Ahora que en los bares ya se habla de gentrificación, ha llegado la hora de empezar a hablar de cómo afecta a la configuración de los barrios el desahucio silencioso de los autónomos de mierda. ¿Por qué no hay más comercios interesantes en Poble Sec? ¿Por qué empieza a haber solo bares en Sant Antoni o por qué si uno pasa más de dos meses sin poner un pie en Gràcia ya no la reconoce? La especulación inmobiliaria, el pastel del que muchos intermediarios y grandes propietarios quieren quedarse hasta el plato, campa a sus anchas por toda la ciudad.

Poble sec, el ojo del huracán


Nadie daba un duro por Poble Sec hace 5 años. Pero en enero de este, la web Travel Supermarket y The Cosy Traveller lo situaban en el puesto 19 del ranking de barrios más cool de Europa. Lejos de beneficiar a los autónomos de mierda que apostaron por él hace años, la nueva era los está perjudicando.

Jesús, nombre ficticio ya que por miedo a represalias prefiere mantener el anonimato, llegó en 2011 al barrio para montar un taller de bicis. Empezó de cero patatero con el local que encontró, en el que tuvo que montar la instalación eléctrica, arreglar el techo, levantar paredes, poner el suelo y un largo etcétera. Al principio pagaba algo más de 450€, sin carencia ni leches y con el IPC fueron llegando a los 500.

Cuando se instaló, pensó “como un pardillo” que al reformar el espacio se ganaría el respeto y la confianza del dueño y este le renovaría el contrato con sentido común. Pero el propietario, un millonario que tiene ese local y otros cuatro más, que Jesús sepa, actúa siempre a través de intermediarios y le interesa solo la pasta. Con el local bien acondicionado se frotó las manos: ahora podría alquilarlo por más dinero a quien fuera.

Viendo cómo los precios subían, medio año antes de que acabara su contrato, Jesús se puso en contacto con el administrador de fincas. De una subida de 500 a 700€, que ya era maja, negoció que se quedara en 620. Pero el acuerdo fue de palabra. Unos meses después recibió una notificación de que el propietario cambiaba de administrador. Se puso en contacto con el nuevo y en una reunión le dijo que estaba al corriente del acuerdo previo y que no se preocupase porque lo iba a respetar. Lo hizo dándole la mano y mirándole a los ojos. Jesús, como ser humano, se fió.

Una subida de 350€ más IVA, “sin pestañear, con su bolígrafo de oro en la mano y diciendo que Poble Sec es el nuevo Born”.

Pero ¡ay!, tiempo más tarde recibió un burofax de ese nuevo administrador solicitándole una reunión. Él llamaba y llamaba para concretar la fecha y le daban largas todo el rato y empezó a olerle mal. Cuando consiguió concertar cita se dio cuenta de que había sido víctima de una estrategia para quitarle a él tiempo de buscar otro local y tener que aceptar cualquier condición para quedarse. Porque en esa nueva reunión el propietario había cambiado de opinión y le pedía 850€ de alquiler. Una subida de 350€ más IVA, “sin pestañear, con su bolígrafo de oro en la mano y diciendo que Poble Sec es el nuevo Born”.

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Con la gente volviéndose loca por alquileres de 1.000€, cuando Jesús intentó negociar una subida más razonable del suyo se encontró con la opinión en contra de personas cercanas. “Joder, ¡850€ siguen estando por debajo del precio de mercado!” Ahí hay otro problema: quienes están dispuestos a seguir a cualquier precio, y nunca mejor dicho. Emprendedores que en su tercer año siguen sin sueldo, pidiendo pasta a sus padres para pagar autónomos o el alquiler. O el capricho de quien abre y cierra en menos de un año. Quizá ricos que se aburren, o pijos soñadores. Cosas que si cuentas en otras ciudades se llevan las manos a la cabeza.

