«Está claro que nuestro modelo de turismo es un modelo de éxito». Acababa de empezar la intervención de Sònia Recasens, segunda teniente de alcalde, y ya se escuchaban las primeras carcajadas de los vecinos de la Barceloneta que ocupaban las últimas filas de la sala. La audiencia pública sobre el turismo que se celebró ayer en la biblioteca Jaume Fuster, en un espacio a todas luces pequeño -había 240 plazas y unas 300 personas se quedaron fuera- dio para mucho y para muy poco. Mucha queja y poca escucha, como si de una sucesión de monólogos se tratara, con honrosas excepciones.

[quote align=»left»]Los vecinos echaron de menos a Trias, que había convocado la audiencia y decidió no asistirEl discurso de la teniente de alcalde duró una media hora y se centró en describir, con cifras, la economía del turismo, con grandes dosis de autobombo. Llamó «externalidades» a las consecuencias malas del turismo, como la llegada masiva de turistas, las borracheras, las noches sin dormir, las subidas de precios de la vivienda, la pérdida del comercio de proximidad… varios vecinos expresarían después sus dudas: «no sabemos si defiende al Ayuntamiento o a los lobbies del sector», le espetó más de uno.

El plan de turismo termina este año y tiene que aprobarse el próximo, que estará vigente en el período 2015-2020. Recasens se comprometió a «escuchar las propuestas de los vecinos» y a que estas serían «asumidas y trabajadas». En su discurso quedaron claras las preocupaciones e intenciones del ayuntamiento: «los visitantes que vienen a pasar el día, entre ellos, 7 millones de catalanes, no se gastan lo que nos gustaría». Resaltó que el turismo se ha desestacionalizado gracias a la inmensa oferta de Barcelona: de museos a deportes, -de los que por cierto, no mencionó ni un partido del Barça, y eso que en la sala estaba Joan Gaspart- y de las playas a los negocios.

La siguiente carcajada llegó al final de su intervención, cuando concluyó que el Ajuntament quiere un «turismo responsable y sostenible», desde el punto de vista social, económico y medioambiental. Debe ser que los inmensos yates y los cruceros -el primero del mundo con capacidad para 30.000 personas hizo su primera parada en Barcelona el pasado verano- acogen a todas las clases, son baratos y además producen energía verde y no nos lo han contado. Se le olvidaba, pero antes de terminar recordó que el consistorio ha «negociado mucho» con la Generalitat para conseguir destinar el 40% de la tasa turística a solventar esas «externalidades», algo que a los vecinos les pareció insuficiente. El siguiente bulto lo escurrió hacia Montoro, con quien asegura luchar para conseguir que de los dos mil millones de gasto en los comercios de Barcelona relacionados con el turismo, la ciudad pueda participar en la distribución de su IVA -algo más de 400 millones de euros-.

La FAVB criticó la «drogodependencia del turismo»Después de los grandes discursos llegó el turno de los vecinos. LLuís Rabell, presidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de la Barceloneta, quiso poner los puntos sobre las íes: lo primero, echó de menos a Trias, que había convocado la audiencia y decidido no asistir. Muchos vecinos se preguntaron si los problemas que está generando el turismo masivo no le preocupan lo suficiente al alcalde como para reunirse con sus ciudadanos. Después quiso tildar de «surreal» que los representantes del consistorio les acusen de «hacer política» y la reivindicó: «claro que hacemos política, esta audiencia es hacer política».

A grandes rasgos, Rabell criticó la «drogodependencia del turismo» y coincidió en que éste saca a flote los verdaderos problemas de los barrios. Puso como ejemplo la reforma de la Diagonal, «que se ha hecho pensando exclusivamente en las grandes tiendas que venden a turistas y no en los ciudadanos» o la Marina del Port Vell, «cada vez más exclusiva». El puerto de lujo supone para los vecinos «una barrera entre la ciudad y el mar». También tuvo palabras para ironizar sobre la «competencia» con otras ciudades del mundo -«¿en serio? ¿esto es lo que queremos, competir?»- y para pedir que el 100% de la recaudación de la tasa turística se destine a los barrios.

En el auditorio no había sólo vecinos afectados por las externalidades del turismo. El otro grupo más numeroso de personas eran representantes de la Asociación de Anfitriones, que en todo momento evitó mencionar a la empresa Airbnb. En sus intervenciones, defendieron que nunca han tenido quejas de los vecinos por sus huéspedes, que contribuyen con su actividad a la economía de la ciudad -les recomiendan comercios de proximidad-, y que defienden y promocionan un turismo de calidad.

A partir de las intervenciones la sala se fue convirtiendo en una partida de ping pong entre vecinos afectados y anfitriones defendiendo su pan. Los vecinos recordaban la ausencia de Trias, a los compañeros que se quedaban fuera de la sala, se quejaban de la pérdida del comercio del barrio, de que cada ampliación de aceras tiene como objetivo que se plante en ella una terraza, del incivismo impune o de la especulación. Y los anfitriones, como si sintieran que las quejas iban contra ellos, explicaban sus casos personales y aseguraban que conocían a la gente que meten en sus casas y que pagan todos sus impuestos. Además, criticaron la turismofobia y defendieron que quienes visitan la ciudad «también son personas».

[quote align=»left»]Colau: «con el turismo en manos de los lobbies se está vendiendo Barcelona a trozos»Algunos anfitriones aseguraban que alquilar las habitaciones de los hijos que se han marchado era su única manera de salir adelante con dignidad después de haberse quedado en el paro. De la precariedad laboral hablaba también Oriol Casabella, portavoz de UGT, en otro sentido: «en la hostelería se trabaja con contratos temporales y que implican muchas veces jornadas de 12 horas». ¿Así es como saldremos de la crisis?

La enmienda a la totalidad la resumió Ada Colau, líder de Barcelona en Comú: «con el turismo en manos de los lobbies se están vulnerando los derechos fundamentales de los vecinos; se está vendiendo Barcelona a trozos». Después se lanzó contra el formato de una audiencia que calificó de «fraude». Denunció que el Ayuntamiento se conforme y llame participación a celebrar una audiencia «que se ha organizado mal y tarde, sin el alcalde y sin ninguna herramienta de dinamización». Las intervenciones se sucedieron sin que nadie fuera recogiendo el balón, encauzando la conversación o proponiendo soluciones de conjunto. Si la audiencia fuera una oración compuesta, sería una yuxtapuesta infinita. Colau achacó a esa mala organización la tensión que se vivía en el ambiente.

Para poner fin a ese malestar, una vecina de Gràcia propuso que los asistentes «olvidaran al Ayuntamiento, cuya estrategia es enfrentar a los vecinos» y pidió una reunión al margen. Se mostró segura de que si los anfitriones se vieran y hablaran directamente con los vecinos sin presencia del ayuntamiento, llegarían a mejores y más amistosos acuerdos.

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