Me cae bien la gente que se implica en mejorar la vida de sus barrios. Para mí, venido de otros pueblos del Estado, fue una grata sorpresa descubrir la implicación de las personas en el movimiento vecinal de Barcelona. En cada zona de esta ciudad donde he vivido, que ya son tres, he visto mucha más actividad de asociaciones, casales y ateneos de la que había visto en toda mi vida anterior en otras ciudades.
Sin embargo, las encuestas que he llevado a cabo entre mis amistades —que son pocas— y los habitantes de mi casa —que somos dos— revelan una baja o nula participación en estos movimientos. Es triste decirlo, pero nunca me he sentido llamado a involucrarme en la vida del barrio. Cuando veo protestas vecinales, calçotadas populares o correfocs, lo miro desde la barrera con un cierto sentimiento de exclusión, como si la cosa no fuera conmigo.
¿A qué se debe esta dejadez? Puede ser que el poco tiempo que me queda libre —soy autónomo— prefiero invertirlo en desconectar de la sociedad —soy un poco rancio—. Pero hay otro factor muy relevante: ¿para qué me voy a molestar en luchar por cambiar mi entorno, si en tres años como mucho se me acaba el contrato de alquiler y seguramente tendré que cambiar de barrio? Puede sonar egoísta, lo reconozco.
Seguro que hay gente que se implica aun sabiendo que su estancia en ese barrio es temporal. Pero seguro que habría mucha más gente que participaría de la vida comunitaria si supiera que va a vivir allí una década o más.
Una vez encontrada la excusa, aquí está la solución: comprometerte con la vida del barrio en el que creas que vas a vivir dentro de tres años. Por ejemplo, imagina que vives en Gràcia sabiendo que te echarán del piso cuando acabe el contrato, e intuyes que para entonces los alquileres del Raval habrán bajado por culpa de los narcopisos. Pues te unes a la gente del Raval en sus protestas un par de veces por semana, confiando en que el problema se solucione cuando vivas allí. Pero no antes, claro, porque entonces subirían los alquileres y no te lo podrías permitir. Una vez estés allí y se resuelva el problema, sabes que con la ausencia de narcopisos subirán los alquileres y en tres años estarás fuera. Pues te implicas en los movimientos vecinales de otro barrio más humilde para que te lleguen los beneficios una vez estés allí viviendo. ¿Veis qué fácil? “Fem barri”, aunque seamos pobres.