En la foto: cooperativa de viviendas La Balma – La Boquería Taller.
Pasar tantas horas en casa nos ha llevado a redescubrir nuestros espacios. A conectar con la arquitectura doméstica y usarla más allá de lo preestablecido. También nos ha hecho pensar qué cambiaríamos de los lugares donde vivimos. Y es que con el tiempo y el peso de la especulación, la vivienda se han convertido en algo rígido y estándar; en una suma de superficies con espacios de poca calidad. Por el camino hemos perdido cosas tan necesarias como el acceso al exterior, la luz natural o la ventilación. Pero las carencias ya estaban allí. Simplemente la experiencia del confinamiento las ha puesto de manifiesto, ahora más que nunca.
La vivienda es mucho más que unos m2 y un número determinado de habitaciones. De hecho, a través de la arquitectura no solo podemos diseñar el contenedor, el edificio. También el contenido. El aire, el ambiente, las atmósferas, las sensaciones, las relaciones, el confort y el bienestar que se generan en su interior. Incluso la felicidad. Lo mismo sucede a nivel urbano. Cada una de las decisiones de diseño, a todas las escalas, determinan la calidad de vida y la salud de las personas.
Esto es algo de lo que se está hablando mucho estos días. Sí, es cierto que, seguramente, esta nueva realidad marcará un antes y un después en la arquitectura y el urbanismo de nuestras ciudades. Pero no es algo que pueda suceder de un día para otro. Moldear y rediseñar el entorno construido requiere tiempo y esfuerzo, como un goteo heterogéneo que va calando poco a poco. Aún más en una ciudad como Barcelona, con tejidos compactos y densos.
«Las cooperativas de vivienda en cesión de uso aparecen como una alternativa más justa, asequible, no especulativa y sin ánimo de lucro. Apuestan por la innovación arquitectónica y la sostenibilidad, fomentan el sentimiento de pertenencia y aportan valor al entorno»
Quizá es temprano para aventurarnos a sacar conclusiones, sin haber cogido suficiente perspectiva. Ahora mismo, nuestras casas son un laboratorio y formamos parte, en primera persona, de este experimento colectivo tan excepcional. Un ensayo en el que empezamos a intuir nuevas funciones y necesidades que se podrían reflejar en la demanda de distribuciones interiores más flexibles y polivalentes o en la recuperación de balcones y terrazas. Pero, más allá de buscar las respuestas concretas aquí y ahora, lo positivo sería que todo esto al menos nos sirviera para reflexionar. Para sopesar cuestiones como la relación entre lo público y lo privado, el acceso a un lugar digno o la redefinición de lo que entendemos por vivienda. En definitiva, poner sobre la mesa nuestras preocupaciones e ilusiones como semillas para activar el cambio.
Si algún modelo residencial ya estaba contemplando estos aspectos, este es el cohousing. Las cooperativas de vivienda en cesión de uso aparecen como una alternativa más justa, asequible, no especulativa y sin ánimo de lucro. Apuestan por la innovación arquitectónica y la sostenibilidad, fomentan el sentimiento de pertenencia y aportan valor al entorno. Son propuestas que nos lanzan esperanza en medio de la batalla constante para la búsqueda de un piso propio.
Pero lo interesante es que, en esta tipología, el piso propio se expande y a la vez desaparece. Por un lado, la vivienda no es solo la superficie privada de cada unidad, sino que crece de puertas para afuera hasta las zonas comunitarias, entendidas como una extensión complementaria. Espacios comunes como patios, terrazas, lavanderías, salas de trabajo, zonas de crianza o comedores. Por otro lado, el concepto de piso propio se desvanece en un modelo de vivienda donde la propiedad es colectiva. Nadie es dueño de su piso. Pero todas juntas lo son, de algo más grande y mejor. Algo que suena bonito y que vale la pena tener en cuenta, para este presente y para el futuro.