Fotos por Patricia Bolaños
Significativo es el emplazamiento del Festival Erótico; la Fira de Cornellá. Para llegar en metro debes bajarte en los estertores de la línea azul, parada Gavarra, purito cinturón obrero y realizar una travesía por un polígono deshabitado. En una ciudad como Barcelona que tiene esa fuerza centrípeta cultural, sorprende que no se hayan apropiado del Festival Erótico las instituciones públicas y la todopoderosa Fira de Barcelona.
La misma Fira que tiene tradición de reparto de flyers para que los empresarios, congresistas y visitantes después de ver barcos, móviles o tochanas, pero no porno, acierten con el lugar de la Sauna. Esto puede responder a dos razones: que la Barcelona cosmopolita pero mojigata prefiera mirar para otro lado o que la industria del porno quiera estar en ese otro lado, dónde se siente más a gusto y a resguardo. O quizás una mezcla de ambas.
Desconozco la industria del porno pero si que se intuye el empobrecimiento del sector. Cuando yo era jóven y vivía en el pueblo, si querías ver porno tenías que pagar, ya fuera alquilando en el videoclub o chupando de madrugada el Canal Plus de tus padres, en aquellas escenas bizarras en la que compartías pajas con tus amigos, todos bien resguardados bajo cojines tejidos por la abuela. Hoy en día el streaming gratuito es Dios 2.0 X, y no conozco a nadie que reconozca gastarse un duro por sus pajas.
Tengo un amigo que edita vídeos para un clásico del porno catalán. Su lugar de edición es la sala contigua a la sala de “máquinas” donde se folla, un subterráneo desconchado chanante. Oye los gemidos en Dolby 5.1, por delante y por detroit. Me contaba que una amiga suya había penetrado en el negocio y el actor-productor le pagaba 200 euros por sesión (de la que sacaba varios montajes). Mi colega cobra 100 euros por vídeo editado. Podéis haceros una idea de la oferta de obreros del porno que hay. Aún con estas cuentas sigo sin entender muy bien cómo recupera la inversión.
Durante el piscolabis tuve tiempo de confirmar todo lo que ya sospechábamos, que es exactamente lo mismo que sospechamos de cualquier otra gala así que os lo ahorro. El catering era pobre, otra muestra de la situación del sector. El nivel de sensación de pandilla era alto, sin parecer hipócrita o estirado, fruto de la clase social mayoritaria de los allí presentes.
Vayamos a la gala. La estructura es igual a todas las galas que he asistido: photocall, picapica, auditorio con presentador más o menos gracioso entregando premios todo lo rápido que puede, espectáculos intercalados, cameos de famosos y para casa. Skrillex de fondo para no bajar el pistón. Es curioso que el último premio sea el de Mejor Actriz, al revés que los Goya o los Oscar, ¿feminismo? ¿machismo?, dímelo tú.
Había 400 invitados, mitad de aforo. Si hacemos cuentas mulplica plica nos sale un ratio de polvos/año superior a toda la historia del País Vasco. Había un buen tutifrutti de gente más o menos conocida: QQCCMHs, Granhermanos, María Lapiedra, la mitiquérrima Sophie Evans o Chiqui Martí. Martí además ofreció un espectáculo bastante decente.
Los novatos anduvimos midiendo el glamour de los participantes por el número de vítores y aplausos en cada nominación, aquí lo chascarrilloso era gritar bravo, no rabo. Los agradecimientos no incluían a padres, madres y abuelos, y ni siquiera hacían referencia explícita o socarrona al oficio. Sólo Carolina Abril, la mejor Webcamer del año, dio gracias a sus espectadores y a sus pajas frente al ordenador.
El premio honorífico resultó de una emotividad que ríete tú de Alfredo Landa y Conchita Velasco. Fue para Torbe, a ese si lo conozco. Después de 13 años de camastros, bizarradas y escándalos hizo un discurso muy elocuente. Empezó hablando de sus inicios: “Yo empecé haciéndome pajas y ahora estoy aquí”. Recomendó paciencia a los novatos en el oficio; “La cosa irá para arriba”. Y finalmente se lo dedicó a su perra Ramona.
Hay una cierta esquematización popular del tinglado que se deriva de la propia naturaleza del oficio. Por un lado, existe la ensoñación callejera del disfrute de los actores y actrices que los convierte en héroes hedonistas. Y por el otro, cierta crítica resabida ha venido a querer destapar esa dura vida vacía y solitaria del negocio, ese doping masculino, esa obsesión por el cuerpo y la cirugía como eje del mal. Sin noticias de esos extremos en la gala.
Esta notas son muy someras, si os queréis poner finos con el tema os recomiendo el artículo “Gran Hijo Rojo” de David Foster Wallace, incluido en el recopilatorio “Hablemos de Langostas”. Explica muy analíticamente (con ese punto indiscernible de ironía de Foster Wallace) los premios de la AVN (Adult Video News), la Variety del porno estadounidense. Por cierto, nos tuvimos que ir antes del cierre de la gala, el año que viene habrá que invitar a los mandarines de la política catalana para que alarguen los horarios del metro.