Abramos el armario. Vamos a coger una prenda que hemos comprado en una de esas tiendas que se reproducen como setas por toda la madre tierra. La tienes, vaya que sí, todo el mundo tiene alguna. La mía es una chaqueta de H&M de un color verde muy parecido al de esta edición. Pero no tiene nada de ecológica.

Miremos la etiqueta: “Made in Bangladesh”. 80% viscose. 20% nylon. Se puede lavar a máquina a 40º, pero no meterla en la secadora. Fin de la historia. Nuestra chaqueta la tienen miles de personas más en el planeta. ¿Cómo hemos llegado todos a vestir igual, como robots?

Allá por los finales de los 70, la economía productiva, la que hace cosas, empezó a expandirse por el mundo. Es decir, lo que hoy ya todos conocemos como globalización. Así llegó la deslocalización, y las fábricas textiles de toda la vida, fundamentales en el motor catalán, se fueron a producir a otros sitios más baratos (resumiendo a grandísimos rasgos).

Pero ahora parece que las cosas podrían empezar a cambiar. Existe la posibilidad de que nuestra chaqueta vuelva a confeccionarse aquí. La bendita relocalización, que suena a recolocar, a volver a las raíces, a cada mochuelo en su olivo. Josep Xercavins, profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya, recuerda que en el caso del textil catalán, éste nunca llegó a irse del todo: “En la alta costura, en el alto valor añadido, algo quedaba”.

Pero los talleres de confección las han pasado canutas: muchos cerraron, como cualquier entidad que se dedicara a producir cosas materiales y de calidad en Catalunya. Ahora, con la posibilidad de la relocalización, muchos supervivientes esperan a las grandes empresas con el cuchillo entre los dientes, me contará Ernest Costafreda, de Costalamel, un diseñador del handmade in Barcelona. “Si se fueron al sudeste asiático para ganar 50 céntimos más por camiseta, ahora aquí van a pagar el doble”, le ha comentado algún responsable de talleres, con ganas de imponer justicia.

Con el handmade in Barcelona hablamos de 1. Hecho a mano y 2. En Barcelona. La primera premisa se cumple en los casos de los que os hablamos a continuación. Pero lo de la segunda ya no es tan completo. Para empezar porque la materia prima es difícil encontrarla aquí: ya no hay campos de algodón en Catalunya. Para seguir porque construir una red aquí lleva mucho más tiempo que acudir a los canales tradicionales de suministro que toda la gente del mundillo conoce (fábricas de tejido, talleres de confección, etc.).

Desigual o Mango no tienen nada de buen samaritano. Si vuelven a producir aquí, a la tierra que les dio la oportunidad de crear para que luego arrasaran con todo, no es porque la relocalización les parezca el camino hacia el equilibrio de nuestro planeta o porque consideren justo devolver a su tierra parte de lo que les dio. El profesor de la UPC cuenta porqué: “Mientras nosotros íbamos cuesta abajo y sin frenos, China mejoraba poco a poco las condiciones de vida de su inacabable población”. A esto hay que sumar nuestra devaluación, que nuestros estimados representantes políticos no sólo no comentan, sino que disfrazan con un eufemismo que se repite miles de veces: que hay que ver qué competitivos estamos los españoles, que no hay dios que compita con nosotros.

No es que después de haber vivido por encima de nuestras posibilidades nos hayamos golpeado el pecho hasta la muerte y vuelto a la mina a picar como descosidos —ni que antes fuéramos unos vagos vividores—, sino que al devaluarnos salimos mucho más baratos y exportamos que es una maravilla.

¿Por qué nos devaluamos?

