«Todas las suicide notes están llenas de amor, por la vida vivida, por los seres queridos y por el mundo que se habitó.»

El pasado fin de semana se estrenó en el Antic Teatre de Barcelona Suicide notes —de Marc Caellas y David G. Torres— una obra performance que mezcla el teatro, la música en directo, el videoarte y el testimonio gráfico. Todo ello para acabar en una emocionante catarsis colectiva que, a pesar del tema que trata (o quizá precisamente por ello), resulta luminosa, reconfortante.

El espectáculo está basado en notas de suicidio reales de suicidas exitosos; esto es, de aquellos que culminaron con éxito su misión. No es, como otros espectáculos que tratan el tema, una obra moralizante o preventiva, sino que se sitúa en el después, cuando ya no queda nada y, por el contrario, queda todo: la vida plena. Porque el quid de la cuestión, siguiendo a Camus, es que el suicidio es la decisión más libre que puede tomar un ser humano y el verdadero dilema filosófico.

Todas las suicide notes están llenas de amor, por la vida vivida, por los seres queridos y por el mundo que se habitó. No hay más reclamo que el de evitar el chismorreo (pero ¿qué es la vida sin chismes?). Y esto es, a fin de cuentas, un último guiño de los suicidas a los que se quedan, los aún apegados a la vida.

Hay padres y madres entre estos suicidas (Hunter S. Thompson, Sylvia Plath, Anne Sexton, Kurt Cobain), que dejaron tras de sí descendencia. Se despiden con la alegría no de quien se sabe liberado de sus obligaciones, sino de quien sabe que ya solo podrá jugar en la memoria de los otros (y con la lúcida certeza de saber que, paradójicamente, ese será su mejor legado: su inagotable potencialidad, que es ayuda para la memoria, pero escollo para la vida).