Imaginad un mundo donde, en lugar de ventanas, tenéis pantallas —“balcones virtuales” es la definición técnica— que os muestran el exterior literalmente, no como metáfora sobre redes sociales, y podéis tomar un gin-tonic preparado por robots antes de que os tiréis por un tobogán de 33 metros —todo esto mientras os desplazáis en un bloque de acero de 16 pisos, compartido por casi 10 mil personas, a varias decenas de kilómetros por hora en el mar Mediterráneo. Todo esto es posible con un billete para viajar en el Harmony of the Seas, el crucero más grande del planeta, cuyo viaje inaugural saldrá del puerto de Barcelona el pasado 5 de junio.
Es probable que tengáis una ligera sensación de déjà vu: en 2015, el entonces crucero más grande del mundo, el Allure of the Seas, también atracó en Barcelona por primera vez y la convirtió en su base para la temporada. La diferencia entre el Harmony y el Allure son dos metros más de ancho, 66 en total, aunque el largo se mantiene en 362 de eslora. Y 9 de calado. El Harmony of the Seas tiene 16 cubiertas, pesa 227.000 toneladas y cuenta con 2.747 camarotes para casi 6.000 pasajeros que, junto a la tripulación, suman 10.800, según el Puerto de Barcelona. Se alojarán en siete “vecindarios temáticos”; uno de ellos es el Central Park. Tal cual, con árboles y plantas tropicales, tan enorme que la compañía ofrece un tour de una hora para visitarlo. Además de 20 restaurantes, también tiene el parque acuático con el tobogán más alto en alta mar de 33 metros de caída. Sí, iba en serio. ¿Una pausa para respirar y pensar en todo esto? Una cosa más: el 5 de junio habrá tres cruceros más embarcando y desembarcando en la ciudad. En total, 23.120 personas, contando con la tripulación. Es como adjuntar Calafell a Barcelona durante un día. Bien, podemos continuar.
Con estas pequeñas ciudades flotantes, el Puerto de Barcelona consigue batir todos los récords, colocándose como el número uno en Europa: 2,5 millones de pasajeros pasaron por él en 2015. En la última temporada, de 2014 a 2015, el número de cruceristas aumentó un 7,4%. Es el doble de hace una década, ya que en 2005 se registraban 1,2 millones de pasajeros. En 1996, apenas hablábamos de 200 mil cruceristas. Los planes del Port son que en 2020 la ciudad llegue a recibir a 3 millones de ellos, y no se espera que alguien ponga techo a esta evolución. Al revés, 2016 marca el inicio de los trabajos en la nueva terminal E de cruceros, que será la séptima, construida y gestionada por la empresa americana Carnival Corporation, que detenta más del 40% del negocio de los cruceros en todo el mundo. Con una inversión de 30 millones de euros, transformará el Port de Barcelona en la terminal de cruceros más grande de Europa, con 10.000 metros cuadrados.
Los números enseñan un futuro negro. No por la congestión de la ciudad, sino por algo mucho más invisible y letal: la factura ecológica que conlleva la industria de cruceros que varios estudios apuntan como culpable de 50 mil muertes prematuras en Europa cada año. El fueloil pesado que utilizan para moverse contiene hasta 3.500 veces más azufre que el diesel que utilizan automóviles y camiones, y la peor noticia es que mantienen sus motores trabajando mientras están atracados en el puerto, porque si no, su sistema eléctrico no funcionaría. Ríete de Volkswagen.
Lejos de la costa, los cruceros siguen generando —y en gran cuantía— residuos de todo tipo. Según Hortensia Fernández, miembro de Ecologistes en Acció y la Assemblea de Barris per un Turisme Sostenible (ABTS), desde los cruceros se vierten cada día, por persona, 300 litros de aguas grises (provenientes del uso doméstico, como el lavado de ropa y/o utensilios) y 400 de aguas negras (fecales). La normativa protege las primeras 4 millas desde la costa, pero más allá se pueden verter residuos. En aguas internacionales, los desechos se encuentran en un vacío legislativo que permite jugar con ellos, de la misma manera que permite abrir el casino y vender productos duty-free. “Como el mar no se queja, hay aún menos transparencia en cuanto a cómo le afectan los vertidos”, comenta Fernández. Ecologistes en Acció ha llegado a documentar incluso problemas en la pesca en el Mediterráneo.
