Cuando Colau era aún candidata a la alcaldía de Barcelona en 2015, nos dijo esto en una entrevista en la que salió el tema del puerto:

–¿Limitarías el número de cruceros que entran a la ciudad?
–Para discutir ese modelo falta mucha información. La premisa de “cuanto más negocio turístico, mayor riqueza para la ciudad” hay que analizarla. ¿Para quién? Los cruceristas, ¿qué tipo de viajeros son? Los expertos dicen que el 40% se queda en el barco y ni pisa la ciudad; otros, solo cambian de barco, y una parte muy pequeñita la visita, y haciendo un consumo muy determinado en unas rutas muy concretas. Los tour operadores firman acuerdos con la Roca Village, ponen a los cruceristas en autobuses y los llevan fuera de la ciudad. Visto así, no hay tanto beneficio. En cambio, los cruceros están con el motor encendido todo el día y eso sí que nos afecta a todos. Primero, quiero un mejor estudio, saber qué riqueza genera, dónde va y quiénes pagamos los gastos, la limpieza, la contaminación, la seguridad… Y luego, habrá que pedirle al puerto que mejore el tema de la contaminación. Una propuesta de mínimos es electrificarlo para que los cruceros se enchufen a la electricidad y contaminen muchos menos. No se trata de cruceros «sí o no», en este caso es «depende»: tiene que beneficiar al conjunto y no a unos pocos.

Año 2018. Después de dos años en la plaça Sant Jaume, el gobierno tiene por fin un plan para el puerto. Más que un plan, un acuerdo para un plan, que la burocracia siempre va por delante. Sobre todo porque se ha tenido que consensuar con el Port de Barcelona, presidido por Sixte Cambra y con sensibilidades muy diferentes a las sociales y de espacio público de Barcelona en Comú. En la institución portuaria conviven el Ayuntamiento de Barcelona, el Ayuntamiento de El Prat, la Generalitat y el Ministerio de Fomento.

Eufemismos tenemos a tutiplén, pero de electrificar no se dice ni una palabra.

Barcelona es la cuarta ciudad del mundo en número de cruceristas. Cada año suben y bajan de esos barcos 2,6 millones de personas en 8 terminales diferentes que se extienden desde el Moll Adossat (ese que no vemos porque queda escondido detrás de Montjuic) hasta Drassanes. El nuevo plan las reducirá a 7 y las concentrará en el Moll Adossat. Esto se llama ir despacio. Y nadie habla de reducir el número de pasajeros, no sea que se desanimen los buitres de la especulación.

Una vez abandonadas, las terminales del Maremagnum y Drassanes, donde ahora llegan los ferris de Balearia, se abrirán al público. Y las vallas se irán. Podremos tener por fin un trozo por el que pasear por el puto borde del mar y ver, de verdad, el mar, que parece que vivimos en secano. Bueno, un momento. Pasearemos por el borde del mar, pero el mar, mar, costará un poco verlo porque las terminales a los dos lados del mamotreto World Trade Center alojarán cruceros hasta 2026. Una de cal y una de arena.

Una propuesta de mínimos es electrificarlo para que los cruceros se enchufen a la electricidad y contaminen muchos menos. No se trata de cruceros «sí o no», en este caso es «depende»: tiene que beneficiar al conjunto y no a unos pocos.

¿Y qué hay de aquello de electrificar el puerto como propuesta de mínimos? Vamos a lo textual: “En el marco de una estrategia orientada a la ambientalización (toma palabro) del tráfico de cruceros, el puerto solicitará la elaboración de un informe sobre el sistema de control actual de las emisiones de los barcos, los protocolos y los resultados obtenidos”. También se encargará otro estudio “específico del impacto de la contaminación a largo plazo, con especial énfasis en las partículas en suspensión y el impacto en los barrios de proximidad”. Es decir, estudiar cuánta mierda respiramos en Ciutat Vella y Sants-Montjuïc.

Con los resultados, el puerto elaborará un plan de etapas para ambientalizar el tráfico de cruceros concreto y cuantificado para reducir “las externalidades medioambientales”. Eufemismos tenemos a tutiplén, pero de electrificar no se dice ni una palabra. Y no es porque el acuerdo no entre en las menudencias, porque sí menciona otra iniciativa para aligerar el tráfico terrestre y evitar el colapso de las Drassanes, Colón mediante.

No podemos decir que Colau falte a su palabra. Los estudios se harán y deben hacerse, porque convencer al puerto de que empiece a preocuparse por fin por los pulmones de los barceloneses además de por los bolsillos de los cruceristas no es tarea fácil. Y lo más serio en esta vida es ser serios. Pero, como en el lenguaje de Rajoy, la política en Barcelona entra en un bucle aburrido y la ciudad se levanta una y otra vez al lado de Bill Murray muerta de sopor. Esa cosa valiente que debería ser la gestión de lo público ya no está, ni se la espera.