Banc Nu, de Santa & Cole

Banc Nu, de Santa & Cole

«¿Tú has pensado qué hace tu cuerpo en la calle?”, esta es la primera pregunta que Leónidas Martín, del colectivo de activismo creativo Enmedio, me espeta cuando le pregunto por la salud de la vida en las calles de Barcelona. Él mismo se responde: “Desplazamiento, producción o consumo. No hay otra. Parece ser que hay una lógica que responde a ello: cuanta más movilidad, más producción y más consumo. Cuanto más quieto está un cuerpo, menos producción y menos consumo. Nosotros decimos: ‘Y más disfrute’”.

En el año 2006 se realizó por encargo del Ayuntamiento La U urbana. El libro blanco de las calles de Barcelona, un estudio exhaustivo de las calles y los elementos de la ciudad. Esta investigación esperaba definir una guía práctica de diseño y emplazamiento. Para ello contó con el análisis de técnicos y expertos de diferentes ámbitos, además de recoger la opinión de los ciudadanos. El análisis específico de los bancos públicos permitía saber que en Barcelona existían 28.073 unidades contabilizadas y recomendaba tener especial cuidado con la colocación de grupos o parejas de bancas individuales para evitar generar relaciones anómalas entre los usuarios. Las demandas ciudadanas exigían más unidades, especialmente en determinados lugares, criticaban la colocación de los bancos individuales (demasiado separados, de espaldas o alejados de otros elementos de interés…), se reivindicaban bancos para las personas mayores, para descansar y para relacionarse, pero también como lugares de encuentro de los jóvenes, además de la previsión de que mientras existiera gente viviendo en la calle estos iban a ser usados para dormir.

Diez años más tarde hay voces, como la de Adriana Ciocoletto, del colectivo Punt6, que lleva años estudiando el espacio público y los elementos que lo constituyen desde una perspectiva de género, que consideran que no solamente no se ha puesto solución a estas cuestiones sino que además han desaparecido bancos que promovían el encuentro, el descanso, el comer en la calle, el dar la merienda, las actividades de cuidado en el espacio público…

¿Sufren las calles de Barcelona y, por ende, quienes las habitamos, las consecuencias de una lógica que pone por encima de los intereses y necesidades comunitarios los imperativos de la lógica económica? ¿Afecta esta a los elementos que configuran el espacio común explicando, por ejemplo, la escasez de bancos cómodos o la presencia creciente en los últimos años de sillas individuales? ¿Cuál es la sensibilidad de los barceloneses respecto a estas cuestiones? En opinión de la arquitecta Andrea Robles, del estudio Recooperar, las generaciones más jóvenes hemos sustituido, sin cuestionarlo demasiado, la costumbre de relacionarnos sentándonos en un banco público, que nuestros abuelos aún conservan, por la de ir a consumir a la terraza de un bar. Este cambio ha sido potenciado por la proliferación de las terrazas desde la aplicación de la ley antitabaco que ha hecho de estas, junto con el transporte privado, el principal elemento privatizador del espacio público en la ciudad.

Banc-U, de Escofet 1886

Banc-U, de Escofet 1886

La ciudades costeras de nuestro país son herederas de una cultura que durante siglos ha favorecido la vida en la calle gracias a pequeños espacios de barrio que permitían la comunicación y el intercambio fluidos. Para Leónidas, esta idea en Barcelona es ya un mito: “El punto de inflexión fue la apuesta por el modelo de Ciudad Marca que trajeron las Olimpiadas del 92, un modelo económico que ha acabado siendo además un modelo social y de conducta”. ¿Cómo hemos llegado a este escenario? ¿Qué vistas ofrece la silla individual de la ciudad que Oriol Bohigas consideraba la “perla del Mediterráneo”?

