El patriarca, complacido con mi (mal fingido) reconocimiento del estatus social y casi espiritual que otorgaba poseer aquel documento fotográfico, se quedó mirando la foto en silencioSiempre recordaré la primera vez que pisé la casa de los padres de mi ex. De esto hará unos diez años (y sigo igual de boba, qué ternura), y era la primera vez que tenía un novio suficientemente serio como para dar el paso este, tan estúpidamente transcendental, de conocer a sus progenitores. Después de darme la tournée de rigor por la casa, el patriarca, bastante abuelete ya por aquel entonces, me cogió por banda y me llevó a su despacho para enseñarme una foto suya dándole la mano a Jordi Pujol. Por quedar bien y tal lancé un “¡oooh!” de admiración más falso que un duro sevillano. Igualito a los varios “ooohs” y “aaahs” que había soltado al ver las colchas bordadas por no sé quién y el expositor de figuritas de porcelana. Pero bueno, coló. El patriarca, complacido con mi (mal fingido) reconocimiento del estatus social y casi espiritual que otorgaba poseer aquel documento fotográfico, se quedó mirando la foto en silencio. Yo no sabía muy bien qué hacer, casi me venían ganas de santiguarme porque la situación prácticamente lo pedía. Fue como un momento místico de adoración a la imagen del Altísimo.

Con todo el trajín judicial de la familia Pujol, esta anécdota me ha venido mucho a la cabeza durante estos días. Y como tantos y tantos catalans, he pensado que, por suerte, el patriarca ya está criando malvas hace tiempo, porque de estar vivo le hubiera dado un patatús. Tal era el halo de santidad que él y tantos otros confirieron a la figura del señor Pujol. Y es que los catalans somos de lo más naïf. Más naïf que Heidi y Marco juntos en un musical de Broadway sobre la castidad. Els catalans no roben, ni esnifen cocaïna als banys dels bars ni ofereixen feines a canvi de favors sexuals. I ara! Ante todo decencia, muchísima decencia. En el nom del Pare, del Fill i de l’Esperit Sant.

No me digáis que esta ingenuidad tan hipócrita no es para morirse de aburrimiento. A mí me molaría harto que hubiera una prensa rosa catalana y programas de mierda donde se pusieran a parir unos a otros de la forma más rastrera. ¡Un poquito de frivolidad entre tanta pulcritud y tanta beatitud desnaturalizada, porfaplis!

Por suerte, ahora que salen los trapitos sucios del clan Pujol, mi sed de una banalidad “a la catalana” se está saciando un poco. Esas fotos de la familia al completo en la intimidad de su casa; esas imágenes de don Jordi y doña Marta paseando por Queralbs como reyes sin corona, hablando sobre sus asuntos, ajenos a todo lo que les rodea; esa marabunta de hijos mimados y a cual más granujilla; esa especie de psicosis compartida que les ha hecho creerse inmunes a todo… Folie en famille! Tot plegat em fascina. Es todo como muy de telenovela de sobremesa, ¿no?

[quote align=»left»]Por suerte, ahora que salen los trapitos sucios del clan Pujol, mi sed de una banalidad “a la catalana” se está saciando un pocoMi preferido es, sin duda, el primogénito, Jordi Pujol Ferrusola. El tío me resulta simpático porque es un pícaro total. El arquetipo hecho carne, vamos, y además no se pega el rollo del buenismo. Que se ha ganado sus millones haciendo chanchullos y lo dice muy claramente. “Y sígueme la pista si tienes huevos”, debe pensar. Qué chulería, qué lujazo de autoestima. Y se la seguirán, supongo, o no, quién sabe. Pero qué no daría yo por ser así de astuta y chanchullera aún siendo catalana. Suspiro.