Jesús siguió negociando y consiguió bajar algo la subida. Pero se enfrentó a las reuniones más tensas de su vida y teniendo enfrente a un enemigo “acostumbradísimo” a este tipo de discusiones. “Tenía esa sensación de que se están riendo de ti por dentro”, en una situación tan desigual en la que el administrador es claramente superior y todo estaba en contra de Jesús.

Incluido el mercado, una subida de 350€ está permitida porque sigue estando por debajo de la media que se paga en los alrededores. Y con triquiñuelas aceptaron dejarlo en 750€, pero solo por 5 años y con un contrato en el que había 60 cláusulas, entre ellas asumir el IBI y los gastos de la comunidad en la que Jesús nunca ha puesto un pie. Haciendo el cálculo, la subida era incluso superior a 850€. Jugarretas por todas partes. Al final se libró de esas dos cláusulas tan abusivas, pero a base de insistir solo ante el peligro cual Will Kane en una situación de indefensión brutal.

Una situación injusta porque, ¿saben qué hubiera pasado si Jesús no hubiera tenido que pagar la subida del alquiler? Que probablemente este verano habría contratado a un mecánico o a un community manager. Pero las rentas de su trabajo, que han ido creciendo con los años, en vez de repartirse entre gente del barrio o de clase trabajadora sin más, se van a manos de un propietario. Uno con tantas posesiones que casi ni notará el aumento de ingresos que para otros supone un mazazo importante.

Sant Antoni, en plena tormenta


Era el hermano feo del Eixample hasta que poco a poco le llegó la onda expansiva de la especulación inmobiliaria que había empezado en el Gòtic o en el Born. Establecimientos varios se fueron a instalar a la calle Parlament cuando esta aún no podía mirarse al espejo, huyendo de los precios abusivos de otros lares. Primero fue el Federal, después Escalera de Incendios, el bar Calders, Tarannà…

La galería ha sido la primera en caer. Hace un año le venció el contrato de 3 años que tenía y le multiplicaron el precio por dos en el nuevo. Tuvieron que irse, claro. De la galería y de los pisos ya que vivían en la misma finca. Y la dueña aún tenía la cara de decirles: “No quiero que os vayáis”, cuenta María Castillo, una de las socias de Escalera de Incendios. Maja la tipa, eh. Por cierto, ahora es un bar restaurante.

Hay algunos con suerte, como la Llibreria Calders, que tiene un contrato de muchos años y además un propietario que tenía claro que quería allí un negocio cultural. Hay otros sin tanta suerte, como el Recibidor, un showroom de muebles con espacio para rodajes o desfiles de moda. Ellos no han conseguido que la subida sea razonable, y tampoco que con ella se amplíe la duración del contrato. Ahora pagan 200€ más y solo por 3 años.

Fue muy tajante, o aceptas o recoges y te vas”, cuenta resignado Gerard Thomas de la tienda de muebles El Recibidor. Después de 5 años de negocio, ni una gota de piedad. “No somos un bar, que entiendo que se pueda permitir otros precios, somos un comercio en un barrio al que la gente viene
a tomar algo.

“Fue muy tajante, o aceptas o recoges y te vas”, cuenta resignado Gerard Thomas, uno de los socios. Después de 5 años de negocio, ni una gota de piedad. “No somos un bar, que entiendo que se pueda permitir otros precios, somos un comercio en un barrio al que la gente viene a tomar algo.” He ahí la respuesta al porqué los bares surgen como setas y cada vez hay menos tiendas, monas, de proximidad, reales o de lo que se nos pueda ocurrir puestas en marcha por pequeños autónomos en el centro de las ciudades.

Si no fuera tan dañino, podría ser irónico. La misma gente que se instaló en el barrio cuando nadie apostaba por él y lo convirtió en lo que es ahora, es a la que se está echando. “La avaricia rompe el saco”, apunta María Castillo cuando comenta cómo cada vez cierran más sitios auténticos y abren réplicas, franquicias, cadenas.

