¿Qué? Ya sé que semos pobre y toda la mandanga, pero en esta vida hay que estar dispuesta a todo. Nunca sabes lo que te va a deparar el mañana, en qué situaciones extremas te verás envuelta gracias al poder de tu canalillo o qué aventuras te esperan empujando el carrito por los pasillos del Mercadona.

«He confeccionado esta pequeña guía de consejos por si de repente os cae la breva de visitar un templo de la alquimia gastronómica y contempláis la posibilidad con la incertidumbre de la que necesita entrar a mear en un puticlub de carretera»A mí me mola vivir así, como si en cada calle me estuvieran esperando unos extraterrestres para abducirme. Luego giras la esquina con el corazón en un puño y… ¡BAM! Nada de naves espaciales, sólo un grupito de adolescentes sentados en un banco escuchando reggaeton… Pero vale, ¡qué alivio! Imagínate que me abducen y yo sin depilar. Es como lo de llevar las bragas limpias por si tienes un accidente y te tienen que llevar al hospital. ¡Hay que estar siempre preparada! Y lo bueno de cultivar este estado de leona de la sabana es que la adrenalina te inunda el cerebro constantemente y estás siempre alerta, siempre presta a la caza de oportunidades y experiencias extraterrenales. Y, ¡ZAS! !ZAS! ¡Qué las cazas! ¡Te ocurren! ¡A ti! Así funciona el Universo.

Total, que a tal efecto, he confeccionado esta pequeña guía de consejos; por si de repente os cae la breva de visitar un templo de la alquimia gastronómica y contempláis la posibilidad con la incertidumbre de la que necesita entrar a mear en un puticlub de carretera. Aquí estoy yo para disipar vuestros recelos y para que podáis disfrutar del festín con la entrega más absoluta. Siempre pensando en implementar vuestras experiencias, queridas lectoras. Al lío.

[dropcap type=»circle» color=»#ffffff» background=»#1fbbae»]1[/dropcap] No puedes llegar al restaurante después de pasar una década a dieta de bocadillos de chopped y latas de sardinas. Como que tus papilas gustativas estarán algo atrofiadas. Si no has olido un bistec de ternera del bueno desde el 2008, visita más a menudo a tu abuela. No pasaste de leer los libros de Teo a leer a Leopoldo Panero de un día para otro. Pues esto igual. Y si lo hiciste, eres un puto genio; vete a inventar extremidades ortopédicas para cyborgs o algo por el estilo y deja de perder el tiempo.

[dropcap type=»circle» color=»#ffffff» background=»#1fbbae»]2[/dropcap] Péinate. Tu pelo lo dice todo de ti, ya lo he comentado en más de una ocasión. Si las camareras van mejor peinadas que tú, vas a sentir que no mereces que te sirvan y tu autoestima caerá en picado. Querrás levantarte y, cabizbaja, cederles tu asiento. Wannabe de mierda.

[dropcap type=»circle» color=»#ffffff» background=»#1fbbae»]3[/dropcap] No vayas puesta de speed. La degustación de las mejores kokotxas que has probado en tu vida (según el resto de comensales de la mesa porque, en realidad, son las primeras que has probado en tu vida), requiere de un estado mental limpio y, por supuesto, de no tener un nudo en el estómago más grande que la Catedral de Burgos.

[dropcap type=»circle» color=»#ffffff» background=»#1fbbae»]4[/dropcap] No hagas que sabes cuando no tienes ni idea. Lo más sano en esta vida es preguntar. Si te ponen enfrente un plato con dos trozos de carne, y te dicen que uno es ciervo y el otro es corzo, pero no sabes ni qué pinta tiene un corzo y tu única referencia sobre ciervos es Bambi pues, ¡pregunta! “Oiga, disculpe, ¿cuál es cuál? ¿Me enseña una foto para que me haga a la idea?” Piensa que luego te van a interrogar, “¿Y cómo estaba el corzo?”, y tú, con el ego herido porque han metido el dedo en la llaga de tu ignorancia, irás al ataque: “Pues no sé, lo mismo me habéis cocinado un lomo de rata al punto sobre un sorbete de frutas del bosque y os habéis quedado tan anchos”. Humildad ante todo, que nadie nace enseñado.

[dropcap type=»circle» color=»#ffffff» background=»#1fbbae»]5[/dropcap] No pidas un coñac del bueno para la sobremesa después de haber vomitado a lo romano en el baño. Más que nada, porque a lo mejor acabas vomitando sobre la mesa misma y luego ya ni hace falta que te echen porque te echas tú sola, y no son maneras de despedirse. Después de haber apoquinado 200 europeos de factura, lo mínimo que te mereces es un abrazo y salir en volandas del local, como una cantante de copla homenajeada en las fiestas de su pueblo. No te autosabotees.

Creo que con estas recomendaciones ya tenéis una base más que adecuada para manejaros en cualquier restaurante de tres estrellas Michelin con la cabeza bien alta. Os aseguro que, según el Principio de Sincronicidad de Jung, después de leer esto estáis un paso más cerca de vivir la experiencia por vosotras mismas.

Otro día hablaremos de los restaurantes de estaciones de servicio, otro mundo que también tiene sus reglas.