“El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de consistencia al puro viento.”

Estas palabras de George Orwell, escritas en La política y el lenguaje inglés en 1946, no han hecho más que confirmar una tendencia degeneradora del lenguaje político que hoy en día alcanza cotas inimaginables en lo que a manipulación y estupidez se refiere. Como en muchas otras cosas, la visión de Orwell se ajustaba a la realidad, es decir, desenmascaraba el sustrato mendaz que se oculta bajo fórmulas aparentemente inofensivas o banales.

Lo mismo se podría decir de Viktor Klemperer, el filólogo de origen judío que analizó el lenguaje de los nazis en su ensayo Lingua Tertii Imperii (LTI) y que se ha convertido en un libro de referencia. Tanto Orwell como Klemperer eran conscientes de que el lenguaje nunca es neutral, sino que conforma la realidad, y que el cómo se dicen las cosas es indisoluble del qué se dice. Pensemos, si no, en la expresión “campos de concentración”, inventada por los ingleses, para referirse a los “campos de exterminio”. El ejemplo nos sirve para establecer desde ahora una de las figuras retóricas predilectas de la manipulación del lenguaje político: el eufemismo.

El propósito de esta columna es precisamente denunciar desde un punto de vista lingüístico las tergiversaciones con las que nos bombardean los medios y los políticos, cuando dicen “reforma” en lugar de “recorte”, “privilegio” en lugar de “derecho”, o cuando se refieren al “copago” (¿quiénes pagan la sanidad gratuita? ¿el contribuyente y quién más?), la “transición nacional” o la “violencia estructural” que sufren las mujeres por poder abortar. Expresiones que tienen en común la vaguedad intrínseca o la complejidad intencionada para llegar a ser un mero viento idiota que no dice lo que dice, pero que nos afecta como ciudadanos.