Al formar parte de la UE, no controlamos la política monetaria, que se cede al Banco Central Europeo (BCE). Y este organismo no se atreve a devaluar el euro, que es lo que se hace en crisis para ser más atractivo a inversores internacionales, por el riesgo de inflación al que Merkel y sus cómplices temen más que a un nublao —por ese pensamiento lógico de que la inflación lleva inequívocamente al nazismo—. Así que si no se puede devaluar el euro, se promueve que lo haga cada país internamente a través de: bajadas salariales, condiciones laborales pésimas, y qué más os voy a contar. A Cortefiel o a Springfield se les enciende la bombilla y piensan: “Joder, igual me sale mejor volver a producir aquí y me dejo de líos con eso de transportar todo desde China”. Bingo.

De las distintas vías para potenciar la relocalización y evitar que Europa sea “sólo” el parque de atracciones de los turistas —muchos de ellos chinos, sí, después de haber hecho nuestras camisetas, ¡qué mundo!—, la elegida ha sido esta. Son malas noticias para vosotros y para mí en nuestra vertiente de consumidores. Porque por mucho que se produzca aquí y eso nos dé trabajo, si nos bajan los salarios a tiempos de Maricastaña y vivimos con el acojone perpetuo de que nos echen a la calle en cualquier momento, pregunta del millón: ¿quién va a consumir?

Si la producción vuelve y sus trabajadores cobran mejores salarios que los del sudeste asiático, puede funcionar. Pero entonces tenemos que estar también dispuestos a pagar un poco más por lo que consumimos. Un círculo en el que es difícil saber si es primero el huevo o la gallina.

Visto el plan, llegamos al punto de inflexión al que nos quería traer: lo mismo nos da cortarnos las venas que dejárnoslas largas. Nuestros salarios bajan en picado y no podemos comprar ni lo poco que vuelve a fabricarse aquí. Pero de la camiseta que se fabrica en Bangladesh y se vende a veinte euros, sólo 1,5 céntimos van a parar a la obrera que la cose, según Eva Kreisler, coordinadora de la campaña Ropa Limpia en España. Por no hablar de que hace un año más de mil personas murieron en el derrumbe del Rana Plaza en Daca, la capital del país, de cuyos escombros salieron etiquetas de Mango, Primark y un largo etcétera.

Ropa Limpia ha tejido una red de ONG que luchan por los derechos de las trabajadoras del textil desde 1989. Recientemente han publicado un libro de Albert Sales, Guia per a vestir sense treball esclau, en el que mencionan que deberíamos consumir menos y apostar por lo local, pero no quieren olvidarse de quienes más sufren. Si Benetton o C&A se fueran de un país que debe a la confección el 7% de su PIB y el 76% de sus exportaciones, Bangladesh se iría a pique. Prefieren promover la presión, que las grandes se queden, respeten los derechos humanos y ya que sacan jugosos beneficios por estar allí, recuerda Kreisler, “que mejoren las condiciones de vida de sus obreras”. La coordinadora pide que nadie deje de ejercer presión a través de manifestaciones y recogidas de firmas porque “todo cuenta”.

Así abrimos el melón de la moda. Visto nuestro punto suicida anterior, ¿mejor aquí o allí? O, por qué no, ¿mejor aquí y allí sostenible que aquí y allí precario? Soñemos que fuera posible… Amigos, llegamos a la parte feliz de la historia.

Abramos el armario. Podemos volver con la revista en la mano. Vamos a por una prenda especial que hemos comprado en una de esas tiendas pequeñitas del barrio que no encontrarías en ningún otro lugar. La tienes, esperemos, todo el mundo debería tener alguna. La mía es una camiseta de Costalamel con un dibujo de una pluma de la que salen volado unos pájaros. Ningún paso de su producción se sale de la península.

Miremos la etiqueta: “Handmade in Barcelona”. 100% algodón. Serigrafía con tinte a base de agua. Nunca he visto a nadie con ella y tiene una historia detrás: el algodón viene de Málaga, se ha confeccionado en un taller de Lleida y el encargado de todo el proceso es un chico de 23 años que ha decidido apostar de verdad por lo local.