Tampoco es despreciable el consumo de agua. Ivan Murray, doctor en Geografía de la Universitat de les Illes Balears, calculó que el consumo de agua en nuestro vecino archipiélago era de 125 litros por persona al día, pero el del turista subía a 440 y al doble si además jugaba al golf.
Por otro lado, la industria se defiende diciendo que han introducido muchas mejoras en la última década. Royal Caribbean presentó el Harmony of the Seas como el crucero que más respeta el medioambiente: emite un 20% menos de CO2 que el primer Oasis (el nombre con que son conocidos estos mega-cruceros) y recupera el calor de los gases de escape para convertirlo en vapor, que sirve para destilar el agua para consumo a bordo.
Durante la campaña electoral del pasado año, Ada Colau dijo a BCN Més en una entrevista que una de sus propuestas “de mínimos” era electrificar el puerto para que los cruceros se enchufaran a la red eléctrica y consumieran mucho menos. Y añadía: “No se trata de cruceros sí o no, es que depende: tiene que beneficiar al conjunto y no a unos pocos”. En ese sentido, consideraba importante que se llevara a cabo un estudio independiente sobre el impacto económico real de los cruceros para la ciudad, creyendo que no era tan positivo como se ha dicho hasta ahora e incluyendo los aspectos negativos: desde la privatización de espacio público, hasta la contaminación o la restricción a la movilidad. Pero, ¡ay!, desde la barrera los toros se ven distintos a desde la arena. Un año después, la alcaldesa dice que “no le consta” que se haya encargado ningún estudio y descarga en el recién creado Consell Turisme i Ciutat toda discusión sobre el tema.
La ABTS, que se constituyó el pasado noviembre uniendo a varias asambleas de barrios que ya luchaban, entre otras cosas, contra el turismo masivo, forma parte del Consell y exige al Ayuntamiento que lleve a cabo ese prometido informe independiente y riguroso sobre el impacto socioambiental de los cruceros. Ese sería, según la ABTS, el primer paso para poner el tema sobre la mesa. Pero aunque esperan que el informe se elabore tarde o temprano, el Puerto de Barcelona se adelantó y presentó a principios de mayo otro informe. Para Daniel Pardo, de la ABTS, este informe presenta una única lectura “triunfalista” sobre el tema de los cruceros y es “inadmisible” que no contenga una investigación profunda sobre su impacto sociomedioambiental. Lo sorprendente es que el Puerto de Barcelona no estuvo solo en su presentación, sino que contó con la presencia del consistorio representado en Gala Pin, actual regidora de Ciutat Vella, que bajó a la arena de la plaza. Hace un año hacía campaña contra la Marina del Port Vell, como miembro de la Asociación de Vecinos de la Ostia, en la Barceloneta.
Los números del informe, elaborado por la Universidad de Barcelona, estiman que la actividad de los gigantes náuticos aporta 413 millones de euros al PIB catalán y permite mantener unos 7 mil puestos de trabajo, la gran mayoría en Barcelona. En números globales, la llegada de cruceros trae una facturación anual de 800 millones de euros, es decir, unos 2,2 millones de euros al día, entre gastos directos e indirectos. En cuanto a los puestos de trabajo, el reparto no sorprende: casi un 60% se quedan en el sector turístico, que destaca por ser uno de los sectores de ocupación más precaria.
Cada turista se deja una media de 53 euros al día en la ciudad, aunque Hortensia Fernández cita otros estudios que ponen en duda la cifra que, de nuevo, viene del Puerto de Barcelona. Sea cual sea su gasto, Daniel Pardo se pregunta si realmente el debate debe estar en los ingresos por crucerista: “¿Si se dejaran 200 euros estaríamos dispuestos a vender nuestros derechos?”.
