cdaura

El poliamor no es un medio para follar más y con más gente (que también), sino que implica una comprensión nueva de lo que es la relación emocional entre dos (o más) personas.

Maridos y mujeres (1992) empieza así: dos parejas amigas, interpretadas por Woody Allen y Mia Farrow, y Sydney Pollack y Judy Davis, quedan para cenar y una de ellas, la de Pollack y Davis, anuncia de forma muy racional que se va a separar (subtexto: insatisfacción sexual). Mia Farrow se lo toma a la tremenda, como si la dejaran a ella.

Enseguida vemos que Pollack se lía con una profesora de aerobic y Judy Davis le acusa de haber empezado la relación mientras estaban juntos. Mia Farrow le presenta entonces a un joven y apuesto Liam Neeson y acaban acostándose, Pollack se entera y, llevado por un ataque de celos, le pide a Davis que le dé otra oportunidad.

Una semana más tarde vuelven a estar juntos (subtexto: sin haber resuelto la insatisfacción sexual); pero las cosas no van tan bien para Allen y Farrow: debido a una discusión menor sobre la poesía que escribe Farrow (subtexto: más insatisfacción sexual), ella deja la relación y empieza a salir con Neeson, quien le gustaba desde el principio. Allen había estado tonteando con una estudiante interpretada por Juliette Lewis (subtexto: iba como una moto), pero la historia queda en nada y la película acaba con Pollack y Davis juntos, Farrow y Neeson casados y Allen soltero y declarando que prefiere no hacer daño a nadie.

La moraleja es que, si tienes un problema con tu pareja, o rompes la pareja o sigues con la pareja y el problema. No hay término medio, la solución es binaria: o estás o no estás.

Los personajes de Woody Allen tratan de razonar, dialogar y, en definitiva, no comportarse como animales. La gracia es que, bajo el constructo intelectual, acaban cediendo a sus pulsiones primarias, más desorientados cuanto más tratan de explicarlas y justificarlas: el mundo emocional entra en conflicto con el orden intelectual y social, y los personajes deben esforzarse por encajarlos de la mejor manera que pueden, algo en lo que no siempre tienen éxito. ¿A alguien le suena?

Sí, nos suena mucho, y quizá nos suena demasiado, pero los personajes y las situaciones de Allen se nos han quedado un poco encorsetados. En España hay dos divorcios o separaciones por cada 1.000 habitantes (95.320 en 2019), lo cual nos coloca en la parte media alta de la tabla europea. Alrededor del 80% son de mutuo acuerdo, la media de duración del matrimonio es de 16,7 años y uno de cada tres supera los veinte años. Pero quizá lo entenderemos mejor así: en 1975 se celebraron 271.347 matrimonios, y en 2018, con doce millones de personas más, 162.743. Cada vez nos casamos menos y cada vez más nos regimos por otras relaciones que no están refrendadas legalmente. La relación de pareja convencional y monógama está en crisis, pero… ¿qué hay ahí fuera?

Que no cunda el pánico

Swingers, intercambio de parejas, relaciones abiertas, matrimonios grupales, amor libre, anarquía relacional, relaciones jerárquicas, arreglos geométricos, redes de relaciones conexas… y, cómo no, poliamor. Para quien rompe el cristal de la relación monógama el panorama puede ser apabullante: como pasar del cine en blanco y negro al tecnicolor. De repente, aparecen matices y grados, escalas y gamas, lo que era blanco ya no lo es tanto y lo que era negro es tornasolado. Quien quiera definiciones, las encontrará en Wikipedia. Nosotros, en lugar de definiciones, veremos ejemplos de nuestra querida ciudad de Barcelona.

Tomás y Abril

Tomás (41) y Abril (34) llevan diez años juntos. «En la tercera cita me prestó La insoportable levedad del ser. Supe enseguida que no iba a querer una relación convencional», dice Abril. Hace siete años, en Las Vegas, se acostaron por primera vez con otra persona. Desde entonces han seguido abriendo puertas. ¿Qué relación tienen? «No creo que tenga un nombre –sigue Abril–. Hemos ido –vamos– a clubs de swingers. Sabemos que, individualmente, podemos acostarnos con otra persona sin que pase nada… Pero no nos lo contamos, y creo que es una trampa. Hay una aceptación no real. Somos conscientes de que nos puede afectar y por eso no nos lo contamos.»