La moda frenética de cambiar de ropa cada quince días tiene que terminar si no queremos petar antes. Es el primer paso que hay que dar para formar parte de este movimiento que apuesta por el made in Barcelona (o en Cuenca, o en Nueva York, o donde sea, pero local) y en el que coinciden los cinco proyectos que hemos entrevistado para este reportaje. Si crees que es mejor comprar cuatro o cinco prendas al año de calidad que diez de usar y tirar, puedes cambiarte al lado artesano de la vida sin gastarte más de lo que gastas ahora en Blanco o Promod.

Una vez dentro de este mundo, tendrás artículos, filosofía, historias y precios para todos los gustos. Vestir justo puede ser caro y puede ser barato, depende de lo que busques. Inditex es la salida fácil. Quien se deja comer por las “baratijas” de Portal de l’Àngel “es una persona vulnerable al marketing”, me dirá la diseñadora de Xisqueta, una marca de la que más adelante hablamos. La libertad del capitalismo es una falsa libertad: no vistes como te da la gana, estás sometido a la dictadura de la imagen. Sólo hay que mirar cuántas revistas marcan lo que se lleva y cuántas personas van vestidas igual.

GREEN LIFE STYLE – “do it fairtrade”

www.greenlifestyle.es

En el número 95 de Torrent de l’Olla, Carolina ha abierto Green Life Style, un escaparate de moda ecológica. Tiene las cosas clarísimas, su madre es modista y ha mamado el textil desde pequeña. Poco a poco supo que quería dedicarse a contemplar toda la cadena de una prenda hecha con amor. Estudió ADE y Business Management y ha vivido en medio mundo. Además de la tienda, organizó la Asociación Moda Sostenible de Barcelona, que agrupa a diseñadores con conciencia, y la cual celebró la primera pasarela de moda justa en el aniversario del derrumbe de Bangladesh.

Un vestido de Green Life Style puede costar entre 130 y 170 euros, porque respetan unas condiciones de trabajo dignas en toda la cadena de producción. Hay algunos diseñadores que trabajan en Barcelona y otros de otras partes del mundo, pero todas las etiquetas llevan el sello de fairtrade, que indica que se han respetado los derechos humanos en su fabricación. “No es caro, es justo”, dice tajante Carolina, “lo caro es pagar 15 euros por una camiseta para quien la está haciendo”. Cuando se lanzó con el proyecto en 2010 hasta su madre le decía que se dejara de aventuras y comprara made in China, porque, total, los chinos están lejos y no vemos cómo les tratan. Pero se plantó, porque “cada vez que compras, votas”, dice sin pestañear.

Elijamos el modelo de mundo en el que queremos vivir. Xercavins comenta que la relocalización dependerá de cómo acabe petando la crisis. Imaginemos que peta con China erigida como potencia mundial, con su calidad de vida en escalada ascendente, y con que en Europa nuestro Estado del bienestar se desvanece hasta que nadie recuerde que existió. Sería genial que los chinos compraran cada quince días ropa hecha por nosotros, en fábricas insalubres y con sueldos que no llegarían ni para pagar el pan.

Para la relocalización ya hemos dicho que existían varias vías, y parecía que la elegida era la de la devaluación interna. Pero, ¿y si nuestros gobiernos apostaran por las pymes que lo hacen todo aquí, en este pequeñito y viejo continente? El desafío no es marciano. Tener el sello fairtrade en la ropa que vendes “es carísimo”, cuenta Carolina —entre el 5% y el 30% del precio mínimo de Comercio Justo que tiene cada producto para garantizar que su producción es sostenible. Pero los diseñadores con los que trabaja de otros países de Europa lo hacen porque sus Estados les dan unas subvenciones que convierten el envite en opción de vida. Uno de ellos es Alemania, por si nos lee Rajoy y busca ideas.