Las calles de nuestros abuelos: el espacio espontáneo

Si revisamos un poco la historia vemos que la preocupación por el mobiliario urbano pilló a nuestros abuelos haciéndose con las llaves de su primer pisito. Durante el franquismo en Barcelona podían verse unos pocos modelos de bancos, el más mítico de los cuales era el conocido como Romántico, que inspiró la canción Les amoureux des bancs publics que George Brassens grabó en 1953: “Les gens qui voient de travers, pensent que les bancs verts, qu’on voit sur les trottoirs, sont faits pour les impotents ou les ventripotents. Mais c’est une absurdité, car, à la vérité, ils sont là, c’est notoire, pour accueillir quelque temps les amours débutants”.

Otros, como el Madrid, de Benito, o un modelo modernista conocido como el banco de Fundición Dúctil son también ejemplos de bancos anónimos, que en esa época se situaban en zonas específicas, como parques o largos paseos. El diseñador industrial Miguel Milá, comenta que “el banco era considerado más un elemento de adorno que un elemento útil”. “Eran otras épocas”, explica también Carles Casamor, responsable del departamento de Proyectos Urbanos del Ayuntamiento de Barcelona. “Había pocos recursos y no existía una consciencia del espacio público como un conjunto que pudiera ser creado. Los bancos se colocaban sin pensar en que permitieran generar algo más.” En aquel entonces, era cada vecino quien, bajando a la calle su cadireta, construía día a día ese espacio común.

En los años sesenta, al igual que en el resto de ciudades industrializadas, la planificación urbana se limitó prácticamente a aplicar los principios racionalistas de sectorización de las ciudades y, construyendo vías de circulación y parkings, priorizó la entrada de los coches. “Se demolieron centenares de plazas y paseos”, explica Adriana, “y desaparecieron muchos espacios de socialización”. Barcelona abrió paso, de esta manera, a una concepción de la ciudad como un pasillo.

La toma de conciencia sobre el espacio urbano

Hasta los años setenta no empezó a palparse una sensibilidad diferente respecto a ese espacio común. Justamente fue en 1974, con la salida al mercado del Banco Catalano, diseñado por Lluis Clotet y Oscar Tusquets, cuando empezó a considerarse el mobiliario urbano como algo a tener en cuenta. Es, precisamente, la época de la creación de la Federación de Vecinos de Barcelona (FAVB), que en sus reivindicaciones sociales reclamó el espacio y el equipamiento público. La transición supuso la legitimación de estas ideas permitiendo que la calle, de ser un espacio de nadie, empezara a percibirse como el espacio de todos. “Los vecinos la reconquistaron a través de procesos participativos. Nosotros”, explica Carles Casamor, responsable del departamento de Proyectos Urbanos del Ayuntamiento de Barcelona que lleva treinta años en el Ayuntamiento, “nos limitamos a incorporar sus demandas”.

Banc Romàntic, de autor desconegut, fabricado por Fundición Dúctil Benito

Banc Romàntic, de autor desconegut, fabricado por Fundición Dúctil Benito

Con el cambio democrático se formó este departamento, integrado por catorce jóvenes arquitectos a las órdenes de Oriol Bohigas. Enric Pericas, que dirigió el Servicio de Mobiliario y Elementos Urbanos durante los noventa y actualmente es director de mobiliario urbano de la empresa Escofet 1886 (la empresa principal de este tipo), explica que hasta entonces no había existido una idea industrial de la ciudad en materia de mobiliario: “Al llegar solamente encontramos el banco romántico y otros elementos cuyos moldes habían desaparecido”.