Es uno de los puntos más controvertidos de las relaciones no monógamas: los celos. Y no los celos de una cana al aire (que también), sino los celos de una relación aparte. En el poliamor tienen un arma para ello: la compersión [sic], un estado de felicidad empática que sientes al ver a otra persona feliz. Tranquilos, hay esperanza: es algo que evoluciona. «Si al principio me hubieran dicho lo que hago ahora, no me lo habría creído. Y esto me hace pensar en que hay cosas que ahora veo imposibles y que quizá acaben sucediendo. Hay veces que me digo: a ver si Tomás encuentra una tía buenorra y le echa un buen polvo», dice Abril. Tomás responde con una sonrisa: «Si la encuentro, seguro que me la robas.»

Para Tomás, el punto de inflexión fue la primera vez que fueron a un club de swingers: «Había decenas de personas, todo muy bien cuidado, varios espacios. Las normas allí están muy claras, pero lo más importante son las normas que tienes con tu pareja. Es una liberación poder verla disfrutar con otra persona y alegrarte por ella. Pero llegar ahí no es fácil.»

Hablar, hablar, hablar, dice Tomás: «Lo interesante es que te obliga a hablar. No sólo de swingers, sino de lo sexual y de la pareja en general. Te da libertad como individuo, sobre todo para expresarte. Poder decirle a tu novia: ‘Mira qué culazo tiene esa.’»

Dani y Rebeca y…

«Era una pareja que vio a otra pareja en una fiesta y se dijo: ‘Esta puede ser la pareja de nuestra vida’», cuenta Dani (27). Lleva once años y medio con Rebeca (26) y son poliamorosos desde hace seis y medio: «Nos definimos poliamorosos para que nos puedan ubicar y que esa ubicación no sea PÁNICO», continúa, pero reconoce que «más bien somos desorientados sexuales».

Han tenido novios y novias de cada uno de ellos, novios y novias de la pareja y parejas de la pareja. Prácticamente todo el espectro de la combinatoria sexual y emocional. Y no lo ocultan: «Al principio choca –dice Rebeca–. Te preguntan: ‘Pero, ¿ya no estás con Dani?’Y tienes que explicarlo: ‘También estoy con Dani.’ A mis padres se les hizo un poco raro. Pero luego mi madre ya me preguntaba qué le podía comprar a mi novia en Navidades. Acaba normalizándose.»

El poliamor fue la toma de tierra. Tenían miedo de limitarse a la primera pareja y querían conocer mundo: «¿Cómo puedes catalogar que tienes buen sexo cuando sólo te acuestas con una persona? No teníamos referentes», dice Rebeca. Llegaron a esta forma de entender la pareja de una manera paulatina y natural, compartiendo inquietudes, acompañándose y descubriendo juntos, pero con la suficiente flexibilidad mental para traspasar el marco de la monogamia que, para ellos, era limitante.

¿Ventajas? «Quizá parece una banalidad, pero yo creo que la vida está hecha de estas banalidades. Por ejemplo, puedes jugar a quién lo lame», responde Dani. Y Rebeca añade: «Tienes otras vías de escape. Puedes distribuir la carga emocional cuando las cosas van mal.»

Free, free, set them free

Tomás y Abril, o Dani y Rebeca, tienen claro que la relación de pareja convencional está agotada para ellos, pero no siguen ningún modelo. Es un work in progress. Se adapta y se reconfigura según la necesidad y las circunstancias (de ahí la dificultad de definir las relaciones no monógamas), pero siempre sobre la base de la confianza, la libertad y el pacto: caminante no hay camino, se hace camino al andar.

Pero el poliamor puede ser mucho más que esto. Puede ser una denuncia en toda regla de una estructura de pensamiento subyacente. Para una buena introducción al poliamor como acción política, en Barcelona tenemos a una experta a quien recurrir: Brigitte Vasallo, autora de Pensamiento monógamo: Terror poliamoroso, y charnega de referencia (si no es un oxímoron). Vasallo considera que la monogamia es un sistema basado en la jerarquía, la exclusividad y la confrontación, y que acaba generando una violencia cuyo extremo son los feminicidios. El poliamor, por su parte, es una práctica que propone una relación más horizontal, sin sentimientos de posesión y fundamentada en un diálogo y negociación continuos.