Aquí, en cambio, te sangran a impuestos, se queja esta emprendedora. Hablando de sangre, lo tiene muy claro cuando Bangladesh sale a colación: “Con tu camiseta de quince euros alguien ha muerto por el camino. Está manchada de sangre”. Una de las propuestas que apunta la campaña Ropa Limpia es un registro de fábricas y que en las etiquetas aparezca la ruta que ha hecho cada pieza desde los campos hasta la tienda.

XISQUETA – “Reinas de lana”

www.xisqueta.cat

Aún así, luchan. Creen en lo que hacen. Como en Xisqueta, una marca que lo hace todo con esta variedad de oveja del Pirineo catalán. En 2009, un grupo de artesanas, feministas guerreras, se lanzaron a relocalizar la producción de lana con estas ovejas. Porque tejiendo apoyaban a los pastores, recuperaban y extendían saberes populares, de esos que no se enseñan en las aulas, y empezaban a independizarse del exterior. Los pueblos son bienes escasos con ciudades tan masificadas. Y la lana era una manera de reforzar el pueblo. Además, con el pastoreo recuperan el mantenimiento de los montes y previenen los incendios.

Aunque Xisqueta es un proyecto del que aún no pueden vivir todas, sí contratan a diseñadoras como Marine, una francesa que, después de trabajar en la industria de la moda en Vietnam, decidió integrarse en el proyecto. Al principio lo hacía como voluntaria y ahora trabaja en ello a tiempo completo. Es de los pocos proyectos que sí ha contado con subvenciones de la Generalitat.

Las diferencias entre lo rural y lo urbano le llevaron a plantear un diálogo que se expone estos días en Mutuo. Alfombras, fundas para objetos metálicos fríos, jarrones o gorros hechos con lana de Xisqueta, de la que no quieres despegarte. Estos últimos se venden a 30 y 35 euros.

Trabajar la lana en Sort también les permite recuperar el trabajo doméstico, disfrutar de la familia, ver todo el proceso, decidir hasta dónde se implican… y vivir mejor. No porque el aire sea más puro, que también, sino porque el tejido es infinitamente mejor para la piel. Nada de metales pesados, que es lo que utilizan H&M o Pimkie para fijar los colores. Pura lana y tintes vegetales.

La encargada de teñir la lana obtenida de las ovejas es una mujer que sabe más de plantas que cualquier enciclopedia. Utiliza el nogal para llegar desde el marrón oscuro hasta el verde, o piel de cebolla. ¿Sabéis todo lo que se podría hacer reciclando toda la piel de cebolla de Barcelona?

Final feliz

El 100% made in Barcelona es imposible desde cero. Empecemos con handmade in Spain o Barcelona (provincia). Lo más cercano es el caso de esta lana pirenaica. Pero hay avances que se acelerarían si para relocalizar apostáramos por otras vías que no fueran los constantes golpes a nuestros derechos laborales. Si no es así, tendremos que combinar lo hecho aquí con ropa de segunda mano, por ejemplo, más barata. Aunque en realidad, deberíamos estar dispuestos a hacer esa revolución que empieza por consumir menos.

Las pequeñas iniciativas locales mencionadas aquí han crecido y han ido vendiendo más desde que se crearon. Pero hay que preguntarse si esto puede funcionar siempre y para todos. Xercavins es pesimista, aunque achaca su juventud marxista para justificarlo. Cree que sólo un cambio en las estructuras haría que Inditex o el Corte Inglés se decidieran por el hecho en España al 100%, revolucionando nuestra economía de verdad. Pero para eso el poder político tendría que volver a estar por encima del económico y el profesor opina que es “poco probable”. Por no hablar de que tendrían que cerrar todos los paraísos fiscales.

La buena noticia es que estos emprendedores locales disfrutan de cada cosa que hacen y ponen el dinero en equilibrio con el resto de cosas importantísimas de la vida. Si esto no convence, podemos quedarnos hablando sólo de dinero: ¿cuánto gastamos en alcohol? Con la respuesta podemos decidir qué armario queremos abrir.