Cuando estaba adentrándome en el misterio de Mary Ann Clark Bremer, de quien ya se conjetura que podría tratarse de una persona inexistente, me encontré con otro misterio en los comentarios del único blog que hablaba de ella: “Hola, me gusta mucho este blogs. Me pueden ayudar a encontrar un libro por favor. El protagonista se llama jemes, tiene 21 años y la protagonista tiene 17, a ella su mamá la bota de su casa y ella se encuentra al protagonista en una moto y este le dice que puede quedarse con él. Gracias. Gioconda González”.

El comentario era pertinente porque el libro que yo había leído era Una biblioteca de verano, un relato autobiográfico en el que Mary Ann Clark Bremer es, precisamente, bibliotecaria. He aquí que Gioconda González estaba contactando por los hilos virtuales del espacio tiempo con Mary Ann Clark Bremer que, en 1945, se ocupaba de la única biblioteca del pueblecito D., en Francia, después de haber perdido a sus padres y su tío Marcel en la guerra. Le pedía un libro. Es significativo que Gioconda diera tanta importancia a las edades como información útil para encontrarlo. Y el nombre del protagonista, merece atención: jemes. Aventuro que será un trapero. Quizá a Gioconda González su madre la había botado de casa y esperaba encontrarse con un protagonista en una moto que le dijera que podía quedarse con él. El libro lo quería para saber lo que pasaba luego.

Para pedir la ayuda de Mary Ann Clark Bremer, imaginando que todavía habite una biblioteca infinita y celestial, yo podría haber escrito: “Hola me gusta mucho esta columnas. Me pueden ayudar a encontrar un libro por favor. La protagonista se llama mari, tiene como 20 años, y el protagonista tiene como 35, a ella se le mueren los padres y ella se encuentra al protagonista en la biblioteca y este le dice que puede quedarse con él. Gracias. Alfonso Barguñó Viana”.

Mary Ann Clark Bremer escribió varios libros, la mayoría mínimos, que novelizaban los recuerdos de su vida. 

No me cabe duda de que nos ayudaría a ambos, a Gioconda y a mí, a encontrar los libros en la biblioteca del pueblecito de D., que estaba sita en la casa de su difunto tío Marcel, aunque el libro que yo le pidiera todavía no lo hubiera escrito. Mary Ann Clark Bremer escribió varios libros, la mayoría mínimos, que novelizaban los recuerdos de su vida y en cada una de sus palabras se puede notar, como el olor de un pastel recién hecho, su amor por la lectura. Viajó por todo el mundo, entre otros lugares a Israel, con el coprotagonista de 35 años de Una biblioteca de verano, Saúl, y no fue hasta la última etapa de su vida, cuando vivía en Suiza y después de que le insistiera el escritor Friederich Dürrenmatt, que se decidió a escribir unos textos lacónicos y delicados, que más bien parecen apuntes redactados entre un café y un vermut y un cigarro mal apagado. Ha sido la editorial Periférica la que se ha encargado de recuperarlos para el público que lee en castellano, y podemos sentirnos afortunados porque no están publicados en ninguna otra parte. No tiene ni página en Wikipedia lo cual, entre otras cosas, ha dado pie a este halo de inexistencia.

Pero, por lo que a mí respecta, lo niego categóricamente: no hay nada más real que estar buscando un título del que escribir antes del verano en esta columna literaria y encontrar, en una librería de viejo que ya me ha deparado gratas sorpresas, un libro rojo que me hace una señal de lejos y que se titula, tan convenientemente, Una biblioteca de verano.

Una biblioteca de verano, Mary Ann Clark Bremer, traducción de Hugo Bachelli, editorial Periférica.