Cuando iba a párvulos, en el suelo de la clase había pintado un enorme círculo blanco que nos invitaba a sentarnos para celebrar una vez a la semana una asamblea con la profesora. Aquí, una que vivía en un mundo idílico y desde entonces no ha hecho más que llevarse chascos con esta más o menos progresiva pérdida de poder que dan los años y este país. Así que cuando llegué a la Superilla se me dibujó una sonrisa de oreja a oreja cuando vi los arcos pintados en el suelo a modo de escaños con un mensaje claro para quien no entendiera la sutilidad: “Parlament”. Joder, Colau, con estas cosas siempre me ganas. Pero rebobinemos.

Aparcado el bicing en la esquina de Badajoz con Pujades, caminé hasta la Superilla como si fuera Alicia. Superilla. Una súper isla. Que un camión de premios al mejor nombre del mundo descarrile en quien se haya inventado tal título, porque a mí me parecía estar entrando en el País de las Maravillas. Por si no salís de vuestro barrio y no es Poblenou: el cruce de caminos, donde se encuentra el ensayo de parque temático para peatones, es una zona tirando a industrial y/o de oficinas. Una vez traspasada su frontera, en la que un cartel avisa de que está usted entrando en la Superilla, se hace el silencio. Coches aparcados y solo una moto en mi dirección. No sé si era la luz del atardecer o que, acostumbrada a Poble Sec, las calles de Poblenou me parecen avenidas dignas de Berlín, pero empecé a sentirme como si estuviera más bien en Abre los ojos. Zona industrial = a las ocho de la tarde no hay nadie = ¿no es el lugar perfecto para un proyecto piloto? ¿O todo lo contrario?

Frente al Parlament, un murete blanco con letras rojas clamando un “Opina” acoge los pensamientos de los vecinos en forma de posit. Juan y Antonia se cargan en un periquete mi Nirvana: “El tráfico que antes se distribuía por 4 calles ahora se concentra en las dos que quedan fuera del invento, Tànger y Pujades”. Les parece injusto haber perdido su descanso en pos del de los vecinos que quedan dentro del proyecto. Entre sus deseos, que si tiene que implantarse una Superilla, que se haga previa opinión de los vecinos a los que afectará dentro y fuera de ella. Además, la peatonalización ha supuesto el traslado de varias paradas de autobús. Juan plantea algo que con las Maravillas no ha pasado aún por mi cabeza: “Si yo, con el aumento del tráfico, cierro las ventanas y tengo que poner el aire acondicionado, ¿estamos disminuyendo la contaminación o al contrario? ¿No deberían hacerse antes otras cosas como promover que los autobuses sean eléctricos y menos ruidosos?”. Y Antonia va más allá. Si se trata de pacificar espacios y promover que los vecinos los usen, “¿por qué no se aprovechan los muchos solares vacíos en el interior de las preexistentes islas?”. Y señala el que se halla justo detrás de donde nos hemos sentado a charlar. Sí, en la Superilla hay unas sillas escolares —y el País de las Maravillas sigue guiñándome el ojo— en sorprendente buen estado, a pesar del vandalismo con el que nos han asustado durante esos años en los que cedimos parcelas a cambio de un grado más de seguridad.

mapa-superillaLa pareja se marcha y junto al muro de las opiniones me encuentro con Enric y Elena. A mi sensación amenábariana se suma la de ella: “Es como si estuviera a medio construir”. Hemos interiorizado tanto la cesión del espacio público al coche que caminar sobre alquitrán nos extraña tanto como entrar en otro país o en una película. “La intención idílica es buena”, reflexiona Enric, “los vecinos de esta esquina tienen que estar encantados”. Elena resume muy bien esa lluvia que nunca cae a gusto de todos: “O no, quizá tiene coche y no parking, y ahora tiene que caminar 5 minutos más para ir a por él antes de trabajar. Imagínate que madruga. O las vueltas que dará luego para aparcar. A lo mejor es mayor y ahora la parada de bus está más lejos. O quizá no, quizá nunca pudo abrir las ventanas y ahora sí”. Coinciden en que, en general, “devolver la calle a la gente que camina está bien”. ¿Tanto nos han contaminado entonces los medios con sus críticas porque es Colau y es idea de Colau que incluso estando de acuerdo con ella y soñando con una Barna peatonal nos falta tiempo para encontrarle las pegas? ¿O es que nos prometió tanta democracia que todo lo que se haga sin consultarnos se lo criticamos? Me lo ponéis a huevo: sentémonos y hagamos una asamblea. Si no, que levante la mano el que pidió más participación y, desde el sofá, ya está en mi contra.