Con motivo de la huelga feminista del 8 de marzo, os propongo salir a dar una vuelta conmigo. Vamos a pasear por esta ciudad nuestra con unas gafas violetas, boli en mano y todas las ganas de criticar lo que está mal. ¿Propuestas de mejora? Alguna caerá. ¿Te vienes?

 

La millor botiga del món 

¿Qué es feminismo?, dices mientras clavas tu pupila en la camiseta del escaparate del Zara que reza “We should all be feminists. ¿Qué es feminismo? ¿Y tú me lo preguntas? Feminismo… es todo, menos eso. 

Empezamos nuestro paseo en el centro y, sin demasiado esfuerzo, podemos imaginarnos en Londres, en Nueva York o en cualquier otra gran metrópolis, así que saludamos a la mimetización global y a las grandes franquicias que ocupan el mismo espacio y decoran de forma idéntica los mismos escaparates. 

No tenemos tiempo de detenernos a analizar los efectos negativos y/o positivos que la llegada de los principios feministas al mercado mainstream pueda tener en la sociedad, pero lo que está claro es que, en el caso de estas marcas de ropa que todas tenemos en la cabeza, coherente, lo que se dice coherente, no es. 

Sin necesidad de entrar en ninguna de las tiendas, la publicidad, los maniquís y toda la parafernalia consumista, ya nos está promoviendo una imagen sesgada de lo que es, o debería ser, el cuerpo de la mujer. 

Estas mismas empresas que ahora abanderan (y mercantilizan) el feminismo, se dedican mientras tanto a explotar a miles de personas

Primero, dejémoslo claro, no existe tal cosa como el cuerpo de la mujer. Existen las mujeres (así en un plural enorme, del tipo “más de 3.000 millones en el planeta”), y obviamente sus cuerpos son distintos. No todas las mujeres están representadas en esos maniquís de piernas diminutas (que oye, no hay problema alguno en que haya quien también haya nacido con ellas), y los feminismos, si es que van de algo, es del autocuidado, del empoderamiento y de la aceptación. 

Sabemos lo que generan los ideales estéticos nocivos que promueven sus anuncios, y sabemos que no hay representación de cuerpos diversos (nada más arriba de una S, tampoco con representación racial, ni con diversidades funcionales), así que, en sus tiendas, no vamos a encontrar feminismo, de la misma manera que no vamos a encontrar nuestras tallas. 

Además, debemos recordar que estas mismas empresas que ahora abanderan (y mercantilizan) el feminismo, se dedican mientras tanto a explotar a miles de personas (mujeres, hombres y menores), en jornadas esclavistas en países del sur global, pero eso, no parece suponerles un problema. ¿Derechos para todas o solo para sus consumidoras y no para sus trabajadoras? 

«Test de Bechdel»

«Este test fue ideado por la creadora de cómics Alison Bechdel como ejercicio para visibilizar la escasa y muy desdibujada representación de la mujer en las narrativas, sobre todo audiovisuales. Usando de ejemplo cualquier película, esta suspende el test si no se cumplen las condiciones siguientes:

· Que aparezcan por lo menos dos personajes femeninos en la trama.
· Que estos dos personajes hablen entre sí.
· Que la conversación trate de algo distinto a un hombre.

Por increíble que parezca, aún hoy en día son pocas las películas que logran superar con solvencia esta prueba del algodón. Take note, people!»

Trans-portémonos mejor 

Vamos en metro, autobús o nos sentamos en el relajante tren que nos va a alejar de esta urbe. Si compartimos impresiones sobre el transporte público con otras mujeres, todas tienen algún que otro episodio desagradable que contar. 

Estos van desde miradas directas incómodas e intimidantes por parte de desconocidos o comentarios asquerosos subidos de tono, hasta los famosos e indeseables roces y toqueteos. Además, se produce una situación de miedo cuando un vagón está prácticamente vacío, y en estos casos, algunas hemos tenido que buscar apoyo por el acoso de algún hombre insistente o incluso, presenciar cómo un hombre se masturbaba. 

