Status: hueco en el estómago y en la cuenta bancaria. Objetivo: llegar a una fuente de alimentación nutritiva sin poner en riesgo el pago del alquiler, manteniendo un nivel humano de colestrol en la sangre. Enemigos: 371 personas que te ofrecerán paella en las calles alrededor de casa, como si jugaras al Minecraft. Nivel de dificultad: equivalente a los grados centígrados de la temperatura ambiente / estación del año.
[quote align=»center»]Puedes sucumbir al menú barato y terminar preguntándote si lo que estás comiendo es pa amb tomàquet o bimbo amb kétchup
Desafortunadamente, esta no es la idea de una app que intentaré vender al Ajuntament (aunque no hay duda de que Barcelona, ciudad videojuego lo petaría), y sí el relato de uno de estos días normales en que uno se despierta de resaca, sin nada en la nevera y con pocas ganas de comprar una pizza congelada a precio de oro en el paki más cercano. Cosas de quien siempre quiso vivir en un barrio de película.

Caminando por las calles, esperando algunos segundos en cada cruce, no vaya a ser que me asalte uno de los humanos-paella sin avisar, el hambre empieza a tomar cuenta de mi raciocinio. En algún momento veo uno de estos platos de tapas, con colores muy bonitos, sobre una mesa al lado de la puerta de un restaurante y casi me lo llevo. Suerte que está mi novio, que es de aquí, y me avisa que son de plástico.

El desenlace del safari no sigue ningún tipo de regla y ahí está la gracia del juego. Puedes sucumbir al menú barato y terminar preguntándote si lo que estás comiendo es pa amb tomàquet o bimbo amb kétchup; o puedes encontrar el mejor bocata de tu vida en ese restaurante donde entraste porque querías ir al baño y ya te daba igual todo.

El método más efectivo para guiarte en esta selva gastronómica es aguantar hasta casi perder los sentidos y luego entrar en el local más cercano (eso sí, que no tenga un humano-paella ni estrella Michelin en la puerta). De esta manera he descubierto el bar donde te ponen un menú de tres platos dentro de un sándwich y el sitio flexitariano donde sirven sandía a la parrilla, bien, como docenas de otros restaurantes a los cuales nunca más he vuelto (algunos, reconozco, porque no recuerdo dónde están). La segunda opción sería seguir los consejos de quienes entienden sobre el tema –amigos, críticos, personas que escucho en el metro–, pero esto colapsaría mi teoría de que la comida, tal como la vida, es el camino.