Casamor explica que esta nueva generación de arquitectos tuvo que aprender sobre la marcha a aplicar una mirada transversal que coordinara globalmente el proyecto de la ciudad a nivel de urbanismo. José Mansilla, antropólogo urbano y miembro del Grup de Recerca sobre Antropologia del Conflicte Urbà de la UB, reconoce que Bohigas fue el arquitecto de la Barcelona de los 80 por excelencia. “Pero”, remarca, “si por él fuera ahora iríamos todos con toga y pasearíamos en cuádriga: esa era su visión de Barcelona, una ciudad bonita, ‘la perla del Mediterráneo’ y la madre que lo parió. Al pensar la ciudad, no lo hacía para las clases populares, sino para la burguesía ilustrada a la que pertenecían él, Narcís Serra, Joan Maragall y en cierta medida los del PSUC. Bohigas formaba parte de un gobierno que quería gobernar con normalidad, ser como el resto de Europa, que no daba cancha a otras propuestas posibles de ampliación democrática.”

Bellas vallas para una ciudad olímpica

En 1986 Barcelona es elegida capital de los Juegos Olímpicos del 92 y a partir de ese momento, explica Pericas, el departamento de Proyectos Urbanos pasó a manejar, para los siguientes seis años, un presupuesto de veinte años en condiciones normales. Las principales empresas de mobiliario urbano de la ciudad aparecen en ese momento: nace Santa & Cole, y Escofet 1886, tras cien años de dedicación a pavimentos, fachadas y mosaicos, crea un área de elementos urbanos.

De esa época datan muchos de los bancos que hoy seguimos encontrando en la ciudad. El Sócrates, por ejemplo, un bloque rectangular de piedra clara, diseñado por Jordi Garcès y Enric Soria en 1990 para ser colocado en una de las ampliaciones del museo Picasso, tenía como fin servir de apoyo momentáneo a los visitantes del museo. Garcès explica que este modelo, por carecer de apoyabrazos o respaldo es un elemento de circunstancias, de un momento. “Fue esto lo que interesó a Escofet”, explica, “que sustituyó el mármol del original por hormigón y adaptó las medidas para emplazarlo en la calle.”

Dos de los bancos que más vemos hoy en día en la Ciudad Condal son obra de los hermanos Leopoldo y Miguel Milá, descendientes de los Milá que encargaron la Pedrera a Gaudí. Leopoldo diseñó en 1990 el modelo Montseny, cuya versión individual —que empezó a instalarse poco después— ha despertado, con su proliferación, la antipatía de muchos vecinos de Barcelona. Su hermano Miguel, diseñó el conocido como Neorromántico. Este modelo, comercializado por Santa & Cole desde 1995, también cuenta con su pariente individual. Miguel Milá forma parte, paradójicamente, de sus detractores: “Yo soy más amigo de los bancos de varias personas que de los de una”, comenta, “considero que el banco es un elemento de relación y estos son incómodos porque habría que situarlos en corro para poder estar con los demás y esto no es posible porque están fijados al suelo.” El diseñador, que explica que implementó esta variante por exigencias del mercado, admite que tenía como objetivo, efectivamente, evitar que la gente durmiera en ellos. Enric Pericas, cuya empresa, Escofet 1886, produce el modelo Montseny, coincide con Milá y se justifica diciendo que si hay gente durmiendo en ellos nadie más puede usar los bancos. Este arquitecto, que hace diez años imparte un curso llamado Interactional Sittings, en el que enseña a diseñar asientos que generen interactividad entre las personas, cree que el problema no reside en el hecho de que los bancos sean individuales o no, sino en las sinergias creadas por la disposición de las sillas. “A veces se trata simplemente de un problema de gramática urbana: tienes las palabras pero no sabes construir las frases. Siempre sale el imbécil de turno a decir que son para que la gente en Barcelona no se relacione. Al revés, las pusimos para que la gente pudiese verse las caras, cosa que no pasa con los bancos tradicionales”.

