Una lágrima por cada sala de cine, por los teatros y cada librería que echa el cierre en esta ciudad. Y otra por cada megastore —asco me da hasta el nombre—, que abre en su lugar. Así, por poner un ejemplo al azar, podríamos llorar por los cines Alexandra, que cerraron en diciembre de 2013. En su lugar, Mango abrirá una tienda de 1.500 metros cuadrados antes de que acabe marzo, invirtiendo 1,8 bonitos millones de euros.

[quote align=»left»]¿Cuándo fue la última vez que fueron al cine?, ¿cuándo coño se les ocurrió pasar la noche del sábado viendo teatro?De los 26 puntos de venta que hay en Barcelona, el cine no es el único lugar cultural que la tienda ha destrozado a golpe de talonario. También abrirá la que según La Vanguardia será la tienda más grande de la marca, en la antigua librería Canuda.

Efectivamente, no es la única empresa textil que contraataca. Nuestro buque insignia de los emprendedores quiere ampliar su imperio. El Zara que navega en la esquina de Paseo de Gracia y Gran Vía no es lo suficientemente grande para Amancio Ortega y ocupará el local anexo para tener más de 5.000 metros cuadrados de oda al consumismo. Por supuesto, ese vecino abandonado era el Teatro Novedades.

No es que estos señores empresarios se planten delante de los señores culturales y les cierren la persiana de forma cruel con sus mocasines de fino tafilete. Esos locales cerraron hace tiempo para que usted introduzca aquí su argumentario de cuñado tipo A: “Para que esté cerrado, mejor que alguien lo aproveche y cree empleo”; o el aún mejor tipo B: “Sí, sé que es trabajo de dependiente, pero mejor eso que el paro”. Primero fue el fin de la Ley de Arrendamiento Urbano y después esto. Seguida, la llegada masiva de turistas que se maravillan con los precios más bajos de Mango y Zara aquí que en sus lugares de origen. Que el plan esté orquestado en la sombra es una opinión que dejo a sus señorías, pero todo parece muy diabólico.

Antes de seguir criticando a los de siempre —multinacionales, Ajuntament y turismo masivo—, voy a lanzar una última lágrima. Que no convierto en bala porque ustedes me leen, que si no, me quedo sola en plan cuñada acuchillándoos a todos. Díganme, con toda su estupenda sinceridad, ahora que han terminado sus cierres del año contable, y echen la vista atrás: ¿cuándo fue la última vez que fueron al cine?, ¿cuándo coño se les ocurrió pasar la noche del sábado viendo teatro?

Está muy bonito llorar por el cine que cierra y pulirse 100 euros en una tarde en Portal de l’ÁngelMe voy a embalar. De sus sensacionales gastos de 2014, ¿cuánto dinero fue al bolsillo de Inditex, H&M, Springfield o cualquiera de estos templos a la explotación asiática que suben los decibelios para que compren sin poder encender sus neuronas? Porque está muy bonito llorar por el cine y quejarse de los 9 euros que cuesta la entrada —que de eso ya hablaremos otro día—, pero pulirse 100 en tres camisetas, dos pantalones y un vestido súper-chachi-sexy-guay igual que el del año pasado en una tarde en Portal de l’Ángel es para…

¿Quién se ha propuesto para el 2015 ir más a los teatros? ¿Leer más libros? ¿Ver más películas pagando por ellas? Los cines Alexandra, Casanova y la librería Canuda cerraron porque no llenaban. Si me ayudan a cerrar el Mango de Canuda, por esa imagen, juro ante el dios Apolo que me hago acomodadora. Y cierro el negocio de pañuelos.

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