By Alfonso Barguñó / Photo by Pedro Mata

Llueve. Llueve.

En la calle Olzinelles, los mossos disparan pelotas viscoelásticas a un grupo de jóvenes, en el lado más bárbaro de sí mismos, que se protegen tras dos contenedores en llamas. La carretera de Sants está cortada con varias barricadas del mismo tipo. Y también muchas de las callejuelas que desembocan a ella. Sirenas, helicópteros, esporádicos “¡Fills de puta! ¡Foteu el camp del barri!”, descargas, impactos desconocidos son la única banda sonora. Todos los comercios y bares están cerrados, y no ha quedado ni una sola sucursal de banco con los cristales intactos. No es un buen lugar para ir en bici.

En la plaza de Sants hay dieciséis furgones de mossos que recorren a toda velocidad la carretera de un lado a otro para que no se concentre gente. Deben ir esquivando los contendores en llamas y los parterres cruzados en la calzada. Y las botellas y piedras que les tiran con rabia. Incluso de algún balcón. Caen como truenos.

Hay tormenta. Tormenta eléctrica en Sants.

Y ya es la tercera noche.


El lunes 26 de mayo el ayuntamiento de Barcelona decidió ejecutar el desalojo de Can Vies. Un helicóptero sobrevoló el barrio de Sants durante todo el día. Tras seis horas, sacaron a los últimos okupas. Fue el principio de todo.

Can Vies era una casa okupada desde hacía diecisiete años que albergaba una cincuentena de iniciativas -entre ellas el diario La Burxa o els bastoners de Sants- y que estaba plenamente integrada en la red cooperativa del barrio. Un barrio donde las cooperativas y la asociación son cuestiones históricas: la biblioteca Vapor Vell, el parque de la España Industrial, Can Batlló son antiguas fábricas. En consecuencia, la población se tuvo que organizar para vivir decentemente. Y es algo que no ha olvidado.

El regidor de Sants-Montjuïc es Jordi Martí, un clásico de Convergència i Unió. Está estupefacto. Dice que esta reacción realmente le ha sorprendido. Pero lo que dicen en el barrio es que Jordi Martí no sabe nada. No sabe lo que dice ni es importante lo que dice. Sólo aplica una política general de la ciudad que consiste en acabar con cualquier tipo de iniciativa autogestionada que no pase por el control de las instituciones. Y este control es cada vez más asfixiante.

El punto de ebullición del agua son los cien grados. ¿Era Can Vies tan importante en el barrio como para desencadenar estas protestas? Seguramente, no. Pero a veces sólo necesita un grado más de presión para que la olla reviente. Y esto es lo que ha conseguido el ayuntamiento de Barcelona con un desalojo prepotente: encender una chispa que según dicen tardará diecisiete días en apagarse, como los diecisiete años de vida de Can Vies.

Las pérdidas económicas se cuentan por cientos de miles de euros. ¿Qué urgencia había en demoler Can Vies? ¿Qué es lo que se tenía que hacer que ha obligado al ayuntamiento a tensar esta situación?

Nada.

En el solar de Can Vies no van a hacer nada. Se va a quedar como otro de esos espacios recubiertos de cemento y malas hierbas a la espera de que alguien lleve un sobre al ayuntamiento y puedan construir los pisos que les dé la gana.

Las autoridades, por su parte, se llevan las manos a la cabeza por la violencia urbana, a la que ya han calificado de kale borroka. Esto es, la antesala del terrorismo. El antropólogo Manuel Delgado, no obstante, contrapone ésta última a la violencia urbanística. Una violencia que crea miseria económica y moral a largo plazo. Resulta revelador que estos mismo días se hiciera pública la sentencia contra Millet y Montull por haber proyectado un hotel ilegal al lado del Palau de la Música con la connivencia de las autoridades municipales. Todos los responsables políticos han sido absueltos. Millet y Montull, que cobraron una comisión de 900.000 euros, han sido condenados a un año de prisión. No pisarán la cárcel, como es evidente, y seguirán viviendo en sus lujosas mansiones.

Pero la condena por quemar un contenedor es de tres años de cárcel. Y a quienes cercaron el Parlament les piden hasta ocho años.

Como gritan los manifestantes: Qui sembra la misèria, recull la ràbia. La rabia se paga a un precio alto; la miseria, sale gratis.


El martes 27 de mayo la biblioteca Vapor Vell vio cómo sus alrededores se convertían en una batalla campal. Los antidisturbios, desde el parking de Joan Güell con la carretera de Sants, disparaban balas viscoelásticas que rebotaban en las paredes de la biblioteca. La manifestación en protesta al desalojo había vuelto a desmadrarse y había cogido a los antidisturbios por sorpresa. Tardaron más de una hora en llegar, lo que dio un tiempo precioso a algunos grupúsculos organizados.

El ayuntamiento, después de ejecutar el desalojo, se apresuró a demoler el edificio de Can Vies con una excavadora. Una muestra de fuerza que pretendía hacer desaparecer el problema. Pero Can Vies no eran las cuatro paredes que casi había destruido la excavadora.

La excavadora, por otro lado, estaba en llamas. En las ruinas de Can Vies se alzaba una columna de fuego y un contendor encendido impedía el paso al camión de bomberos. Si la demolición había sido un simbólico golpe sobre la mesa del ayuntamiento, la imagen de la excavadora ardiendo le había devuelto la jugada. Éste no iba a ser el desalojo de una casa okupa cualquiera. Can Vies se ha convertido en un mártir, en un mito, en algo que ya no será posible destruir con presencia policial o con excavadoras.

El jueves 29 de mayo los intermediarios entre el ayuntamiento y Can Vies hicieron una lista de condiciones para llegar a un acuerdo. Una de ellas es que se detenga la demolición de Can Vies y que se reconstruya lo que se ha derribado. Esto será una píldora difícil de tragar para el alcalde. Puede resistirse, pero será peor, porque la prepotencia en este caso sólo enardecerá los ánimos. Alguien debería decirle al alcalde Trias y su equipo que dejen la soberbia a un lado y se muestren generosos. La Asociación de vecinos de Sants está descontenta con los altercados violentos, así como con la actuación policial; pero es evidente que el fondo de la protesta tiene una amplia aceptación social. Las caceroladas y los asistentes a las manifestaciones lo demuestran. Y también lo que uno oye en la cola del supermercado. El malestar es general y Can Vies ha sido la chispa.

Ésta última noche la manifestación se ha dirigido hacia la comisaría de Les Corts donde está detenida una veintena de manifestantes. Ha habido altercados, pero con una intensidad menor. Sin embargo, aún quedan trece días, empezando por este fin de semana. Se puede llegar a un acuerdo o seguir poniendo la misma grabación por los megáfonos de los furgones: DISSOLGUIN LA MANIFESTACIÓ. HI HA HAGUT INCIDENTES I DANYS. ACTUACIÓ POLICIAL IMMEDIATA.

Mientras, sigue lloviendo en Sants. Y llueve como no recuerdan los más viejos del lugar.