Si eres barcelonés de la upperdiagonal, vives, de media, hasta 3 años más que el promedio del resto de la población. Estos datos, recogidos por el Ayuntamiento de Barcelona muestran que la jetset de la ciudad, aparte de tener buen gusto, vive más tiempo. Podrás pensar (erróneamente) que al fin y al cabo tú querrías ahorrarte la etapa vital que va, pongamos el caso, de los 87 a los 90. Pero no funciona así. Lo que delatan los datos es una de las muchas ventajas inherentes a un hecho que se revela tan azaroso como cierto: si naces rico en Barcelona, es muy probable que mueras rico. Pero antes de que te mueras, habrás disfrutado de más tatakis y menos dolores de espalda. Que esto de trabajar con las manos no se estila más allá del muro.

Pero a lo que iba. Hay un edificio en el passeig de la Bonanova, 30, que me tiene cautivado, y donde bien seguro sus moradores disfrutan de todos los placeres intrínsecos al upperdiagonal: no importa desde qué ángulo lo aborde, se yergue siempre altivo y desafiante al finalizar la calle Ganduxer, como el monstruo que culmina un complejo videojuego. Me consta que distintas personalidades de la farándula barcelonesa, entre los que se encuentran un famoso ex futbolista del Barcelona de cuyos rizos no quiero acordarme y toda la cúpula de Ciutadans, habitan entre los cuatro muros de piedra rojiza y madera de abedul… cara.

La experiencia de contemplarlo es parecida a la sensación de hallarse ante una gran catedral. Sin saber muy bien porqué, te sientes amenazado ante majestuosa presencia, al tiempo que cargas de sentimientos de culpa a tu maltratado ego por no estar a la altura, en este caso, a la de los selectos habitantes del palacio. Una especie de síndrome de Estocolmo, pero específico del capitalismo y los objetos inanimados.

Y aun con todo, no solamente su exterior desprendre prestigio. Como toda experiencia subjetiva, el contexto juega un papel crucial. Porque el passeig de la Bonanova no es cualquier passeig: con su nacimiento en la misma plaça Bonanova, desemboca en la plaça Major de Sarrià, uniendo así Sant Gervasi con Sarrià y cubriendo todo el barrio de Tres Torres —el más pudiente del distrito—. Ahí es nada. De calzada ancha y árboles frondosos hace las delicias de los runners del barrio, que se aprovechan de paso de la mejor calidad del aire, que circula tranquilo y alejado del barullo urbano. Aire que por cierto no es simple aire, sino que viene aliñado con un toque de eau du succès. Uno tiene la sensación de que un escuadrón de élite de BCNeta cumple horas extras embalsamando los cipreses de la zona antes de que salga el sol.

Sea por lo que sea —el aire, los árboles, la calzada, el perfume, las catedrales, o simplemente un oscuro deseo de longevidad— el passeig de la Bonanova es el espejo donde muchos se miran, pero muy pocos se reflejan. Al fin y al cabo, la pócima para llegar hasta allí acostumbra a ser haber estado siempre allí. Eso, o invadir el castillo. Pero para lo segundo ya tenemos los videojuegos.