Existe un lugar donde las fantasías y los sueños de los niños se engrosan con un embudo industrial. Un sitio donde la influencia del contexto castrador es nula, y la frontera entre deseo y materialización inexistente. Hoy, en Upper Diagonal, hablamos de arte.

Un simple test para ir abriendo boca: ¿cuál de los siguientes escenarios pertenece a un contexto Upper Diagonal?

ESCENARIO 1

—¡Mamá, yo de mayor quiero ser artista!
—No seas gilipollas, hijo. Tú serás fresador, como tu padre. Y si no serás otra cosa, pero no vagabundo.
—Pero, pero… ¡no es así! Que lo he visto en la tele, hay muchos artistas, jóvenes talentosos que se dedican al arte y son muy, muy ricos…
—Despierta, hijo. Mira a tu alrededor. ¿A ti te parece que estamos en el…?

ESCENARIO 2

—¡Mamá, yo de mayor quiero ser artista!
—Tú serás lo que tú quieras ser, cariño. ¿Te gusta el arte, eh? No me extraña. Tu padre y yo siempre habíamos notado que tenías esa sensibilidad especial. ¿Y qué es lo que te gusta del arte?
—No sé…
—No te preocupes, tienes todo el tiempo del mundo para decidirte.

Sí, obviamente la respuesta es Escenario 2.
Podemos distinguir a brocha gorda dos grandes categorías funcionales donde meter “lo artístico”: uno, la que referencia al arte con mayúsculas, entendiéndolo como exteriorización creativa del sujeto. Es el arte de salón, la pieza que trasciende y se independiza de su creadora. Dos, como un tipo de actividad lucrativa donde lo bello prevalece a lo funcional, pero sin prescindir de ello. En este sentido, un iPhone es una pieza de ingeniería artística, los diseños de Versace exhibidos en las pasarelas son ejemplos de virtuosismo artístico y la mierda de pulsera que tu hija vende ilegalmente en el bulevar marítimo de un pueblo de verano son notas artísticas que revelan su “inspiración creativa”.

Pregunta: ¿cuál de las las dos descripciones sobre “lo artístico” pertenecen al reinado Upper Diagonal? ¡Ja! Era una pregunta trampa. Respuesta: ambas.

Para el primer escenario: al arte se dedica quien se puede dedicar. Y no se es artista —sea lo que sea que signifique— de nacimiento. Como cualquier otra profesión, se incentiva y se trabaja. Y cultivar la expresión máxima de tu espíritu sale caro. Probad, compañeras, a rasgar bajo la apariencia callejera y desenvuelta de los estudiantes de Bellas Artes. Explorad árboles genealógicos en busca de familiares trabajando en minería, en el campo o en la construcción. Como elección vital de alto riesgo, solamente se emprende si existe una red de seguridad que aleje el miedo a la falta de lo material. Por eso, el arte entra en el campo de lo postmaterial.
Claro, claro. Pero si la diferencia radica en la compensación monetaria, ¿por qué debería ser el otro escenario, donde sí que se genera una actividad económica, también feudo exclusivo de público Upper Diagonaler?

Aquí la perversión es más sutil, efectivamente. Se trata de una de las distinciones de clase que más ha sido aceptada: el buen gusto. ¿Por qué un “nuevo rico” no es rico a secas? Porque la gracia de pertenecer a un grupo selecto de gente es tener la capacidad de excluir a otros de obtener los mismos beneficios. Y el arte, por desgracia, ejerce la misma función. El valor añadido de crear algo “artístico” es un privilegio al alcance de pocos. Y estaría bien que fuera así, si fuera una lucha justa. Pero no lo es. Porque el monopolio de lo artístico, del arte, del buen gusto, de lo fino y de lo bello se erige en base a unos determinados cánones culturales, bien custodiados por los distintos Upper Diagonalers, de aquí y de ultramar. Y la Gran Llave Maestra se esconde bajo unos muros invisibles e impenetrables, que son tan reales como las piscinas de agua prístina de la calle Pearson.

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AVISO: Debido a que el ajuntaletras arriba firmante no tiene noción alguna de lo que significa arte, expresiones artísticas, sensibilidad artística ni nada que se le asome, tómense las siguientes reflexiones como lo que son: exabruptos ideológicos diluidos entre charcos de sociología y antropología urbana.