La ABTS ha detectado dos tipos de cruceristas: los de súper lujo, que son un porcentaje “muy pequeño” y dejan su dinero en “el Passeig de Gràcia y poco más”. Y los estadounidenses “de clase media/baja que vienen con el tot inclòs y ni siquiera cambian dinero aquí”, explica Pardo. Como mucho, pagarán algo con tarjeta. Es más, muchas veces pasan las 4,3 horas, estimación media del Puerto de Barcelona, en excursiones contratadas a bordo, es decir, en términos prácticos, un crucerista puede llegar y salir de Barcelona sin dejar un céntimo en la economía local.
La especialización del comercio en el sector turístico preocupa no solo a los vecinos organizados, que critican la no redistribución de la riqueza que pueda traer el sector, sino también a asociaciones de comerciantes. La PIMEC se ha pronunciado en contra del fomento de este tipo de turismo, ya que el gasto del crucerista no se reparte por la ciudad.
El informe llega más lejos en los beneficios aportados e incluye que los efectos del aumento de cruceros llegan al aeropuerto del Prat, pues el 78% de los cruceristas que empiezan o terminan su viaje en Barcelona llega o se marcha en avión, contribuyendo a la creación y mantenimiento de vuelos internacionales, como las rutas a Estados Unidos o Canadá.
También detallan que la escala de cada crucero aporta unos 200.000 euros en rentas fiscales (IVA, IRPF e impuesto de sociedades). Una aportación mínima ya que según Ecologistes en Acció, esa misma escala puede dejar un rastro de contaminación equivalente a 12.000 automóviles.
- Los datos del Harmony of the Seas
Viaje inaugural: 9 de mayo 2016
Lugar de construcción: St. Nazaire, Francia
Registro: Bahamas
Coste de construcción: 1 billón de euros
Peso: 227.000 toneladas
Si es cierto que aún no existe un estudio específico sobre el impacto ambiental de los cruceros en Barcelona, pistas no faltan. En 2014, durante el Greenport —un congreso sobre la sostenibilidad de los puertos que, paradójicamente, se celebró en Barcelona ese año— los participantes midieron la calidad del aire cerca de la terminal de cruceros. Se encontraron concentraciones de sustancias tóxicas de hasta 480 mil partículas ultra finas por centímetro cúbico —unas 100 veces más que la concentración de fondo normal en las ciudades. Se han detectado niveles elevados de partículas en suspensión, componente cancerígeno clasificado por la Organización Mundial de Salud como de nivel 1, el más alto de la escala. Según el doctor Axel Friedrich, el responsable de las mediciones, “estos niveles de contaminación son una grave amenaza para todos los habitantes, que pueden provocar enfermedades respiratorias y cardiovasculares, daños neurológicos, cáncer y muerte prematura”.
Pero los riesgos de fomentar el turismo de cruceros pueden ir aún más allá. En Venecia, por ejemplo, el tercer puerto europeo en número de pasajeros turistas, los efectos de los cruceros se hacen sentir en el patrimonio arquitectónico. “Cada vez que un crucero atraviesa la laguna, según su velocidad, tamaño y peso levanta el nivel del agua por la proa, lo baja por los laterales y recupera su nivel por la popa. Ello provoca un desplazamiento de toneladas de agua, que crean cadenas de olas, elevan artificialmente los niveles de los canales internos y erosionan los ya muy desgastados y débiles cimientos y muros de una infraestructura veneciana que en 2100 se habrá hundido unos 5 centímetros”, escribe el arquitecto Josep Maria Montaner, en El País.
Para los expertos el impacto de este crecimiento solo puede ser minimizado a través de la ley. Hay que regular, como ya lo están haciendo puertos del norte europeo, la entrada de cruceros en la orilla de las ciudades. En el caso de Barcelona, esto protegería la salud pública no solo de los habitantes de la ciudad sino también de Pirineos, Aragón y Comunidad Valenciana, ya que la contaminación puede extenderse a 400 kilómetros alrededor del puerto, como denuncia Ecologistes en Acció.