Si eres una persona escéptica al respecto (me da igual porque mi trabajo no es convencerte), te invito a que preguntes a tu alrededor, experiencias de abuso en el transporte público, pues es una situación que tiene más números de resolverse si la abordamos entre todas. 

En la actualidad, una cantidad considerable de países han decidido resolver esta problemática en alguna de sus ciudades con vagones exclusivos para mujeres en horas punta: Brasil, Egipto, Estados Unidos o México, entre otros. Genial idea para implementar aquí hasta que los hombres sepan no tocar lo que nadie les ha dado permiso para tocar. Sin duda, queda mucho trabajo por hacer hasta que desaparezcan estas agresiones que lamentablemente se han normalizado en nuestras cotidianidades. 

Por cierto, no caigamos ahora en el #NOTALLMEN, porque no estoy diciendo que todos los hombres se masturben en el metro o que todos tengan la necesidad de rozarse contra mi culo cuando estoy despistada y hay mucha gente. Pero estas situaciones se dan, y hay muchas mujeres que pasan por ellas a diario y sienten asco, bloqueo e incluso culpa, así que, o bien acompañas con apoyo y críticas a los agresores, o el discurso de no todos somos así no te posiciona en contra de quién, aunque-no-seas-tú, sigue perpetuando este gesto de poder. Si aun así te pica, pregúntate el porqué. 

Callejeando, que es masculino 

Que los nombres de las calles nunca han sido un elemento muy interesante que discutir, puede ser cierto. Los lees, te ubicas (o no), los tecleas en el Google Maps y descontextualizados de todo valor, ahí siguen. Sin ir más lejos, no sé quién es, ni qué hizo el santo que da nombre a mi calle. 

Si se me preguntara ahora mismo si conozco alguna calle con nombre de mujer, se me ocurren más bien pocas. Pero, si, por el contrario, lo que debo nombrar son calles con nombres de personajes masculinos, al instante me viene a la cabeza una larga lista. 

Para no atribuir este riguroso ejercicio científico a mi poca capacidad de retención, he contrastado registros oficiales y, de las más de 4.500 calles de la ciudad, alrededor del 50% tienen nombres de lugares o genéricos, y el otro 50% son nombres de personalidades. De estos últimos, solo el 7% llevan nombre de mujer. 

En la misma línea podríamos analizar cómo la mayoría de las estatuas que representan a personajes importantes (incluyendo un número elevado de colonizadores y otras especies que se enriquecieron de manera cuestionable), homenajean pocas veces a las mujeres. Eso sí, cuando encontramos a una, esta va a estar medio desnuda, porque sí servimos para ser bellas, y nuestros pechos al descubierto son todo lo que importa. 

Quizá no vamos a lograr la equidad con más placas con nombres de mujeres en las calles, pero no por ello debemos dejar de repetir que la representación y dar visibilidad son importantes. Si no, la historia está solo escrita en masculino (y con manos blancas). ¿O es que las mujeres no hicimos nada importante durante los últimos siglos? Sin perspectiva de género, parece que no escribimos, no estudiamos, no participamos en las luchas sociales o en la política, no hicimos descubrimientos científicos importantes: no existimos. 

Me meo de la risa 

Estamos ahora en un bar, y después de un par de cervezas, me dirijo al baño. Allí me encuentro ante dos puertas negras: en una, una burbuja de diálogo reza “Bla.”, en la otra, “Bla.Bla.Bla.Bla…”. 

Me entra una indignación enorme: gracias, es justo lo que necesito antes de mear, sentirme insultada y estereotipada. Pero profundicemos. ¿Qué debo interpretar? ¿Debe parecerme gracioso? ¿Es que este bar distingue entre gente extrovertida y tímida? Yo tengo días de todo, hay días que hablo y hay días que no mucho, ¿dónde meo? Hacerlo detrás de la barra sería más gracioso que estos cartelitos. 

¿Porque no generar espacios neutros para todas, donde la gente pueda, además, acceder sin tener que pasar por el filtro del binarismo?

Otro ejemplo de cartel graciosillo es el que muestra el símbolo del hombre que se sube por encima de la barra vertical, que normalmente separa a uno y otro baño, para espiar a la mujer. Eso se llama acoso. Recuerdo a la perfección cómo, durante un tiempo, en los baños de mi facultad se colgó un cartel que advertía que se había encontrado varias veces a un hombre que espiaba por encima de las paredes que separaban los baños, y que estuviéramos atentas. 