A la vida de la calle Parlament se une el golpe letal de la rehabilitación del Mercat de Sant Antoni, en su recta final. De momento, el Ayuntamiento da algunos pasos, que son tímidos para los afectados. Además de la moratoria de bares, a finales de febrero el ejecutivo decretó una suspensión de licencias durante un año a “actividades de concurrencia pública y establecimientos de venta de souvenirs” en el entorno del Mercat para “garantizar el equilibrio de usos, preservar el descanso de los vecinos y evitar que proliferen las actividades vinculadas al monocultivo de servicios”.

Los resultados están por ver, pero a juzgar por la subida de precios de los alquileres y ventas de pisos, la moratoria tiene pinta de convertirse en esas barreras de arena que construyen los críos en las playas cuando sube la marea. Parece que valen, pero el mar es imparable. ¿Que el sistema tampoco da muchas herramientas al Ayuntamiento para proteger a sus ciudadanos? ¿Que la ley de la oferta y la demanda no la rompe ni Adam Smith resucitando? También, pero habrá que presionar para que eso cambie.

Gràcia, ¿arrasada tras la tormenta?


Nuestro colega de Poble Sec decía, “yo llegué hace cinco años y Gràcia ya estaba como está ahora nuestro barrio”. Buena cuenta da Marc Torrent, socio fundador de l’Automàtica. Con un grupo de ilustradores y diseñadores gráficos, rescató la imprenta de Ferran, con unas máquinas de tipo y offset en perfecto estado que estaba a punto de cerrar. Lo convirtieron en un espacio al que llevan sus proyectos; le abrieron a Ferran, “con conocimientos brutales de imprenta y un espíritu muy joven”, un nuevo mundo de impresión más relacionado con el arte y la posibilidad de impartir talleres, y también en un lugar abierto a cultura, exposiciones, proyecciones… Todo muy underground, pero la imprenta más completa de Barcelona al mismo tiempo.

Bonito, ¿no? La imprenta estaba de alquiler en ese local desde hacía 50 años. La propietaria vive en Milán y “es una persona con dinero y le importa un comino lo que haya allí”, cuenta Torrent. Su plan era triplicar el alquiler porque pagaban una renta antigua de 450€. El vencimiento de una de las prórrogas y la aprobación de la nueva Ley de Arrendamientos Urbanos de 2015 crearon la tormenta perfecta. Subía a 1.200€ y les obligaba a hacer las mejoras para acondicionarlo a la actividad comercial. En total, unos 30.000€ más la subida del alquiler. Decidieron moverse, pero no eran ricos. Suerte del crowdfunding y de que el proyecto merece mucho la pena. Se trasladaron dentro del mismo barrio con un contrato de 10 años y un alquiler de 750€ que subirá cada 3 años hasta los 900 y algo.

Son distintos ejemplos. Todos sufren la ira y la soledad de la especulación inmobiliaria a la que intentan resistir en un contexto de absoluta arbitrariedad. De la veintena de pequeños comercios consultados para este reportaje, un pequeño porcentaje no estaba preocupado, como Grey Street o La Lleteria de Poble Sec, por tener la suerte de llevarse bien con sus propietarios. El resto, o se está enfrentando ya a subidas estratosféricas, o está poniendo sus barbas a remojar visto el patio. Le preocupa a Velociutat en Sant Antoni, a Print Workers en Gràcia, a Paella Showroom en el Born y a un largo etcétera de autónomos que ven cómo el tiempo vuela en su contra sin protección de ni una sola institución.

Este artículo quería terminar con un how to negociar la subida de precio del alquiler de tu local, pero desgraciadamente, esa guía no existe. Ni siquiera un capitalismo de rostro amable, esto es la puta jungla. El enemigo lo tiene todo a su favor y a nosotros solo nos falta una gota más para colmar nuestra desesperación. Quizá sería hora de ponerse en marcha, en contacto y rebosar el vaso. Si nos atacan por todas partes en la era del do it yourself, joder, organicémonos de una vez, que no estamos tan solos.