Banc Neoromàntic clàssic, de Miguel Milá, fabricado por Santa & Cole

Banc Neoromàntic clàssic, de Miguel Milá, fabricado por Santa & Cole

Leónidas no encuentra el riesgo de estos diseños en los valores que puedan intencionadamente o no expresar, sino en su capacidad para transmitirlos a los usuarios: “El mobiliario urbano lleva inscrita una subjetividad que acabamos por adquirir. Si cada vez que me siento en un banco hay una barra o una distancia que me separan de la otra persona se acaba generando lo que en Enmedio llamamos una ‘valla interna’, una comprensión alterada del yo, del otro y de la relación entre ambos”. Este profesor de bellas artes y diseño imparte el taller Bellas Vallas, donde propone estudiar los elementos de mobiliario urbano desde el prisma del control de la movilidad en el espacio. “Una ciudad-marca como Barcelona no puede reprimir de manera exhibicionista, como se ha hecho siempre. Aquí los límites necesitan de un camuflaje estético para ser efectivos, de ahí los diseños con estética de elementos con fines disuasorios. Por ejemplo”, explica Leónidas, “los ventanales del gimnasio Can Ricart del Raval que, en un inicio, eran profundos y quedaban a una altura que permitía a la gente sentarse. Había vecinos —paquistaníes sobretodo— que bajaban la merienda de sus casas para charlar un rato con los demás. ¿Qué medida tomó el Ayuntamiento? Le dio al alféizar forma de rampa para impedir que sirviera de asiento e integró armoniosamente este agregado con la estética y los materiales del edificio. Si pasas ahora por allí, sin saber cómo era antes, jamás dirías que hace un tiempo se juntaban los vecinos a pasar la tarde. Barcelona está llena de este tipo de ejemplos.”

En las últimas décadas José Mansilla ha observado cómo el concepto de calle ha ido desapareciendo de los discursos oficiales y en su lugar se ha introducido otro: el de espacio público. Una noción que hasta los años noventa se utilizaba para designar la esfera teórica del diálogo político. Lo que ocurre, según cuenta, es que al trasladar esta idea a un espacio físico se le ha dotado de una pretendida neutralidad irreal, “como si allí todos fuéramos de clase media y blancos y guapos y asexuados”. La calle, en cambio, es “el sitio donde la gente se encuentra y se manifiesta, donde se pelea, juega, se esconde…”. El ideal promovido por medidas como la Ordenanza Cívica o la Ley Mordaza, fijando la línea de lo que es tolerable y lo que no, niega la existencia de aquellos colectivos que representan la marginalidad o la disidencia de lo que el sistema ha marcado como desviaciones impropias. Estas medidas tienen su origen en ordenanzas promovidas a finales de los años noventa.

Contradiseñar el mundo

Alrededor del año 2000, instrucciones de la alcaldía que tomaban en cuenta las limitaciones de algunos colectivos, como los invidentes o las personas mayores, empezaron a ajustar los criterios de elección del mobiliario: se fijó en un 50% el número de bancos que debían tener respaldo y apoyabrazos, y en 45 centímetros la distancia entre estos y el suelo, entre otras medidas. Pero para Adriana Ciocoletto esto no es suficiente: “Hasta ahora hemos diseñado como si en nuestra vida cotidiana solamente trabajáramos o nos dedicáramos al ocio, cuando, en realidad, realizamos toda una serie de actividades paralelas a lo productivo que el feminismo, para contraponerlas, denomina ‘actividades reproductivas’: cuidar de los demás, la vida comunitaria, la actividad política… Estas necesitan también de un espacio adecuado”.

Planos del banc Neoromàntic

Planos del banc Neoromàntic

El Ayuntamiento está mirando hacia estas cuestiones y tiene la intención de introducir este punto de vista en el modelo de ciudad, pero es todavía algo muy incipiente. El colectivo Punt6 del que esta arquitecta forma parte acaba de recibir el encargo de Urbanismo de hacer una propuesta de asesoramiento sobre el modelo de ciudad. “Es necesario ir más allá del mobiliario en sí y cuestionar otro tipo de decisiones”, explica Adriana, “por ejemplo, la idea del ‘urbanismo preventivo’, que empezó a resonar durante el gobierno municipal de Jordi Hereu, una serie de medidas que tratan de evitar la conflictividad de los espacios a través del diseño, que ha sido aplicado, por ejemplo, en la plaza del Sol de Gracia, donde se han quitado bancos o espacios que promovían el encuentro, el descanso, comer en la calle…”