Reproducir estereotipos solo contribuye a perpetuarlos. Este tipo de cartelitos sobran, como sobra la ideología de que los roles de género deben seguir siendo algo que nos condicione. Aunque estos casos, puedan parecernos una broma, hay ejemplos que nos indican que son, en efecto, elementos estructurantes de nuestra sociedad. ¿Todas sabemos que las mujeres llevamos faldas a todas horas, verdad? Pensemos ahora, en todos los baños donde el símbolo del cambiador para bebés está junto al de la mujer, como si solo ella tuviera la capacidad para realizar dichos cuidados o como si él no pudiera encontrarse nunca con la necesidad de usar el cambiador, porque la mujer siempre va a estar ahí. 

¿Porque no generar espacios neutros para todas, donde la gente pueda, además, acceder sin tener que pasar por el filtro del binarismo? En baños pequeños, eso tendría mucho más sentido que seguir relacionando una cuestión biológica, con un constructo social. Mea donde quieras, déjalo limpio y sigue con tu vida. 

Sin piropos, gracias 

Regresamos hacia casa, quizá estamos volviendo de una fiesta o solo se ha terminado nuestra jornada laboral. Pasamos entre un grupo de chicos que están separados en dos. Los primeros, te saludan y te dicen guapa. Lo ignoras porque estás cansada y porque a pesar de que normalmente dirías un No he pedido tu opinión, esta vez ellos son cuatro y tú estás sola en la calle. Otras veces te han seguido, te han tocado o te han estado molestando, así que sabes que es mejor caminar rápido y largarte de allí. 

Sigues andando y los del segundo grupo te piden un cigarro. No fumo”, respondes. A continuación uno te suelta: Muérete fea. Esta vez, de pura rabia, contestas: “¿En serio? ¿Pero de qué vas?”. Y él sigue con un: ¡Cállate golfa! ¡Fea, más que fea!. Vuelves a responder, diciendo algo así como que les jodan y mientras te alejas, incómoda y nerviosa, vas mirando hacia atrás todo el rato mientras ellos siguen insultándote. En unos minutos has pasado de guapa a golfa. 

Esta es solo una de las escenas cotidianas que suceden a muchas mujeres en nuestras calles y frente a las cuales nadie dice o hace nada. No quiero recibir tu opinión sobre mí, quiero caminar tranquila sin que se me moleste. Desnaturalicemos estas situaciones. ¿Quién te ha dado el derecho a apoderarte del espacio público y a considerar que puedes decir libremente lo que quieras sobre las mujeres que pasean por este? No todas las mujeres se sienten cómodas para contestar ante estas situaciones, pero si entre todas reprendemos a quien acosa, criticamos sus actos o acompañamos a la persona que ha sido atacada, quizá empezamos a generar algún cambio. 

Coños everywhere 

Este punto podría llamarse el de las pollas everywhere. ¿Qué tienen todos los barrios de Barcelona en común a parte de pocas estaciones de bicing y los mismos bancos incómodos? Pollas. Dibujos de pollas de distintos tamaños y colores en distintos espacios: en el metro, en paredes, en baños, en el mobiliario urbano, en pegatinas… Ok, lo pillamos, existen. 

Claramente vivimos en una sociedad falocéntrica, que está cómoda si habla sobre el pene y lo dibuja por todas partes —incluso un coche sucio, que siempre tendrá una sola cosa dibujada, excepto un “lávalo guarro”—, pero que no representa con la misma naturalidad al sexo de la otra mitad de la población. 

No tengo nada en contra del miembro masculino, pero reclamemos el espacio de nuestra sexualidad. Amiguis, os había pedido que trajerais bolígrafo ¿verdad? Saquémoslo y pongámonos a pintar coños por todas partes. Reivindiquemos que no hay nada malo u obsceno en ello como no lo hay en el dibujo de las pollas y que nuestros cuerpos, nuestro placer y nuestra sexualidad, también existen. 

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