La locura de las rebajas en Portal de l´Angel, contada con la divertida mirada de la guiri afincada en Barcelona. Puedes leer a Teresa Bir (cuyo nombre viene de Cerveza Beer) desde el principio aquí.

La llegada del verano supone una gran división entre la población. Después del conflicto árabe-israelí, de los adeptos del plátano verde o maduro y de los Beatles vs. Rolling Stones, en agosto la humanidad también se divide entre personas que quieren entrar en Barcelona y salir de Barcelona. Los primeros llegan en cruceros y pullmans, los segundos hacen colas en los 3.689 peajes que existen entre un barcelonin y una playa sin palomas.

Dentro de este grupo de personas existe una facción más dura: los afiliados al Maresme. (Para quienes no lo sepan, el Maresme es la región playera que empieza donde termina el alcance de tu t-10). Sí, es verdad, aquí se encuentra casi todo de lo que pondrías en tu bodegón de verano: el mar esta más limpio que las piscinas de muchos hoteles de Barcelona, el marisco esta más sabroso, la gente, mejor. Sin embargo, hay características de esta región que también se encuentran en la ciudad condal. Hablo de las rieras, que antes de ser un culebrón de TV3, eran gigantescas masas de agua que bajaban de la montaña hasta el mar, cruzando pueblos como si fueran autopistas. Nunca he visto ninguna en directo, pero en youtube hay vídeos en que lugares como Arenys de Mar parecen un parque acuático versión hardcore. La diferencia es que en el Maresmes saben que las rieras son peligrosas y por eso existen avisos a la población cuando algo así está a punto de pasar.

Sr. Xavier Trias, Ciutat Vella necesita un aviso semejante para la riera de Portal de l’Àngel. El primer día de rebajas he visto cómo un niño se desprendió de la mano de su madre y fue arrastrado sin que nadie lo pudiera detener. El niño, francés, apareció horas después en la plaça del Pi. Su estado era grave, con hematomas provocados durante la bajada por la torrente de bicicletas, skates y personas que distribuyen panfletos. Dicen que si no se hubiera agarrado a un stand de xuxes de jamón que había en una esquina de la plaça, su pequeño cuerpo podría haber sido arrastrado hasta la Barceloneta, junto a los restos de porquería que todos los días bajan de la ciudad.