Esto es muy bonito, dice nuestro álter ego monógamo, pero, en una relación poliamorosa, ¿no se establecen relaciones de jerarquía y de poder igualmente, ya sea entre los integrantes o entre diferentes relaciones? Estas relaciones en red, ¿anulan la jerarquía? Vasallo responde: «Cuando hablamos de poder y relaciones poliamorosas, y relaciones en red, que creo que son cosas distintas, tenemos que entender que el poder es algo que sucede en la relación, es como una dinámica, como un mecanismo que puede aparecer en cualquier tipo de relación. No hay ninguna que esté exenta de ello. Son categorías distintas. Por un lado, en qué pactos relacionales te inscribes y, luego, cuáles son las dinámicas que se dan entre los miembros de esa relación.» No es tanto la eliminación del poder, sino su distribución. La pareja monógama no tiene por qué ser el fin último e inamovible: hay más opciones (de hecho, hay todas las opciones). Y, en cualquier caso, según Vasallo el problema no es tanto la práctica en sí, sino el sistema de valores que lleva incorporado.

Pero el álter ego monógamo vuelve a la carga: ¡Esto ya se hizo en los sesenta! En aquella revolución sexual también prescindieron de marcos limitantes, se propuso una nueva forma de amar. Entonces, ¿en qué se diferencia? Vasallo responde de nuevo: «La crítica que se hizo al amor libre de los años sesenta fue que se centraba en la sexualidad, cosa que me parece fantástica, pero no tuvo en cuenta las dinámicas de género, de modo que se siguió reforzando una misma forma de hacer. Creo que los ejemplos y las hegemonías hay que buscarlos más allá, y sobre todo no sólo en el ámbito europeo. Hay muchos tipos de relaciones que no entran en este sistema y ha habido muchas disidencias a lo largo de la historia.»

La visión femenina y feminista es una de las grandes aportaciones del poliamor: las mujeres son sus rostros más visibles. Vasallo es un ejemplo, pero es algo que se nota en la importancia del diálogo, la atención, el cuidado y el rechazo a la violencia en cualquiera de sus formas. El poliamor no es un medio para follar más y con más gente (que también), sino que implica una comprensión nueva de lo que es la relación emocional entre dos personas (o más) y, por lo tanto, con el mundo. Tomar consciencia de cómo nos relacionamos y de por qué lo hacemos así.

Ni maridos ni mujeres

En una versión futura dirigida por un futuro Woody Allen, que se podría llamar Ni maridos ni mujeres (2021), Sydney Pollack no dejaría a Judy Davis por la profesora de aerobic, sino que se la llevaría a casa para que Judy Davis pudiera llegar al orgasmo celestial que nunca le da Pollack. Mia Farrow no le presentaría a Liam Neeson, sino que se lo habría follado y se habría dado cuenta de que era incluso más muermo que su marido, así que no se habría casado con él (¿para qué meterse en semejante berenjenal cuando sólo quieres sexo?). Y Woody Allen no tendría que mentir a Farrow sobre lo bien que se lo pasa en la cama con ella porque Neeson le habría enseñado algunas buenas técnicas que le tendrían encantado, y no se habría maltratado por sentir deseos por Juliette Lewis y tal vez también por Neeson (reconócelo, Woody). Y quizá habrían acabado en una relación a tres, a cuatro o a siete y sobre todo sobre todo sobre todo ninguno de ellos habría ido dando tumbos sin llegar a ninguna parte por no ser capaz de reconocer, aceptar y expresar sus sentimientos, o por creer que el marco de referencia de lo que es una pareja es inamovible.

No se trata de hacer una apología del poliamor. Hay que dejarlo claro: el poliamor no es para todo el mundo. El poliamor no va contra las personas que quieren tener una relación monógama y que son felices en ella. Pero sí que propone otras formas de gestionar la libertad y necesidad (y las necesidades inmediatas y las necesidades a largo plazo), propone estadios intermedios y personalizables que, eso sí, debemos construir cada uno de nosotros. Esto es quizá lo que más temor puede generar. ¿Temor? No, pánico, y cualquiera lo puede comprobar haciendo un sencillo experimento: que saque el tema en la próxima cena de parejas. Es como soltar un pulpo radioactivo sobre la mesa. La tensión es inmediata. Incluso se oye cómo se disimula la tensión (la broma sexual de los hombres es de rigor). Esta es la señal: aquí hay algo importante.