José Mansilla ve en estas medidas una reacción desde el diseño a la Ordenanza Cívica que nos limita a “sentarnos ordenadamente a consumir lo que hemos pedido”. El programa de Barcelona en Comú incluye la revisión de esta medida, buscando un equilibrio entre las posturas encontradas. Sin embargo, Leónidas Martín y José Mansilla dudan de su capacidad para implementarla. “No tienen la mayoría suficiente en el Ayuntamiento”, explica Mansilla, “y ahora además ha entrado a gobernar el PSOE”, partido que, recordemos, implementó dicha ordenanza en 2005. “Además”, prosigue, “el gobierno de Colau no puede controlar a la Guardia Urbana, que tiene sus propios intereses y dinámicas. Han llegado al gobierno, pero no al poder”.

Adriana explica que “el diseño del mobiliario se ha modificado para potenciar usos correctos y evitar usos incorrectos, pero, ¿qué define un buen o un mal uso? Hay gente que está convencida de que sus creencias son las mejores para todo el mundo, pero, además de las vivencias personales, el ‘defecto profesional’ limita la visión de las cosas. Hay un fenómeno que en Punt6 llamamos banquitis: existen cientos de diseños de bancos y en la mayoría de los casos nos preguntamos si los creadores tuvieron realmente en cuenta a las personas que iban a sentarse en ellos. Su diseño o su ubicación se han abordado de manera funcional, que es como nos han enseñado a los arquitectos a resolver la realidad”. La explicación reside, según Leónidas Martín, en que somos el resultado de un dispositivo educativo parcelado donde el que piensa en términos funcionales no lo hace ética, moral, social, política o filosóficamente. “Dejamos la conexión al mercado”, explica. “El diseño es una herramienta que debería permitirnos vivir mejor y el capitalismo lo ha limitado a una única condición: vender.”

¿A quién le apetece esperar sentado?

Sillarga, de Gonzalo Milá y Juan Carlos Inés, fabricada por Escofet 1886

Sillarga, de Gonzalo Milá y Juan Carlos Inés, fabricada por Escofet 1886

La crisis ha fomentado la proliferación en los diferentes distritos de iniciativas ciudadanas que reivindican y proponen usos y diseños alternativos del espacio y el mobiliario público. “Estas propuestas eran impensables hace algunos años”, opina Andrea Robles. Tomar el fresco y Fem plaça han sido impulsadas en los últimos años por estudiantes y vecinos de Ciutat Vella con la finalidad de reunir a todo aquel que desee sentarse a compartir unas horas en la calle sin la necesidad de recurrir actividades de consumo. DeB vaN deE es un colectivo artístico que lleva a cabo instalaciones en el entorno urbano uniendo con coloridos hilos de lana bancos individuales y espacios a modo de protesta contra la decisión que unos pocos han tomado sobre las zonas comunes de las ciudades sin consultar al resto. El suyo es según los miembros del colectivo, “un gesto simbólico que quiere unir y devolverle el calor que nos quitan”. Recooperar, Makea o Enmedio desde el mundo de la arquitectura, el diseño y el activismo creativo, han promovido la apropiación del espacio invitando a los participantes de sus talleres a pensar y crear diseños más plurales. Ciocoletto no ve nada negativo en estas propuestas pero remarca la importancia de no perder de vista que es a la Administración, específicamente al área de Ecología, Urbanismo y Movilidad, a quien le corresponde equipar la ciudad y proponer un mobiliario que, si bien no puede resolver problemas sociales —pues esta no es su función—, al menos no los agrave.