El actual concejal de Turismo en Barcelona, Agustí Colom, parecía compartir la opinión. Admitía que hubo “poca responsabilidad con el turismo de cruceros en Barcelona” y que habría que “ordenar el sector, que no es lo mismo que prohibir”. En esto está de acuerdo la ABTS, que juzga la situación como desesperada y la sintetiza en un “no sabemos vivir con este nivel de turismo”, que debería escucharse más allá de las aduanas.
Pero de momento, reducir el número de cruceros que llegan a Barcelona no es una medida que pase por la administración local. La propuesta que el gobierno de Colau tiene encima de la mesa es la introducción de la extensión de la tasa turística a aquellos que no pernoctan en la ciudad. Esto permitiría al Ayuntamiento recaudar mucho más dinero, ya que actualmente más de la mitad de los cruceristas no duerme en Barcelona y por consiguiente no paga este impuesto.
“Es positiva, pero altamente insuficiente”, estima la ABTS. La apuesta de las asambleas es el decrecimiento turístico. Aunque reconocen que, como en toda burbuja, el riesgo de pincharla es abrir los ojos y encontrarse con un monocultivo arrasado. La búsqueda de economías alternativas será fundamental para que el frenazo no salga caro. Pero, como en todo concepto, el turismo tampoco escapa a la perversión política. La tasa turística, una idea desarrollada por los ecologistas para revertir los efectos negativos de la industria, está lejos de paliarlos: la Generalitat aprobó destinar el 75% de su recaudación a promoción turística. La pista de hielo de plaça Catalunya o el circuito de Montmeló se han beneficiado de ella, asegura la ABTS.
Volviendo a los mínimos, además de ese informe serio y riguroso, la ABTS ataca a la base y madre de todas las desgracias: Barcelona Turisme. La institución es una suerte de consorcio público-privado en la que el papel del Ayuntamiento es testimonial. Ni siquiera decide, solo forma parte del órgano informativo. Así que los activistas exigen su “refundación o sustitución por una entidad pública con interés público”. Solo recuperando la institución por y para la ciudad, la ABTS cree que se podrá limitar una promoción que ahora no tiene matices: “Hoy es cuanto más mejor”. Proponen vincular el modelo de ciudad con el de turismo y que sea decidido entre todos los vecinos.
La llegada masiva de cruceros y la visita exprés de los habitantes de estas ciudades navegantes contribuye todavía más a la famosa congestión de Ciutat Vella. Para el Port de Barcelona ese problema no existe ya que “la gestión de escalas se hace con dos años de antelación e impide grandes aglomeraciones”. Previstas o no, estas existen. Sacad las agendas, apuntad los días y coged vuestras cosas para salir de la ciudad. Tres domingos serán los días de mayor afluencia en el Port de Barcelona en los próximos meses: el 19 de junio, con 5 escalas y 26.750 cruceristas; el 21 de agosto con otras 5 escalas y 27.120 turistas (entre ellos, los casi 11.000 de nuestro querido Harmony), y el 11 de septiembre, con 6 escalas y 28.110 pasajeros. El fin de semana del gran desembarque será del 1 al 3 de julio, cuando visitarán la ciudad 62.167 cruceristas, más del doble de la población de la Barceloneta. Cuando la ABTS habla de que el tejido de los barrios se rompe porque “la masa lo tapa” es un juicio literal. “Es un tema de contacto físico que puede llevar a ciertos grados de turistofobia”, valora Pardo. En la ABTS rechazan ese posible odio hacia el turista porque consideran que el turista también es una víctima de la masificación, pero en algunos casos creen que ese odio es la fase previa a adoptar una postura crítica. Quizá quienes gestionan esas escalas quieran hacer una en el metro de Liceu el próximo 11 de septiembre.
Reportaje de Margarida Videira da Costa & Esperanza Escribano.
Fotos cedidas por Royal Caribbean.