En su artículo publicado en el diario El País, Roberta Bosco concluía la crónica dedicada al despido inmediato de seis personas de la plantilla de la Fundació Miró de Barcelona, dando espacio a las sentidas palabras de un trabajador: “La Miró siempre han sido sus trabajadores, no puedo creer que ahora utilice los mismos métodos que una empresa cualquiera. Es una enorme decepción”.

¿Podemos esperar algo distinto a la estricta lógica neoliberal en lo que respecta a las empresas culturales (museos, galerías, fundaciones, etc.)? Probablemente no. Deberíamos, esto sí, pero mejor que no nos hagamos ilusiones que solo dan cabida a grandes decepciones. Mejor actuar, mejor asociarse. Mejor decir que ya está bien de tanta política que se pierde en pseudoluchas que solo benefician a los políticos de profesión que las promueven y a nadie más.

El reciente número del periódico The Art Newspaper dedicaba dos páginas centrales (¡bien!) a la pirámide de iniquidad salarial de los trabajadores de los museos norteamericanos. Directivos con sueldos millonarios y los demás con sueldos precarios y, encima, víctimas de recortes drásticos que se suceden en paralelo a ampliaciones y proyectos faraónicos de los propios museos. En la foto que ilustra el artículo, vemos a trabajadores asociados en sindicatos (unions) que muestran una pancarta #WeAreMoMA. Pues bien, ojalá el movimiento siga creciendo.

La “justificación” de los despidos en la Fundació Miró fue un agujero próximo a un millón de euros. La prensa informa que mover parte de las obras de la colección de una planta a otra costó aproximadamente lo mismo y que la dirección del museo rechazó cualquier diálogo con sus empleados a la hora de aplicar recortes presupuestarios para subsanar su déficit. Pues bien, ¿con quién iba a dialogar dirección si su contrincante es fragmentario y débil? ¿Hasta cuándo agacharemos la cabeza frente a la patente injusticia? El mundo del arte y sus instituciones no son una excepción.

Jillian Steinhauer también concluye en The Art Newspaper con las palabras de un trabajador del New Museum. Los 85 millones de dólares que la institución destinó a su ampliación chocan con los sueldos míseros que paga a sus trabajadores, lo cual les obliga a realizar trabajos complementarios para, literalmente, llegar a fin de mes. “These issues are not unique to art; they are part of a larger crisis of wealth inequality throughout the country and the world. But they are perhaps more glaring in a field that is known primarily for two things: being liberal/progressive and moving large amounts of money. The workers who keep that field going want their due – not just to benefit themselves but to build a sustainable future. As Graziano [Alicia Graziano, a membership associate] say of the New Museum organisers: ‘We wanted to create a change that would outlast all of us.’”