“Con la última legislatura”, explica la periodista Maria Favà, “la distancia entre los despachos y los barrios se ha acortado y los vecinos debemos aprovechar esto”. Es la era de las Supermanzanas, el proyecto urbanístico que pretende liberar del tráfico de vehículos privados a agrupaciones de islas de viviendas de diferentes distritos como el Eixample o Sant Martí para reducir las elevadas emisiones de CO2 de la ciudad. Carles Casamor asegura que con ellas Barcelona ha entrado en una tercera fase en materia de desarrollo urbano en la que el trabajo con los vecinos es imprescindible: “Antes se trataba de informarles, ahora el gobierno quiere que trabajemos juntos desde el primer momento para integrar sus propuestas en el proceso. A veces los vecinos vienen al despacho y nos sentamos juntos a trabajar”.

Por el momento la responsable de Ecología, Urbanismo y Movilidad del Ayuntamiento, Janet Sanz, ha comentado que se han propuesto acercar las sillas individuales que, sembradas por toda la ciudad, se miran unas a otras desde una distancia impracticable. No es un chiste, pero aunque posiblemente esta medida no solucione las carencias en materia de revitalización de las calles de Barcelona es, sin duda, un primer acercamiento.

Pienso sentada

Planos del Bancochenta

Planos del Bancochenta

No hace mucho fui a visitar a un amigo por sorpresa. Era una de esas noches en las que, aún escarmentados por el invierno de juguete que íbamos dejando atrás, no maldecíamos todavía el calor. Toqué el timbre para que bajara y reparé en una butaca de terciopelo que alguien había abandonado en plena calle. No sé qué opinaría el poeta, pero quiero pensar que se trataba de un ejemplar del modelo Baudelaire —ya sabéis, pura élégance carmesí. Me decidí a colocarla en medio de la acera, exactamente enfrente del portal, asegurándome primero de que viandantes y bicicletas no vieran interrumpidos sus trayectos por mi presencia. “Nada más lejos de mi intención”, me dije mientras me sentaba cívicamente a esperar al amigo en cuestión. No había nada extravagante, nada subversivo, nada inoportuno en mi conducta, pero en poco rato me di cuenta de que, por alguna razón, suscitaba miradas de curiosidad entre los que circulaban por los alrededores del Mercat de Sant Antoni. Aunque trataban de evitar el contacto visual explícito, su asombro ante “lo que estaba ocurriendo” era evidente, cosa que a su vez, no hizo más que sorprenderme. Al ver que nadie se paraba me di cuenta de lo lejos que estábamos, aún sin saberlo. “Si hubiera ocurrido en una discoteca o fueran las cinco de la mañana ya habría hecho unos cuantos amigos”, me dije. ¿El alcohol y la noche son los últimos reductos de socialización convencionalmente aceptados?

Cada vez somos más conscientes de que el espacio común es algo que se crea, pero que también creamos, ¿cuánto tardaremos en hacer uso de esa capacidad? ¿Exigiremos a las autoridades una sensibilidad social a la hora de diseñar e implantar medidas (urbanísticas y de orden público) que conviertan ese escenario común en algo más que un circuito en el que los demás son clientes, productos u obstáculos que sortear? ¿O seguiremos haciendo la vista gorda? Mientras las leyes sigan criminalizando a la ciudadanía por su espontaneidad seremos los habitantes quienes tengamos que adaptarnos a un modelo que no existe más que en el deseo de unos pocos, cuando debería ser al revés.

Solamente un hombre de unos sesenta años logró sacarme de estos pensamientos cuando hizo ademán de acercarse a mí. Entablamos una conversación acerca del sillón: comodidad, estado de conservación, ausencia de olores extraños… y, en cuanto llegó una mujer, que probablemente sería su esposa, se apresuró en concluir que no estaba interesado en llevárselo y que ojalá tan bonito ejemplar encontrara un dueño antes de que alguna de esas lluvias improbables lo dejara hecho un Cristo. Ojalá, pensé yo.