Una buena noche de septiembre de 2009, en Terrassa, Jonathan Carrillo, previsiblemente con una buena borrachera encima, vio a cuatro agentes de policía cerca de su calle y se fue hacia ellos para tomarles el pelo. Se quitó la camiseta y cuando iba a por los pantalones, los cuatro polis lo rodearon. En algún momento alguno de ellos le dios una bofetada. Jonathan cayó al suelo de la ostia, se dio con un bordillo en la cabeza y cuando llegó al hospital, ya estaba muerto.

Ayer se celebró el juicio contra los agentes, acusados de homicidio imprudente. Ninguno dijo quién le había dado el bofetón. Ninguno dijo ni siquiera que nadie le hubiera pegado un bofetón. No se lo dijeron ni a la ambulancia que fue a buscar a Jonathan. Dos vecinas sí vieron la escena cada una desde la ventana de su casa -benditas vigilantes de la vida- pero no podían sin ninguna duda señalar al agresor. La sentencia, aunque afea a los policías que no elaboraran ningún informe posterior sobre el caso, los absuelve.

Los agentes, responsables en mayor o menor grado de esta muerte, cometieron irregularidades. Agredieron a una persona, omitieron información en la comunicación con los sanitarios, no elaboraron el informe, no reconocen la agresión ni señalan al culpable. ¿Por qué no los declara la justicia entonces cómplices, a los cuatro?

La sentencia del 4F -el caso que relata Ciutat Morta- condena a cuatro personas sin pruebas suficientes. Con el único testimonio de dos policías, Victor Bayona y Bakari Samyang, que después fueron condenados por torturar a Yuri Jardine. No se sabe quién tiró la piedra, ni la piedra nunca se encontró. Pero los metieron en chirona, por si acaso. Tal vez porque Jonathan o Rodrigo Lanza no pertenecen a esa clase de personas cuya justicia importe respetar. Solo eran jóvenes, punks, perroflautas, pintas. En cambio, los agentes, joder, velan por nuestro bien. Nos protegen. Hacen su trabajo. Nos pegan bofetones y nos matan, pero es por nuestro bien. No vamos a meterles en la cárcel por eso, ¿no? No vamos a vigilar a estas alturas a los que nos vigilan, ¿o es que estamos locos?